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Junio 01, 2005
La enfermedad de Francia
Abandonemos por un momento los asuntos de Oriente para prestar algo de atención al terremoto que sacude Europa, y que los políticos intentarán muy pronto que se convierta en un liviano corrimiento de tierras. El no francés a la Constitución europea demuestra que los ciudadanos han respondido al órdago a la grande que les habían lanzado su clase política y periodística. Han aceptado el desafío y han descubierto que sus dirigentes, y muchos de sus periodistas, sólo llevaban un rey y un caballo.
Todo el andamiaje que habían construido los líderes europeos se ha venido abajo en 24 horas y puede recibir otro varapalo hoy en el referéndum holandés. Los votantes franceses han puesto a prueba los límites de la democracia representativa. En las democracias, los ciudadanos entregan a los políticos las llaves del país durante cuatro años y renuncian, o ejercen ese derecho con una gran suavidad, a fiscalizar los asuntos públicos.
Con una excepción. Si hay que cambiar las reglas del juego -la Constitución- hay que pasar por caja.
Ya ocurrió antes, con los referendos en Dinamarca e Irlanda a cuenta de los tratados de Maastricht y Niza. Los políticos lamentan el rechazo popular a un texto legal obtenido a través de complicados negociaciones en la que los altos principios dejan paso a la letra pequeña: ¿qué gano yo renunciando a este capítulo?, ¿qué me das tú a cambio de que yo acepte tus reivindicaciones?
Cuando el regateo termina, los dirigentes vuelven a su país y cambian el discurso. Llega el momento de los grandes principios y de las "solemnes declaraciones institucionales" (que diría una televisión pública). Los ciudadanos deben saber que sus representantes han tenido en cuenta los sentimientos más puros. Los intereses de la nación y de Europa han sido defendidos en buena lid.
La propaganda hace el resto. Los medios de comunicación saben de muchos de estos complicados trapicheos, pero, al final, a ellos también les llega el momento de la declaración institucional. Hay que apoyar a Europa porque no hay otro camino posible.
Y quizá todos ellos tengan razón. Sin embargo, están agotando la paciencia de sus compatriotas. Los votantes no cambian el chip cuando la negociación comunitaria toca a su fin. Siguen pensado en sus intereses, en sus problemas internos y no se quitan de encima la sensación de que salen perdiendo. A veces ante los poderosos, franceses o alemanes, y a veces ante los débiles, los nuevos miembros de la Unión o los que ya están tocando a la puerta.
La gente suele ser algo egoísta -es difícil reprochárselo-, y todo el mundo quiere vivir mejor. Si a veces resulta difícil que catalanes y andaluces compartan los recursos financieros disponibles, ¿cómo va a ser más sencillo que españoles y austriacos, franceses y polacos o británicos y checos alcancen el mismo consenso?
En un mundo en el que aún existen demasiadas guerras, los políticos insisten en enarbolar un argumento que ya no funciona: Europa es un oasis de paz y hay que conservarlo. Me temo que esa razón ya está amortizada y ya no se puede sacarle más rédito político.
No es extraño que los mayores de 65 años hayan sido de los únicos que, por tramos de edad, hayan votado a favor de la Constitución europea en Francia. Ellos son los únicos que recuerdan cómo era Europa antes de 1945.
Las personas con menos edad, que obviamente son la mayoría, no tienen una experiencia vital de esa época. Es más, tienen una experiencia diametralmente opuesta. ¿Qué guerra puede haber en Europa, en la Unión Europea, cuando ni siquiera hay que enseñar el pasaporte cuando cruzas una frontera? ¿Alguien cree que sin constituciones europeas, sin tratados de Niza, los franceses y los alemanes volverían a regar de cadáveres el Rin? ¿O que los británicos iban a tener que sacrificar a toda una generación de poetas en el Somme para frenar a la infantería alemana? Improbable.
Y luego entran en escena los factores nacionales. Es decir, los más importantes. Los políticos, sobre todo en España, pueden mentarse a la madre cuando se enfrentan en la arena nacional y, al día siguiente, caminar de la mano por los senderos europeos. Los ciudadanos no son capaces de desdoblarse. Continúan siendo los mismos cuando deciden qué partido les gobernará en su país y cuál es la Constitución que debe regir en Europa. Tienen los mismos problemas y las mismas esperanzas.
Si la situación económica es mala, o es buena pero temen que muy pronto sea mucho peor, votan para castigar a los que consideran los responsables, que suelen ser los políticos. Si el crédito de los gobernantes está en números rojos, rechazarán las propuestas que salgan de ellos, no importa cuánto aroma europeísta les pongan delante de las narices.
Llegado a este punto, los optimistas de toda la vida sacan a escena el argumento de la información. Hay que informar más a los ciudadanos y cuando eso ocurra, como un solo hombre, los votantes aceptarán constituciones y tratados. Pero eso supondría vulnerar uno de los ejes básicos de la construcción europea.
Afrontemos la realidad. Desde el primer día, la formación de las instituciones europeas se ha hecho a espaldas de los ciudadanos. Los políticos han convencido a sus votantes de que la Unión Europea era el único horizonte realista. ¿Cuántos franceses o alemanes habrían estado a favor de iniciar este proceso en los años cincuenta? ¿Estaban cerradas ya las heridas de la guerra que había terminado menos de 20 años antes?
