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Abril 20, 2008
La conspiración derechista de Clinton
El 9 de febrero de 1992 la campaña presidencial de Bill Clinton estaba agonizando. Dos semanas antes, una mujer llamada Gennifer Flowers había hecho público un antiguo romance con el gobernador de Arkansas. Tres días antes, la prensa informó que un joven Bill se había librado de ir a Vietnam con toda clase de subterfugios. Los sondeos daban cifras demoledoras. Sus números se precipitaban en caída libre hacia el abismo.
En una reunión en la residencia del gobernador en Little Rock con todos sus asesores, algunos ya resignados a la retirada de la candidatura, le tocó a su mujer Hillary llamar al orden a las tropas. “Vamos a luchar hasta el final (fight like hell). Tenemos que luchar como lo hacíamos en Arkansas”. Y vaya sí lo hicieron.
Luchar. Ése es uno de los verbos que más habrá utilizado Hillary Clinton en su carrera política. Siempre lo hizo mejor cuando tuvo enemigos a los que hacer frente, preferiblemente si peleaban entre las sombras haciendo uso de un amplio catálogo de trucos sucios y un extenso talonario. Es lo que ella llamó “la inmensa conspiración derechista” contra la presidencia de su marido.
No se puede negar que Hillary tiene un perverso sentido de la ironía. Porque ahora le está aplicando a Barack Obama el mismo tratamiento de choque que ella sufrió a manos de la caverna americana. No hay que escandalizarse. Es sabido que en política la publicidad negativa funciona, por muy mala imagen que tenga, aunque sólo sea para minar la reputación del adversario. No siempre garantiza la victoria, como bien sabe Rajoy.
Lo malo de Clinton es que ya no tiene opción de elegir el camino. Esta abocada a seguir martilleando los tobillos de Obama y a confiar en que algún día los medios de comunicación encuentren un cadáver en el armario de su rival. No importa que no sea reciente. Vale con que apeste a distancia.
Esta semana ha tocado recordar la escasa relación del senador de Illinois con uno de esos chiflados de los sesenta, un tipo que participó en un grupo radical que tenía el improbable nombre de Weather Underground (sacado de una canción de Bob Dylan) y que puso varias bombas sin más resultado que matar a tres de sus propios miembros. Bill Ayers tuvo suerte, no mató a nadie ni acabó el resto de sus días en una prisión y, reintegrado a la vida normal, terminó dando clases en Chicago. Entre 1999 y 2002, formó parte del consejo asesor de una fundación contra la pobreza en el que también estaba Obama.
Y ahí se acaba toda la relación. Suficiente para que la campaña de Clinton la haya utilizado, como hizo la propia senadora en el último debate, a pesar de que Obama tenía ocho años cuando Ayers declaró la guerra al Gobierno de EEUU.
Mientras cunde el nerviosismo en las filas del Partido Demócrata por la prolongación de la batalla, Clinton no se da por aludida. Su última ocurrencia ha sido recordar la frase de Truman –si no soportas el calor, salte de la cocina– para sugerir que Obama no tiene lo que hay que tener para hacer frente a los republicanos o afrontar la carga de la presidencia. Si lo que necesitan es testosterona, viene a decir Clinton, yo ofrezco la mejor relación calidad-precio.
Es una oferta que los dirigentes demócratas sí están dispuestos a rechazar. El presidente del Comité Nacional Demócrata, Howard Dean, ya vio cómo su intención de que las primarias quedaran dilucidadas como muy tarde el 1 de julio, casi dos meses antes de la convención, fue tajantemente rechazada por los partidarios de Clinton. Su alternativa, y lo ha dicho públicamente, es que los superdelegados tomen una decisión ya mismo sobre el candidato al que están dispuestos a apoyar.
Hubo un tiempo en que se sostenía que los superdelegados, cargos electos y pesos pesados del partido a nivel local y nacional, favorecerían antes a alguien como Clinton que a un recién llegado de poca experiencia como Obama. Los primeros superdelegados que manifestaron sus preferencias lo hicieron por Clinton… hasta el supermartes del 5 de febrero. Desde entonces la mayoría de los que lo han hecho han engrosado las filas de su rival. Entre el 10 y el 17 de abril, diez hicieron oír su voz, siete por Obama y tres por Clinton.
Es un lento goteo que los republicanos quisieran que se detendría. A menos que Clinton obtenga este martes una espectacular victoria sobre Obama en las primarias de Pensilvania o que sea derrotada (ambas alternativas son improbables), la carrera por convencer a la senadora de que sólo puede ganar dando legitimidad al mensaje de la derecha continuará su curso y seguirá cayendo en oídos sordos.
Al final, serán los superdelegados los que terminen dando a Clinton el finiquito. La alternativa sería entregar a los republicanos las llaves de la Casa Blanca. Los mismos que hicieron lo posible por destruir a Clinton están maravillados por lo que ha aprendido la senadora. Lo que no te mata te hace más fuerte, dicen. Hasta que te mata.
Posted by Iñigo at Abril 20, 2008 05:22 PM
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Comments
Tienes razón. Del matrimonio Clinton provienen ahora las técnicas que hace década y media se dedicaron a denunciar. Pero más allá del fontanerismo político... está el pragmatismo. ¿Quién es el candidato con más posibilidades de abatir a John McCain? ¿O preferirán los norteamericanos darse el gustazo de soñar? Saludos.
Posted by: Testigo at Abril 21, 2008 12:13 AM