Donald Trump ha tardado muy pocos días en confirmar dos de sus promesas de campaña más controvertidas. Son precisamente las que le propulsaron a la condición de favorito en las primarias republicanas y que mantuvo en la campaña electoral: la expulsión de millones de sin papeles latinoamericanos y la construcción de un muro en la frontera con México (que en algunas zonas podría ser una valla reforzada).
«Lo que vamos a hacer es coger a la gente que son criminales y que tienen antecedentes penales, pandilleros, traficantes de droga, probablemente dos millones, podrían ser incluso tres millones, y vamos a echarlos del país o vamos a encarcelarlos», dijo en la entrevista en CBS.
No dijo en qué plazo de tiempo lo hará. Si no se da prisa, se pondrá sólo al nivel de un presidente al que pocos han llamado racista y que se llama Barack Obama.
.@POTUS has deported more people than any other president https://t.co/CHX7mmQtoJ pic.twitter.com/ADiLpKdQMA
— ABC News Politics (@ABCPolitics) 29 de agosto de 2016
A mediados de este año, los medios norteamericanos informaron de que el Gobierno de Obama ya había deportado a 2,5 millones de extranjeros sin papeles desde 2009 hasta 2014. Esa cifra no incluía a aquellos que aceptaron voluntariamente ser deportados o a los que fueron expulsados en la misma frontera.
La cifra es un récord. Obama había deportado a más extranjeros que cualquier presidente anterior. Más que Bush y más que todos los presidentes juntos del siglo XX.
Ese incremento forma parte de una tendencia que se remonta a varias décadas atrás, pero que se ha intensificado con Obama (si bien es cierto que la cifra ha descendido en los últimos tres años). Seguro que todo el mundo ha escuchado a Trump decir que la frontera de EEUU con México es un coladero y que hay que destinar más recursos para impermeabilizarla por completo, como si eso fuera posible. El presupuesto de la Policía de Fronteras subió de 5.900 millones de dólares en 2003 a 11.900 millones en 2013. Los fondos del Departamento de Inmigración y Aduanas pasaron de 3.300 millones a 5.900 millones. Esos 18.000 millones sumados eran ya 20.000 millones en 2016.
Desde 2006, por imposición del Congreso, Inmigración está obligada a mantener detenidos a 34.000 extranjeros cada día con vistas a su deportación. Por cada uno que es expulsado, otro debe ocupar su lugar. Hay un pequeño problema de intendencia. El número de personas que intentan entrar en EEUU de forma ilegal desde México ha descendido desde los años 70 y 80. ¿Qué ocurre? Hay menos sin papeles a los que detener e Inmigración se ve obligada a hacer redadas para mantener el cupo y cazar a los que llevan muchos años viviendo en el país, los que han construido una nueva vida, tienen un trabajo y abonar los impuestos (indirectos) que pueden pagar.
El anuncio de Trump ofrece más paradojas. No hay tres millones de sin papeles que hayan cometido delitos. No hay suficientes ladrones, estafadores, violadores, asesinos o delincuentes en general que hayan nacido fuera de EEUU y con los que se pueda complacer con su expulsión al nuevo presidente. Según cifras oficiales, hay 1.900.000 personas que hayan sido procesadas por distintos delitos, pero ese número incluye también extranjeros con residencia legal en EEUU. En principio, la ley obliga a meter en prisión a estos últimos, pero no permite expulsarlos.
A finales de 2013, había unos 140.000 extranjeros cumpliendo penas en prisiones federales, estatales y locales (esa cifra también incluye personas con residencia legal a las que no se puede deportar). Queda un poco lejos de esos dos o tres millones de los que hablaba Trump.
Más números. El Congreso facilita al Gobierno fondos suficientes para expulsar como máximo a unas 400.000 personas al año (sólo en 2009 Obama superó ese límite con 409.000). Si quieren superar ese nivel, van a tener que gastar mucho más dinero.
Las cifras, como corresponde a un país tan inmenso, son mayores de lo que pensamos. He escrito alguna vez que la promesa de Trump de expulsar a los 11 millones de personas sin derecho legal a residir en EEUU sería una quimera incluso para una dictadura. Los números de la época de Obama indican que los expulsados en potencia son muchos más de los que nos podemos imaginar, pero aun así hay límites sobre lo que Trump puede hacer para distinguirse de Obama.
Sería un error pensar que la cruzada de Trump contra la inmigración se quedará en una simple continuación de la política de Obama, porque tiene poco sentido esperar que un nuevo líder vaya a olvidarse de las ideas que le permitieron triunfar en las urnas. Por otro lado, y teniendo en cuenta la traumática relación del nuevo presidente con la realidad, no hay que descartar que se invente las cifras, las de ahora y las del futuro. Él creó un problema para poder utilizarlo como munición en su campaña. Ahora que ha conseguido su objetivo, se ocupará de aparentar que está haciendo lo que nunca se hizo antes al precio de convertir en una pesadilla las vidas de los extranjeros que viven ahora sin papeles en EEUU. America, the beautiful.
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Foto: Manifestación en Minneapolis en 2010 contra los deportaciones de sin papeles. Foto: Fibonacci Blue CC.