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Julio 18, 2006

"Infraestructura terrorista"

Ehud Olmert, en el Parlamento israelí:

"We shall seek out every installation, hit every terrorist helping to attack Israeli citizens, destroy the entire terrorist infrastructure, in every place. We shall continue this until Hizbullah does the basic and fair things required of it by every civilized person".

El corresponsal de The Times, desde la ciudad de Tiro:

The Israeli military said that it was hunting down Lebanon's Hezbollah guerrillas, but it is the civilian population that is bearing the brunt of the conflict. Survivors interviewed by The Times said that Israel was bombing homes, schools, the centres of villages and towns and vehicles including ambulances. Even the Jabel Amel hospital was struck early on Sunday morning by a missile that demolished an entire wing and killed a family of nine.

Un médico libanés, entrevistado por The Guardian:

Asked how it compared to 1996 when Israel launched an attack on the south, killing scores of civilians, Dr Mrouwe said: "It's incomparable, incomparable. In 1996 the majority [of casualties] were fighters. This time we have yet to receive any fighters".

Posted by Iñigo at Julio 18, 2006 01:38 PM

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Comments

Vamos, que van a acabar con el país entero. Puertos, aeropuertos, hospitales,...son todos susceptibles de ser "terrorist infrastructure".
No, si la lógica israelí es aplastante desde luego.

Posted by: Marcus at Julio 18, 2006 03:09 PM

Recetas insultantes

HERMANN TERTSCH

EL PAÍS - Internacional - 18-07-2006
Resulta extraodinaria la rapidez y contundencia con la que la inmensa mayoría de los medios y de la opinión pública europea han llegado a la conclusión de que la actual escalada bélica en Oriente Próximo es fundamental cuando no exclusivamente culpa de Israel. Es extraordinaria porque rara vez en la historia del conflicto ha sido tan evidente el detonante de la crisis. Hace tres semanas el partido del Gobierno palestino, la organización terrorista Hamás, hizo un túnel desde Gaza, atacó una base militar en suelo israelí, mató a unos soldados y se llevó secuestrado a otro. Dos semanas después, otro grupo terrorista, Hezbolá, también integrado en un Gobierno, el libanés, atacó otro puesto militar israelí, mató a unos soldados y secuestró a dos. Si las cosas fueron así -nadie lo discute-, tiene poco sentido, como dice el escritor Henryk Broder, que los diarios titulen "Israel ataca en dos frentes" y no "Israel responde a ataques en dos frentes". Pues no. Es culpable. Si unos se limitan a la titulación torticera, otros lanzan obscenidades antisemitas hasta sugerir o afirmar que las "judiadas" actuales revelan que siempre hubo razones para expulsar o exterminar a este incordio de pueblo. Sí, créanlo, cosas así se han publicado estos días.

Y en pleno salto cualitativo de la guerra islamista, algunos Gobiernos europeos, el español entre ellos, pretendían ayer una rotunda desautorización de la respuesta de Israel a la agresión. Si la cumbre de los G 8 en San Petersburgo ha recordado la obviedad del derecho de autodefensa de Israel, a otros se les ha olvidado. Recetan paz, diálogo y desarme. Al agredido. Apelan a la buena fe y a la armonía pero se apresuran a tachar a Israel de responsable. Han olvidado todo y solo ven muertos en Beirut. Hay alguna perversión de origen. Toda iniciativa de Israel para cambiar el status quo, incluida la retirada del Líbano hace seis años y la de Gaza, es celebrada no como un intento de buscar soluciones sino como síntoma de debilidad.En el mundo árabe y en Europa. El islamismo, convencido de estar en una fase decisiva de su guerra santa, se nutre de esta interpretación para aumentar la presión terrorista, a sabiendas que cualquier respuesta israelí será objeto de condena. Si ha sabido presentar como éxito propio la inhibición europea en la lucha contra el terrorismo en Irak, también confía en que la discordia de la comunidad internacional impida medidas de represalias serias contra los adalides de esta nueva escalada que son Teherán y Damasco.

