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Diciembre 02, 2007

¿Quién pagará la factura de Annapolis?

Las citas históricas no son nada sin un buen apretón de manos que puedan recoger las cámaras. De ahí que la ministra israelí de Exteriores estuviera tan compungida. En su discurso en Annapolis, Tzipi Livni lamentó que ninguno de los 16 ministros árabes que asistían a la cumbre se dignaran a acercarse a ella: "¿Por qué nadie quiere estrechar mi mano? ¿Por qué nadie quiere que le vean hablando conmigo?"

Típico de los políticos israelíes. Nunca tienen suficiente. El país más poderoso de Oriente Próximo (en esto el tamaño no importa) cultiva su imagen de pobre desvalido ante la perplejidad general. Tampoco comprende por qué su imagen es tan deplorable en medio mundo, tan mala que sólo mejoró en términos relativos cuando la de los palestinos comenzó a desmoronarse con los atentados suicidas contra bares, restaurantes y discotecas.

Decenas de ministros y altos cargos de instituciones viajaron a Annapolis para asistir al enésimo intento de conseguir la paz entre israelíes y palestinos. Básicamente, se les invitó para que formaran parte de un gran espectáculo televisivo. Diez horas de vuelo para hacer de figurantes.

Los ministros árabes volvieron a sus países decepcionados por lo que habían visto y escépticos por el resultado de la iniciativa. Pagaron por adelantado la factura sin saber de qué les serviría. Deberían saber que los extras nunca se llevan el crédito en una película.

Si han echado un vistazo a la encuesta publicada en Israel por el diario Yediot Ahronot, empezarán a tener las cosas claras. El 83% de los israelíes no cree que haya paz en un año, como reza el compromiso en Annapolis. El 69% piensa que no es necesario devolver el Golán a Siria para firmar la paz con el vecino del norte. Quieren la paz como quien quiere ir de vacaciones al Caribe sin pagar nada.

¿Quién puede reprochárselo? Sus líderes les han convencido durante décadas de que pueden tenerlo todo y de que los que les hacen frente son sólo unos terroristas. Les dijeron que los palestinos no existían como pueblo (Golda Meir), que los territorios ocupados en la guerra de 1967 les pertenecían por derecho propio (Isaac Shamir), que se podía negociar con los palestinos mientras al mismo tiempo se continuaba expandiendo los asentamientos con la tierra robada a sus antiguos dueños (Isaac Rabin), que las negociaciones eran imposibles porque no existía un interlocutor fiable al otro lado (Ariel Sharon).

Esta semana se han cumplido 60 años de la aprobación del plan de partición de Palestina por la ONU. La resolución 181 puso fin al mandato británico y estableció la creación de dos Estados, uno para los judíos con el 55% del territorio y otro para los palestinos con el 45%. Si Israel volviera a las fronteras de 1967 –como piden palestinos y sirios– controlaría el 78% de Palestina. Pero no es suficiente. Por lo visto, los árabes están obligados a estrechar la mano de Livni y a conformarse con mucho menos de ese 22%. Si les dan el 18% o el 20%, si les fuerzan a renunciar a sus derechos sobre Jerusalén, deberían mostrarse encantados con la generosidad israelí.

Existe un consenso generalizado que dice que no hay ninguna posibilidad de que israelíes y palestinos lleguen a un acuerdo sin una presión continuada de EEUU. Cada parte tiene una lista interminable de agravios y quejas, de lugares sagrados que son innegociables, de grupos extremistas para los que la única concesión admisible es permitir al otro que siga vivo… bajo ciertas condiciones.

Los últimos 15 años –el periodo que se inició en la época de la Conferencia de Madrid– han tenido una influencia deplorable. No se suele decir en voz alta, pero los israelíes y palestinos son hoy más racistas e intolerantes que entonces. Han sufrido mucho y el sufrimiento casi siempre hace peores a las personas. En los asuntos más importantes (fronteras, asentamientos, Jerusalén y refugiados) no se ha avanzado prácticamente nada porque ningún dirigente político cuando estaba en el Gobierno ha tenido el valor de decir a los suyos a qué tenían que renunciar si querían alcanzar la paz.

Condoleezza Rice apretó las teclas correctas en su discurso de Annapolis. Recordó su experiencia cuando era una niña negra en Alabama, el racismo de esa sociedad y el miedo que siempre le acompañaba.

La empatía es una virtud, pero insuficiente para culminar con éxito unas negociaciones diplomáticas. La pregunta es: ¿qué es lo que va a hacer EEUU para que Annapolis no sea otra decepción?

De entrada, ya sabemos cómo ha acabado uno de los primeros pasos. Llevó el acuerdo de la cumbre a la ONU para que fuera ratificado por el Consejo de Seguridad. Lo hizo el jueves y el viernes tuvo que retirar el texto por presiones de Israel.

Por si alguien lo dudaba, ya sabemos quién está al mando del proceso de Annapolis.
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Para todos los asuntos relacionados con negociaciones entre israelíes y palestinos, resulta bastante interesante seguir el blog Prospects for Peace. Su autor es Daniel Levy, que fue asesor de la Oficina del Primer Ministro de Israel, en la época de Ehd Barak, y participó en las conversaciones de Taba.

Posted by Iñigo at Diciembre 2, 2007 10:15 PM

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Comments

Iñigo, decís : "uno para los judíos con el 55% del territorio y otro para los palestinos con el 45%."

Parece que te olvidaste de Jordania... Que porcentaje de la Palestina histórica se utilizó para inventar Jordania ???

Posted by: Pepe at Diciembre 2, 2007 11:43 PM

Por qué no se creó un Estado palestino en 1948? Creo que hubo tiempo para hacerlo antes de la guerra de 1967.

Posted by: Aglie at Diciembre 3, 2007 08:45 AM