Ya estamos casi en agosto. El mes en que los políticos se van de vacaciones, aunque algunos lo nieguen y digan que estuvieron la mayor parte del tiempo en su despacho sin que nadie se enterara. No más declaraciones todos los días en el Congreso, en ruedas de prensa o en entrevistas en los medios de comunicación, en la sede del partido o en visitas a lugares que sólo están ahí para cambiar el fondo de las intervenciones del líder. No más darle vueltas cada día a lo mismo que han dicho el día anterior. No más carreras para dar con el titular con el que atacar al adversario y aparecer destacado en radios, televisiones y medios digitales. No más ruido ni momentos dramáticos impostados. No más artículos como este, lo que en cierto modo también debe de ser un alivio para los lectores.
Pero antes de que comience agosto hay que cumplir con el último ritual. La ofensiva final de todo lo que ya has escuchado. El contraste entre ‘todo es maravilloso’ y ‘todo es un desastre’. Tampoco conviene que los periodistas se quejen, porque los presidentes del Gobierno suelen dar muy pocas ruedas de prensa en las que se puedan hacer más de dos preguntas. El jueves, había sesión doble con Pedro Sánchez y Pablo Casado, separados por dos horas. No es que se estiraran mucho. La de Sánchez duró 48 minutos y casi la mitad se consumió en su discurso inicial. Casado habló más, pero casi fue peor.
Por ser justos, había sesión triple. Inés Arrimadas se sumó al carrusel de ruedas de prensa y ofreció uno de los últimos productos de la fábrica de eslóganes y frases pegadizas de Ciudadanos. Dijo que al final de la legislatura «no van a quedar ni las raspas de España». Viniendo del partido del que quizá no quede nada después de las próximas elecciones –es difícil que consiga grupo parlamentario–, resulta un pronóstico osado. Como también el empleo por Arrimadas de una retórica tan dura como la de Casado, una vez que abandonó la voluntad centrista de negociar acuerdos con el Gobierno.
Más que veleta movida por el viento, aunque anclada en un tejado, Ciudadanos es ahora una bolsa vacía de plástico a la que las corrientes de aire empujan arriba y abajo o abandonan en el suelo cubierta de polvo.
Sánchez compareció en Moncloa lleno de optimismo. Los datos de vacunación y los de empleo conocidos ese día le permitieron montar un discurso en el que sobresalían las expectativas positivas. No perdió la cabeza, como cuando el verano pasado en la campaña de las elecciones gallegas animó a los españoles a salir a divertirse. Han pasado unas cuantas olas desde entonces y ya está claro que habrá que esperar mucho tiempo antes de que se pueda cantar victoria. Sí es obvio que su Gobierno, como todos los europeos, se la jugaba en el proceso de vacunación. Ahí no quiso barrer para casa: «El mérito es del conjunto de la sociedad española». Lo que por otro lado es cierto.
Afortunadamente, no repitió el pronóstico de hace unos meses, cuando dijo que España alcanzaría al final del verano la inmunidad de grupo con el 70% de vacunados. De la misma forma en que un atleta cruza la meta. No era un cálculo correcto ni científico. Ahora admitió que, a causa de la variante Delta, «es posible que no sea suficiente» con el 70% para disfrutar de la inmunidad de grupo. Algo más que posible.
Sánchez presumió de que los objetivos a los que se comprometió el Gobierno están cumplidos en un 32%. Los del acuerdo de coalición con Unidas Podemos, en un 33%. Como estamos a unos meses de la mitad de la legislatura, parece que van con un poco de retraso. Será que han dejado lo difícil para el final.
Luego le llegó el turno a Casado, que ofreció el escenario de pesadilla letal que es la base de su discurso de costumbre. Su materia prima dejó bastante que desear, ya que comentó varias cosas que no son ciertas. Eso sí, las dijo con la máxima convicción y seguridad en sí mismo. No es que eso sea un alivio. Isabel Díaz Ayuso también habla así. Afirmó por ejemplo que la UE «ha bloqueado» los fondos europeos a Hungría, un preludio de lo que podría pasarle a España, según él, no se sabe muy bien por qué. La Comisión Europea no ha hecho tal cosa. Ha aprobado los planes de 16 países, entre ellos España. Ahora está revisando los planes de otros nueve, Hungría entre ellos.
