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Noviembre 11, 2007
Un monstruo llamado Talibanistán
La peor pesadilla de Estados Unidos se ha cumplido. Un país que cuenta con un arsenal nuclear está dirigido por un dictador cuya única prioridad es mantenerse en el poder. Está dispuesto a encarcelar a cualquiera que ose cuestionar su poder y alberga intenciones hostiles sobre su vecino. El Ejército es un gigante con pies de barro y corre el riesgo de desmoronarse ante una insurgencia yihadista similar a la de los talibanes. Es probable que en algún lugar de ese país se encuentre escondido Osama Bin Laden y lo que quede de la plana mayor de Al Qaeda.
Ese país no es Irak ni Irán. Se llama Pakistán y nunca como hasta ahora había preocupado tanto a los Gobiernos occidentales. La declaración del estado de emergencia –una ley marcial encubierta– esconde una realidad mucho más preocupante. Lo peor no es lo que ha ocurrido sino lo que está por ocurrir.
Para estar a tono con los mensajes habituales en Washington a cuenta de la “guerra contra el terrorismo”, el general Musharraf ha dicho a sus compatriotas y a sus aliados que el autogolpe era imprescindible para hacer frente a los violentos grupos yihadistas que desafían la estabilidad del país. Sin embargo, los que se han llevado hasta ahora los palos y han acabado en celdas han sido los abogados de chaqueta y corbata que defienden la Constitución.
Más al norte, en las zonas fronterizas con Afganistán, la ley marcial no ha tenido ninguna repercusión. Y no es que el Ejército no esté necesitado de ayuda. Allí, por primera vez en su historia, los militares parecen estar en el bando perdedor.
Los medios de comunicación especializados de la India ya están diciendo en voz alta lo mismo que los políticos occidentales dejan escapar en unas pocas frases y de forma confidencial.
El Ejército paquistaní está cerca del colapso. 92.000 soldados enviados a las zonas tribales se muestran impotentes ante un enemigo al que superan en número y armamento. Centenares de soldados han desertado, algo inaudito en una institución que se precia de ser la única que está en condiciones de sostener al país. Otros se han rendido ante fuerzas inferiores. La vergüenza es tan grande que Musharraf ha llegado a decir que los soldados liberados tras un intercambio de rehenes con la insurgencia serán procesados por alta traición.
Todo ello ha ocurrido en la Provincia de la Frontera del Noroeste. Con este poco inspirado nombre se conoce desde hace un siglo a la región fronteriza de Pakistán con Afganistán. En 1901 el virrey británico, Lord Curzon, se desplazó a Peshawar con la intención de poner fin a un error histórico. La protección del imperio en la India había obligado a emprender dos guerras afganas, con su inevitable cuota de heroicas derrotas. Los acuerdos con el rey de Afganistán habían permitido asegurar ese frente y trazar una línea divisoria, y los británicos no ganaban nada inmiscuyéndose en los asuntos de las tribus pastunes de la frontera.
La formación de la provincia tenía como principal objetivo permitir a esos bárbaros –porque así los veían los británicos– que siguieran ocupándose de sus propios asuntos.
Cuando Pakistán obtuvo su independencia en 1947 hubo que hacer algunos ajustes, pero en lo básico las condiciones de no intervención aceptadas por Curzon continuaron en vigor. El Estado paquistaní mantenía una presencia formal, pero la autoridad en muchos asuntos jurídicos y económicos residía en los códigos tribales. Todo eso empezó a cambiar en el 2002 cuando las tropas paquistaníes, con o sin asesores norteamericanos, empezaron a hacerse ver en la zona.
La lucha contra Al Qaeda y la progresiva talibanización de la zona han terminado por tragarse la autoridad del Ejército paquistaní. Su eficacia no ha ido a la zaga. En los últimos años, EEUU ha entregado 10.000 millones de dólares a Pakistán y, según cálculos independientes, el 60% de ese dinero ha ido directamente a las arcas del Ejército. La última y fracasada campaña contra la insurgencia ha sido costeada por el contribuyente norteamericano. Quién iba a decir a EEUU que estaba financiando a un tullido.
Los yihadistas han impuesto su control sobre el valle del Swat, una zona turística que cuenta con la única estación de esquí del país. En el colmo de la ofensa, han arriado la bandera de Pakistán e izado la de su movimiento. A lomos de un caballo negro, literalmente, su líder, Mullah Fazlullah, impone una visión teocrática que enorgullecería a los talibanes.
El Estado ha pedido su credibilidad en la provincia hasta niveles difíciles de creer. Algunas tropas han llegado a recibir la escolta de talibanes afganos que les protegían de los ataques de los grupos yihadistas locales.
Antes se podía decir que Afganistán estaba contaminando a toda Asia central. Ahora es más correcto decir que el virus es Pakistán.
Posted by Iñigo at Noviembre 11, 2007 11:50 PM
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