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Noviembre 08, 2006
El sacrificio de Rumsfeld
La ira de los votantes, incluidos algunos republicanos, se ha llevado por delante al jefe del Pentágono. Bush ha entrado en la cámara de sacrificios y ha entregado el cadáver de Rumsfeld para intentar demostrar que la Constitución no engaña: aunque a veces no lo parezca, aún es el presidente de EEUU.
Es fácil exagerar las consecuencias de esta inesperada medida. El arquitecto de la guerra de Irak entrega su cargo tres años y medio después de que fuera canonizado por los políticos y periodistas norteamericanos. El éxito fulgurante de la blitzkrieg sobre Irak hizo que todos se rindieran a los pies de su inspirador.
Era tal el nivel de adoración que despertaba Rumsfeld que le bastaron un par de chistes y su gran dominio de las conferencias de prensa para restar toda importancia a los saqueos que sufrió Bagdad en los días posteriores al derrocamiento de la dictadura de Sadam. "Freedom is untidy", dijo Rumsfeld en una memorable frase que, como un gesto con el capote, dejó a los periodistas con la boca abierta:
"Freedom's untidy, and free people are free to make mistakes and commit crimes and do bad things. They're also free to live their lives and do wonderful things. And that's what's going to happen here."
Sólo faltó la ovación. Una vez que la realidad se impuso sobre los juegos de manos de este veterano político, los trucos dejaron de hacer gracia. Se supo que el Pentágono no se había tomado la molestia de preparar la postguerra iraquí y que Rumsfeld, con la inestimable colaboración de Cheney, había boicoteado el intento del Departamento de Estado de realizar esa tarea.
Amparado en el pleno apoyo que la sociedad norteamericana siempre concede a sus tropas cuando sus vidas está en peligro, Rumsfeld jugaba con red. Pretendía ganar la guerra con el menor número posible de soldados y entregar el destino de Irak a la banda de sicarios de Chalabi. El paso siguiente consistía en limpiarse el polvo del desierto iraquí y continuar con su visionaria idea de liberar a las Fuerzas Armadas de sus rigideces burocráticas y de las cautelas de sus timoratos generales.
La insurgencia --a la que ni siquiera se podía denominar con este término bajo pena de colaboración con banda armada-- sólo era una molestia del pasado, restos del régimen del Baas, además de un símbolo de la amenaza perpetua que suponen los terroristas. Y si los soldados iban cayendo como moscas en una guerra para la que no habían sido entrenados, Rumsfeld tenía otra frase con la que desdeñar las críticas: se va a la guerra con el Ejército que tienes.
Donde no llegaban las tropas norteamericanas, llegarían --y muy pronto, según nos contaron-- las nuevas fuerzas militares y policiales iraquíes. Lo que apareció en este año, después de la destrucción del santuario shii de Samarra, fue la limpieza étnica. Los escuadrones de la muerte shiies respondieron a la violencia de la insurgencia suní con más violencia. Los norteamericanos empezaron a pensar que sus soldados sólo estaban conteniendo una guerra civil de baja intensidad que estaba ya fuera de su control.
La idea tantas veces expresada por Osama bin Laden de que EEUU no tiene redaños para embarcarse en una guerra y ver morir a sus soldados es tan falsa como la mayoría de sus elucubraciones. Pero lo que no acepta la sociedad estadounidense es verse atrapada en un conflicto en el que no hay posibilidad de triunfo. Si la famosa luz al final del túnel sólo existe en la propaganda de los gobernantes, el discurso de la victoria termina convirtiéndose en una burla.
El cese o dimisión de Rumsfeld es el regalo que Bush presenta a los demócratas y la opinión pública como forma de anunciar que ha escuchado el mensaje de las urnas. Alguien me recuerda que la próxima presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, había pedido, en una conferencia de prensa anterior a la noticia del relevo del Pentágono, la sustitución del "liderazgo civil del Departamento de Defensa". Quizá ya sabía que la suerte de Rumsfeld estaba sellada.
Tantos políticos y militares han exigido su relevo que muchos podrán ahora estar agradecidos a Bush por haberles correspondido. Podrán incluso imaginar que aún están a tiempo de corregir los errores perpetrados por Rumsfeld. Suena bien como consuelo. Pero si convierten ese deseo en una certidumbre, cometerán un desliz similar a los que han hecho famoso al ex jefe del Pentágono.
El tiempo sigue corriendo en Irak, y lo hace en contra de los intereses de EEUU. El nuevo secretario de Defensa no tardará mucho en descubrir que algunas buenas ideas que podrían haber funcionado en años anteriores han superado ya su fecha de caducidad. Y ni Bush ni los demócratas tendrán ya a Rumsfeld para que les saque del apuro con su pico de oro. Tampoco podrán aspirar a que éste encaje el golpe con esos anchos hombros, propios de alguien que practicó la lucha en su juventud, y con esos codos que se consiguen cuando llevas haciendo política desde 1957.
El plan que los neocon no querían ver. Guerra Eterna 5 septiembre 2006.
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Extra:
Viajemos en la máquina del tiempo con esta noticia que acabo de encontrar:
President Bush said Wednesday he wants Defense Secretary Donald Rumsfeld and Vice President Dick Cheney to remain with him until the end of his presidency, extending a job guarantee to two of the most-vilified members of his administration."Both those men are doing fantastic jobs and I strongly support them," Bush said in an interview with The Associated Press and others.
Bueno, en realidad, no es muy antigua. Las declaraciones son del 2 de noviembre del 2006.
Posted by Iñigo at Noviembre 8, 2006 09:02 PM
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Comments
Las oportunidades perdidas, perdidas están. Pero al menos no seguirán teniendo a la misma lumbrera de siempre tomando constantemente la decisión más dañina.
Posted by: Anonymous at Noviembre 9, 2006 06:31 PM