Ante la agresión de Hamás y Hezbolá, Israel solo tenía malas opciones y una necesidad inaplazable de reaccionar. Resulta evidente que, en esta nueva constelación con creciente protagonismo de Irán, Israel no se puede permitir que la mitad meridional de su vecino esté controlada por una franquicia iraní cada vez más y mejor armada. Ni tener en Gaza una lanzadera de cohetes permanente. El pueblo palestino ha de concluir que su Gobierno islamista los quiere convertirse en colectivo suicida. Utilizar a los niños como bombas o escudos y mostrarlos a las cámaras granjea simpatías y fomenta el odio a Israel. Pero solo hunde más al pueblo palestino en el culto a la muerte, multiplica la tragedia y profundiza la miseria.

Beirut no puede aspirar a la paz mientras su territorio ocupado por Hezbolá es una cabeza de puente de un Irán cuya razón de Estado proclamada es la liquidación de Israel, que podrá equivocarse pero nunca permitirse el perder una guerra, porque siempre le va la existencia en ella y por ello no reinterpreta a sus enemigos. Europa debe dejar de intentar convertir a Hamás y a Hezbolá en interlocutores. Tratar con tanta despreocupación y negligencia la seguridad existencial de Israel como hacen algunos europeos raya en acto inamistoso. La cultura del apaciguamiento y el desistimiento ante la amenaza pasa hoy por flexibilidad coqueta en Europa. Pero es un insulto recetársela a Israel en Oriente Próximo. Ofensa inútil además. Porque los gobernantes israelíes lo hacer mejor o peor. Pero jamás delegarán la seguridad de la nación. Son niños quemados por la historia. En sentido estricto y literal.

Posted by: Anonymous at Julio 18, 2006 03:25 PM

Ya tardaba Hermancito en sus infumables análisis habituales. Este hombre está en un modo pro-israelí totalmente acrítico, y aplaudirá cualquier cosa que haga Israel.

Permítanme que reproduzca el artículo de un verdadero amigo de Israel, como es Vargas-Llosa, y no de un fanático.

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Israel y los matices

MARIO VARGAS LLOSA
EL PAÍS - Opinión - 16-07-2006

Illan Pappe, historiador revisionista israelí, procede de una familia de judíos alemanes de sólidas credenciales liberales, y él mismo fue educado dentro de esta corriente de pensamiento que defiende la sociedad abierta, el mercado, al individuo contra el Estado y opone al colectivismo -la definición del ciudadano por su pertenencia a una clase social, una raza, una cultura o una religión- la soberanía individual. Hace unos días le oí contar que, cuando empezó a tomar distancias contra el sionismo, doctrina que sustenta la creación y la naturaleza del Estado de Israel, pensó que su evolución política estaba dentro de la ortodoxia liberal y que cuestionar la ideología sionista era, además de otras cosas, dar una batalla contra el colectivismo. Pero no encontró en su país partido o movimiento político liberal donde encajaran sus ideas, pues la inmensa mayoría de los liberales israelíes eran sionistas. Esto lo fue acercando a quienes, por doctrina, eran sus naturales adversarios políticos, los comunistas, con quienes discrepaba en todo lo demás, pero coincidía en su posición crítica del sionismo. Y eso hace que desde entonces, se quejaba, los amantes de la simplificación y enemigos de los matices, lo cataloguen de "comunista".

La abolición de los matices facilita mucho las cosas a la hora de juzgar a un ser humano, analizar una situación política, un problema social, un hecho de cultura, y permite dar rienda suelta a las filias y a las fobias personales sin censuras y sin el menor remordimiento. Pero es, también, la mejor manera de reemplazar las ideas por los estereotipos, el conocimiento racional por la pasión y el instinto, y de malentender trágicamente el mundo en que vivimos. Hay ciertos conflictos que, por la violencia y los antagonismos que suscitan, conducen casi irresistiblemente a quienes los viven o siguen de cerca a liquidar los matices a fin de promover mejor sus tesis y, sobre todo, desbaratar las de sus adversarios.

