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Septiembre 14, 2008
Las banderas de Obama
En 1972 ningún político demócrata quería acompañar en la candidatura presidencial a George McGovern. Todos presumían que sería aniquilado por Richard Nixon en las elecciones. Tras una búsqueda infructuosa, McGovern apostó por el senador Thomas Eagleton como candidato a la vicepresidencia. A principios de agosto, se supo que el elegido había sufrido tres ataques nerviosos en los años sesenta, el último seis años atrás, y que había sido sometido en dos ocasiones a la terapia del electroshock para curar sus problemas de depresión.
McGovern no lo sabía, un sondeo reveló que ése no era motivo para descalificar a Eagleton, pero la prensa dio su veredicto contrario. Fue rápidamente descartado y McGovern tuvo que elegir otro compañero. Nunca se recuperó del fiasco y, como muchos temían, fue presa fácil de las malas artes de Nixon.
Algunos políticos republicanos, de forma anónima, recordaron este precedente cuando conocieron la elección de Sarah Palin. Los más osados pensaban que en cuestión de días saldría otro nombre. No son los únicos que estaban equivocados, y entre ellos habría que incluir al que escribe estas líneas. La arriesgada jugada de McCain ha surtido efecto, a pesar de que muchos medios de comunicación no dan crédito, sobre todo después de ver la primera entrevista concedida por Palin.
La gobernadora de Alaska demostró que sus conocimientos de política exterior consisten en repetir como buena alumna las frases hechas que le pasaron los asesores de McCain. Y por muchas credenciales liberales de las que alardee, ya se sabe que Palin presionó para conseguir las mismas subvenciones públicas que los republicanos relacionan con el típico dispendio de los fondos públicos que caracteriza a los demócratas.
Lo gracioso de todo esto es que no importa lo más mínimo. La elección de Palin como número dos no dará la victoria a McCain en las urnas, pero sí le ha permitido recuperar posiciones en las encuestas, cerrar las vías de agua en su flanco derecho y colocar al rival a la defensiva.
Se suele decir que si unos pocos miles de votantes de Ohio del sector más conservador del Partido Republicano se hubieran quedado en casa el día de las elecciones de 2004, Bush habría perdido y John Kerry se estaría ahora trabajando la reelección. La movilización de la base conservadora, especialmente entre los protestantes de la rama evangélica, fue el factor clave en las urnas, no en todo el país pero sí en algunos estados que resultaron ser decisivos.
Eso es algo con lo que no podía contar hasta ahora McCain y que la aparición de Palin ha solucionado. Por eso, la estrategia en el sur de la candidatura de Obama ya es historia. El senador de Illinois estaba invirtiendo recursos en movilizar el voto en territorios tradicionalmente hostiles para los demócratas, como Georgia y Carolina del Norte. Ya ha empezado a cambiar las prioridades.
Los republicanos quieren atraer a Obama a su terreno. Los demócratas tienen que mantener un precario equilibrio entre no mostrarse pusilánimes en el cuerpo a cuerpo (los republicanos son implacables cuando huelen sangre) y continuar apostando por los asuntos que les pueden ser propicios. Lo malo para Obama no es que McCain le haya atrapado en la intención de voto nacional, sino que no marque distancias en el Medio Oeste, la zona del país más vulnerable a las recesiones económicas por su base industrial, y que no haya podido enarbolar con credibilidad la bandera del cambio económico.
Antes de las convenciones, los sondeos de Gallup ponían a Obama 16 puntos por delante cuando se preguntaba a los votantes qué candidato era el mejor para afrontar la crisis económica. Esa ventaja se ha reducido a tres míseros puntos. Y eso que su rival llegó a reconocer que la economía no era el punto fuerte de su experiencia.
En casi todos los países, la mayoría de los votantes termina votando más con el bolsillo que con el corazón cuando las cosas vienen mal dadas. Todo cambia cuando un partido convence a la gente de que hay diferencias ideológicas en juego. Cuando hay valores esenciales que pueden ser derrotados en las urnas. Es lo que en EEUU llaman las guerras culturales. Los republicanos se mueven en ese campo con toda libertad, porque en parte no es una distinción artificial. Sin embargo, no es un carta ganadora en cualquier situación, como bien sabe para su pesar Mariano Rajoy.
En lo que pueden ser útiles Hillary Clinton y otros dirigentes demócratas no es en la lucha por el voto femenino, a pesar de lo que dicen los sondeos y nosotros, los periodistas, sino en defender una idea de cambio que se base en la defensa de la clase media y en extender la protección sanitaria a toda la población activa, no en bajar los impuestos a los empresarios millonarios y en perforar hasta la última esquina del país para buscar petróleo.
En otras palabras, el que gana una campaña es el que consigue imponer de qué se habla en esa campaña. Y eso es lo que Obama aún no ha conseguido.
[Ilustración de Mikel Jaso.]
Posted by Iñigo at Septiembre 14, 2008 05:19 PM
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Comments
Sin duda, todos hemos pecado... hemos subestimado la elección de Palin y lo que ha conllevado. Creíamos que Rove ya no estaba. Pero está. Y de qué manera!
Posted by: Medrán at Septiembre 14, 2008 10:54 PM