Alepo, una guerra de todos contra todos

Si hay una ciudad que destaca a la hora de medir el terrible precio que Siria está pagando por la guerra civil, es Alepo, donde tres periodistas españoles llevan una semana desaparecidos. La mayor población del norte de Siria –y la más habitada del país antes de la guerra con dos millones de personas– se ha convertido en un campo de batalla permanente donde ninguno de los dos bandos se resigna a ceder terreno.

La ciudad está dividida desde que los miembros del llamado Ejército Libre de Siria (FSA en sus siglas en inglés), entraron en Alepo en julio de 2012. Su intento de expulsar a las fuerzas del Gobierno fracasó, pero se hizo fuerte en la zona este, ocupada desde entonces por las fuerzas insurgentes (mientras el Gobierno controla la zona occidental y una parte del centro). Sus posibilidades de completar la misión fueron reduciéndose, y las fuerzas del FSA menguándose hasta ser superadas en número por grupos de corte más islamista, mientras que el Ejército se dispuso a una defensa numantina apoyado por la Fuerza Aérea.

Durante mucho tiempo, las posiciones quedaron estabilizadas, pero en 2015 los insurgentes lanzaron  nuevas ofensivas. Aquí es donde entra otra de las características de la guerra siria y que hacen tan peligroso Alepo. El 2 de julio, una coalición de fuerzas islamistas lanzó una ofensiva denominada Conquista de Alepo. El número de grupos armados reunidos bajo esta bandera es de 34. Los más importantes son el Frente al-Sham y el Ejército de los Muyahidin, ambos enfrentados radicalmente a ISIS, y que cuentan con algunos antiguos y actuales miembros del FSA. Pero hay otra coalición participando en los combates, formada por otros 13 grupos, entre los que están miembros del Frente Al Nusra, grupo yihadista que juró lealtad a Al Qaeda.

Alepo es en realidad una guerra de todos contra todos en la que los insurgentes son incapaces de operar bajo un frente común, y pueden llegar a interrumpir una ofensiva para resolver sus diferencias. Son decenas de grupos dirigidos por señores de la guerra que muchas veces acaban enfrentándose entre sí. Algunos de ellos son tan pequeños que se venden al mejor postor y están dispuestos a subordinarse a milicias mayores en una operación si obtienen a cambio armas y suministros.

En los dos primeros años de la guerra, la presencia de milicianos no yihadistas en las filas del FSA permitió a periodistas extranjeros trabajar en Alepo aun asumiendo un gran riesgo. Al FSA le interesaba presentarse ante EEUU y Europa como una fuerza no radical a la que merecía la pena apoyar. Pero para la población de Alepo, muchos de sus integrantes no eran más que ladrones que les robaban los alimentos que guardaban. Cuando en su mayoría fueron sustituidos en el frente por grupos islamistas que recibían apoyo de Turquía, Arabia Saudí o Qatar, ese escudo para los periodistas occidentales terminó diluyéndose. Alepo no era tan peligrosa como otras zonas con presencia del ISIS, pero dejó de ser un lugar en el que un extranjero podía confiar en los grupos que le permitían acceder al frente. Los rescates millonarios pagados antes por rehenes occidentales eran un reclamo siempre presente.

La última ofensiva de principios de este mes dio como resultado algunos avances de los insurgentes, que llegaron a tomar un punto estratégico en el barrio de al-Rashideen, desde donde el Ejército distribuía munición a otros puestos en la zona occidental de la ciudad que controla. Las fuerzas del Gobierno contraatacaron en los días posteriores. Los insurgentes afirman que resistieron ese avance, pero la superioridad aérea del enemigo pronto les hizo retroceder. Desde entonces, los combates se suceden en las calles de Alepo (aquí un mapa completo), donde ahora es habitual que soldados o milicianos ocupen una posición y sean desalojados días después.

Los bombardeos desde el aire con las llamadas «bombas de barril» –cilindros y bidones llenos de explosivos– han sido una constante en Alepo. Los francotiradores son otra amenaza continua, y por eso en algunas calles se han colocado autobuses en vertical para que sirvan de protección.

Si bien los bombardeos son por definición una forma indiscriminada de atacar, cuando se lanzan por decenas pueden impedir que los insurgentes agrupen sus fuerzas para traspasar las líneas de su enemigo. Estas imágenes muestran cómo son los momentos inmediatamente posteriores a un ataque de este tipo, ocurrido en abril.

Los insurgentes también llevan a cabo ataques cuyo principal objetivo es arrasar las zonas de la ciudad controladas por el Gobierno. Como en otros lugares de Siria, excavan túneles para llegar bajo tierra hasta posiciones del Ejército. Colocan centenares de kilos de explosivos y al hacerlos estallar vuelan manzanas enteras de edificios. En estas imágenes se aprecia el nivel de destrucción de la zona céntrica de la ciudad y el alcance masivo de la explosión.

Hay otro protagonista en esta guerra. Los yihadistas de ISIS controlan posiciones al norte de Alepo y desde allí han atacado este año a los otros grupos insurgentes. En otras zonas de Siria, el Ejército ha atacado a ISIS con bombardeos aéreos, pero en el caso de Alepo le conviene que los grupos insurgentes se desangren entre sí. La prioridad es impedir que la ciudad caiga en sus manos, porque supondría un duro golpe propagandístico para el Gobierno y podría ser interpretado como el principio del fin. Ya tuvo que ceder la ciudad de Idlib y la mayor parte de la provincia del norte de ese nombre en marzo, y otra derrota similar sería un golpe demasiado grave como para permitirlo.

Hace sólo unos días, un jefe militar del FSA fue asesinado después de asistir a una reunión en el centro de operaciones de los insurgentes al norte de la ciudad. Los autores son desconocidos, pero por la zona en que se produjo hace pensar que fue un ajuste de cuentas realizado bien por ISIS o por otro grupo insurgente. Nada de lo que haya que sorprenderse en un lugar como Alepo.

 

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