Quiero ilustrar con un ejemplo personal lo que trato de decir. La Fundación Internacional para la Libertad organizó hace unos días, en Madrid, un encuentro entre intelectuales judíos y árabes, en el cual, en una de sus intervenciones, el periodista Gideon Levy, crítico severo del Gobierno de su país, dijo que él militaba contra la ocupación de Cisjordania porque no quería sentirse avergonzado de ser israelí. Yo, por mi parte, al clausurar el evento, parafraseando a Levy, dije que mis críticas a la política con los palestinos de los dos últimos gobiernos de ese país se debían a que tampoco quería sentirme avergonzado de ser amigo de Israel. Dos días después, el diario israelí Haaretz publicaba una crónica del propio Gideon Levy sobre el encuentro madrileño, bastante exacta, pero con un título que, al cambiar el matiz, me hacía decir algo que yo no había dicho: "Vargas Llosa tiene vergüenza de ser amigo de Israel".

El diario recibió 199 cartas de lectores israelíes indignados, que publicó en su blog. Las he ojeado con cierta estupefacción, pese a que ellas no hacen más que confirmar algo que, desde que empecé a pensar por mi propia cuenta en cuestiones políticas hace cuarenta años, ya sé de sobra: lo fácil que es tergiversar, caricaturizar o desacreditar a quien disiente, o parece disentir, de nuestras convicciones dogmáticas. Lo curioso es que casi todas las cartas me llaman "comunista", "ultra izquierdista", "castrista", "otro Saramago", "antisemita", y, una de ellas, la más imaginativa, se pregunta: "¿Qué se puede esperar de alguien que sube a los escenarios con la conocida actriz estalinista Aitana Sánchez Gijón y que escribe en EL PAÍS, el periódico más izquierdista de toda Europa?". Bueno, bueno. Mis vociferantes objetores no parecen sospechar siquiera que de lo que yo suelo ser acusado más bien, en España y en América Latina, es de neo-con, de ultra liberal, de pro americano y otras lindezas por el estilo por atacar a Fidel Castro, a Hugo Chávez y criticar con frecuencia el fariseísmo y el oportunismo de los intelectuales de izquierda.

En realidad, una de las cosas que soy, o, mejor dicho, trato de ser en la vida, es un leal amigo de Israel. Muchas veces he escrito que visitar ese país hace treinta y pico de años fue una de las experiencias más emocionantes que he tenido y que sigo creyendo que construir un país moderno, en medio del desierto, de lineamientos democráticos, con gentes provenientes de culturas, lenguas, costumbres tan distintas, y rodeado de enemigos, fue una gesta extraordinaria, de enorme idealis

mo y sacrificio, un modelo para los países como el mío, o los demás países latinoamericanos o africanos, que, con muchos más recursos que Israel, no consiguen todavía salir del subdesarrollo. Es verdad que Israel en el curso de su breve historia ha recibido mucha ayuda exterior. Pero ¿no la han recibido también muchos otros, que la han desaprovechado, derrochado o simplemente saqueado?

Para mí, el derecho a existir de Israel no se sustenta en la Biblia, ni en una historia que se interrumpió hace miles de años, sino en la gestación del Israel moderno por pioneros y refugiados que, luchando por la supervivencia, demostraron que no son las leyes de la historia las que hacen a los hombres, sino éstos, con su voluntad, su trabajo y sus sueños los que le marcan a aquélla unas pautas y una dirección. Ningún país existía allí, en esa miserable provincia del imperio otomano, cuando nació Israel, cuya existencia fue luego legitimada por las Naciones Unidas y el reconocimiento de la mayoría de países del mundo.

Ahora bien, para que Israel tenga un porvenir seguro y sea por fin un país "normal", aceptado por sus vecinos, debe encontrar un modo de coexistencia con los palestinos. Y contra esta coexistencia conspira esa ocupación de Cisjordania que se prolonga indefinidamente y que ha convertido a Israel en un país colonial, lo que ha crispado de manera indecible sus relaciones con los palestinos. Las condiciones en que éstos han vivido, en Gaza, y viven todavía dentro de los territorios ocupados, sobre todo en los campos de refugiados, son inaceptables, indignos de un país civilizado y democrático. Lo afirmo porque lo he visto con mis ojos. Los amigos de Israel tenemos la obligación de decirlo en alta voz y censurar a sus gobernantes por practicar en esos territorios una política de intimidación, de acoso y de asfixia que ofende las más elementales nociones de humanidad y de moral. Y, también, de condenar sus reacciones desproporcionadas a los actos terroristas, como la actual, que, a raíz del secuestro criminal de un soldado israelí por militantes palestinos, ha causado ya decenas de muertos civiles inocentes en Gaza y amenaza con resucitar la guerra con el Líbano.