¿Cuántos franceses o alemanes habrían votado a favor de la adhesión de la atrasada y desconocida España en los años ochenta?
Así ha funcionado Europa en estas décadas y los políticos no han mostrado mucho interés en cambiar la forma en que se resuelven los negocios comunitarios. (Respecto a los periodistas, mejor no hablar. Yo, que soy una mala persona, siempre sonrío cuando leo que han dado un premio a un corresponsal en Bruselas. Por amor de Dios, con los ladrillos que nos obligan a leer. Aunque en el fondo, les compadezco. Qué valor tienen al trabajar allí).
Al igual que con el argumento del miedo a la guerra en Europa, este monopolio que se reservan los políticos ya no puede seguir funcionando. El referéndum de Francia es un ejemplo de manual, mucho más demoledor que los precedentes danés e irlandés. El 54,6% de los franceses ha rechazado lo que aprobaron el 90% de sus parlamentarios. No puede haber una división mayor entre un pueblo y sus gobernantes, si no contamos el recurso de la guillotina.
Y lo malo es que podemos suponer que ese cisma se repetiría en muchos países más, en mayor o menor medida, si la Constitución europea se votara en referéndum.
Lo que nos lleva al caso particular de Francia. Algunos ya la definen como "el enfermo de Europa", y no les falta razón. Por otro lado, es un enfermo que goza de excelente salud. Ya quisieran muchos países, España, por ejemplo, gozar del nivel de vida que existe en Francia. Pero, como ocurre con los hipocondríacos, no hay médico que pueda convencer a los franceses de que no están enfermos. O de que pueden recuperarse si dedican más tiempo a hacer deporte que a quejarse.
Quizá los franceses no estén enfermos aún, pero es seguro que lo van a estar si no cambian de dieta o de estilo de vida. En eso, los pesimistas sí que tienen razón. Como dice Josep Ramoneda en El País (el diario más enamorado de Francia que existe fuera de Francia):
"La sensación de que hace tiempo que Francia no sabe a dónde va es cada día más patente. Y la necesidad de una renovación de instituciones y de personas es manifiesta. El sector que dirige políticamente Francia puede estar obsoleto, empezando por el presidente de la República. (...)
Esta panorámica lo que revela es que la crisis de Francia es profunda: crisis cultural, crisis social, crisis política. (...) La crisis política de un régimen hecho a medida del general De Gaulle que sigue vigente cuando la posguerra y la guerra de Argelia que lo justificaron son arqueología. Una sistema que tiende a la perpetuación de los dirigentes y que dificulta enormemente la renovación."
(Nota: El artículo es muy bueno, pero lo siento, no hay enlace. Ya sabemos que El País, reservado para suscriptores, no existe en Internet. Es bueno, pero incompleto. No hay en él ninguna reflexión sobre el hecho de que han sido los votantes de izquierda los que han tumbado la Constitución en Francia. Y no es un detalle menor).
La gerontocracia francesa ya no da más de sí. Hasta los políticos más jóvenes sólo parecen fotocopias de sus mayores con menos canas. Pero sería injusto acusar a los políticos de todos los males que aquejan al país. El problema alcanza también a los franceses de a pie.
No quieren trabajar en los empleos que sólo aceptan los inmigrantes, pero al mismo tiempo desconfían de los extranjeros. Viven de una economía que exporta productos a medio mundo, pero no quieren que sus empresas se instalen en esos países buscando una mano de obra más barata. Quieren que los extranjeros, en especial si son musulmanes, adopten el estilo de vida francés, pero sin sus ventajas económicas. Sin velo y sin salir del gueto: una fórmula de convivencia no muy atractiva.
Los franceses, y quizá nosotros en España dentro de diez o veinte años, quieren seguir viviendo en el lugar en el que han estado en los últimos cien años: en la zona más próspera del planeta con todos los problemas que tienen los ricos y sin ninguna de las penalidades que acosan a la mayor parte de la población mundial. Y no aceptan tener que asumir sacrificios para conservar ese nivel de vida.
Todo el proyecto de construcción europea tiene como objetivo mantener a Europa en esa posición. Y no va a salir gratis seguir viviendo en el paraíso. Si la fórmula no funciona, los norteamericanos, los chinos y los japoneses aprovecharán su oportunidad. De hecho, ya lo están haciendo.
Posted by Iñigo at Junio 1, 2005 02:43 PM
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Comments
Quizá lo que los franceses dijeron (dado que el No era mayoritariamente de izquierda) es que quieren otra redacción más de izquierda que la que tiene este tratado hecho cuando en toda Europa (España incluida) dominaba la derecha.
Cuando yo dije No, lo que les dije fue eso.
Posted by: Akin at Junio 1, 2005 06:25 PM
Iñigo, pongo un post con parte de tu artículo en alifa.org
Posted by: Yeray at Junio 2, 2005 01:01 PM
Aunque hace tiempo que te leo no me suelo tomar la molestia de postear contestaciones, pero este texto me ha encantado, muy buen estilo y muy buen análisis, felicidades y a seguir deleitandonos.
Posted by: Javi Novoa at Junio 2, 2005 01:08 PM
Sí, de veras que felicidades por el análisis. Los "opinadores oficiales" de los medios, todos ellos bastante puretas, sólo hablan que de cataclismos, catástrofes y situaciones apocalípticas. Me ha gustado leer algo tan fresco.
Posted by: montes at Junio 3, 2005 01:14 AM