«No es verdad que el PP lleve bloqueando esto (la renovación del CGPJ) durante tres años», dijo. Lo ha dicho antes varias veces y sigue siendo falso. Casado se niega a pactar la elección de nuevos miembros del poder judicial, como marca la Constitución y en los términos establecidos por la ley en vigor. Se atrevió a sostener que en este asunto «hay que acabar con las fake news», que es lo mismo que decía Donald Trump cuando los periodistas norteamericanas informaban de hechos confirmados.
En los últimos tiempos –recordemos que antes el PP decía que no negociaba la renovación mientras Podemos interviniera en ella, aunque quien se ocupaba del asunto era el ministro de Justicia–, Casado ha pasado a decir que la Constitución exige que sean los jueces los que elijan a una parte del Consejo. No es cierto. Si fuera así, todos los gobiernos españoles posteriores a la reforma hecha en 1985, también los de Aznar y Rajoy, habrían incurrido en una flagrante inconstitucionalidad con la complicidad de los jueces y juristas que fueron elegidos para formar parte del CGPJ.
Casado ha subido la apuesta y también afirma ahora que la Comisión Europa lo reclama. Tampoco es cierto. Otra cosa es que no quiera que se cambie el actual sistema de elección por mayoría reforzada para que eso no interfiera en su presión sobre el Gobierno de Polonia.
Casado desdeñó la importancia de los últimos datos de creación de empleo con ese verbo atropellado en el que compara parámetros que son muy distintos. A veces, la realidad que maneja simplemente no existe. Vino a decir que no le impresionaban mucho, porque el Gobierno acaba de contratar a 30.000 personas para el sector público, como si fuera una forma de falsear las cifras. Lo que aprobó el Consejo de Ministros fue una convocatoria de empleo público con esa cifra total. Es de suponer que Casado sabe que primero deben presentarse los candidatos, celebrarse los exámenes y al final asignarse las plazas. ¿Nadie se lo ha contado o estaba mintiendo?
Hizo una referencia a una información de El Mundo, según la cual el Gobierno perdonará 1.024 millones a Catalunya si se aprueban los próximos presupuestos. Otra concesión a esos catalanes de los que tanto sospecha Casado. Se refiere a los anticipos a cuenta a las CCAA que hace cada año el Gobierno y que luego hay que ajustar en función de la recaudación real. Con la caída del PIB, las comunidades recibieron más dinero del que les correspondía, algo que era previsible, y deberían devolver ahora o a plazos durante muchos años una cantidad gigantesca de dinero. La oferta consiste en que será Hacienda quien pague la factura, aunque eso pasa por aprobar los presupuestos. Por ese concepto, Andalucía recibiría 1.141 millones, Madrid 432 millones, Catalunya 374 millones y Galicia 368 millones.
Curiosamente, el artículo de El Mundo desapareció de su home en la noche del jueves. Ya había cumplido su objetivo. Muchos dirigentes del PP lo habían tuiteado durante el día. Indignados, claro está.
Por todo ello, el líder del PP reclamó elecciones anticipadas. Él ya sabe lo que piensan los españoles. «España nos echa de menos», dijo en el mismo día en que un juez de la Audiencia Nacional envió a juicio al exministro Jorge Fernández Díaz, su número dos de Interior y la cúpula policial del Ministerio en el Gobierno de Mariano Rajoy. Todo por la comisión de varios delitos con la intención de hacerse con los documentos internos del PP en posesión de Luis Bárcenas. De robarlos, por utilizar un verbo más claro, y evidentemente sin ningún control judicial.
Sobre el procesamiento de Fernández Díaz, Casado se limitó a decir que está suspendido de militancia. Como si fuera alguien cuyo nombre sólo le sonaba. Alguien que tuvo un papel menor en ese maravilloso Gabinete que Casado dice que todos añoramos. El último Gobierno del PP convirtió presuntamente el Ministerio de Interior en el centro de una operación criminal. Seguro que los españoles echan mucho de menos volver a ver a comisarios vestidos de delincuentes.