Esto no significa, en modo alguno, justificar las acciones criminales de los terroristas de Hamás o la Jihad Islámica o de los otros grupúsculos armados que operan por la libre. Pero sí reconocer que detrás de estas acciones injustificables y crueles -las bombas de los suicidas, los ataques ciegos a la población civil, los secuestros, etcétera- hay un pueblo desesperado al que la desesperación empuja cada vez más a escuchar no la voz de los moderados y razonables sino la de los fanáticos y a creer, estúpidamente, que el fin del conflicto no está en la negociación sino en la punta del fusil o la mecha de la bomba.

La superioridad de Israel sobre sus enemigos en el Medio Oriente fue política y moral antes que la de sus cañones, sus aviones y su modernísimo Ejército. Pero, debido a su extraordinario poderío, algo que suele volver a los países arrogantes, la está perdiendo, y eso lleva a algunos de sus dirigentes, como creía Ariel Sharon, a pensar que la solución del conflicto con los palestinos puede ser un diktat, una fórmula unilateral impuesta por la fuerza. Eso es una ingenuidad que sólo prolongará indefinidamente el sufrimiento y la guerra en toda la región.

Mi amigo israelí David Mandel (¿o debo decir ahora ex amigo, ya que me he vendido a los palestinos?) me conmina en una carta abierta a que devuelva el premio Jerusalén que recibí en 1995. Se trata de un premio más bien simbólico, pero que a mí me llena de orgullo, y no voy a renunciar a él, porque, aunque David no pueda entenderlo, lo que yo hago y escribo sobre Israel no tiene otro objetivo que seguir siendo digno de esa hermosa distinción, que me fue concedida por mi compromiso con la democracia y la libertad. Para mí, mi adhesión a Israel es inseparable de aquel compromiso, como es el caso de tantos israelíes que, a la manera de Illan Pappe, Gideon Levy, Amira Hass o Meir Margalit, pero sin duda de manera más radical que yo, denuncian las políticas de su Gobierno con los palestinos y plantean alternativas.

Es verdad que ellos representan una minoría, ese matiz que los adoradores de verdades dogmáticas desprecian. Ni siquiera sé si yo estoy de acuerdo en todas las posiciones que ellos defienden. Probablemente, no. Creo, por ejemplo, que el sionismo tiene unas razones que no pueden descartarse de manera abstracta, prescindiendo de un contexto histórico preciso. Pero que ellos, y otros muchos como ellos, vayan contra la corriente y sean capaces de oponerse de manera tan resuelta a lo que les parecen políticas equivocadas, contraproducentes o brutales, y que puedan hacerlo sin ser perseguidos, encarcelados, o liquidados, como ocurriría -ay- entre casi todos los otros países de la región, es una de las realidades que todavía mantiene viva mi esperanza de que haya un cambio en Israel, y, otra vez, la negociación sea posible, y pueda llegarse a un acuerdo razonable que ponga fin a esa infinita hemorragia de dolor y de sangre.

El encuentro madrileño de judíos y árabes fue asimétrico, porque cerca de diez palestinos que habían aceptado nuestra invitación no pudieron venir, y porque algunos israelíes, como Amos Oz y David Grossman, cuyas voces queríamos escuchar, tampoco lo hicieron. Pero no fue inútil: una gota de agua en el desierto es mejor que ninguna. Hubo, por ejemplo, exposiciones magníficas y no del todo irreconciliables, de Shlomo Ben Ami y de Yasser Abed Rabbo, que participaron en las negociaciones de Camp David. Trataré de seguir convocando estos diálogos, invitando no sólo a quienes hablan por la mayoría, sino también por las pequeñas minorías, esos matices olvidables en los que, sin embargo, muy a menudo se agazapa la verdad.

Posted by: Jota at Julio 18, 2006 03:48 PM