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Abril 20, 2011
Inside Job: un atraco a toda una sociedad
Los espectadores que terminan de ver el documental 'Inside Job' suelen decir que salen del cine con un cabreo considerable en el cuerpo. Afortunadamente, no es fácil que encuentren a la salida una armería en la que comprar una Glock de nueve milímetros, digamos que como se hacen las cosas en Virginia o Georgia. Por lo demás, no hay que hacerse ilusiones. Las medidas de seguridad de los bancos han aumentado un montón en los últimos veinte años. Bonnie y Clyde lo tendrían muy difícil ahora. En realidad, los bancos son los que juegan el papel de los dos jóvenes atracadores, sólo que con menos glamour.
Hay que decir que la película de Charles Ferguson no cuenta nada estrictamente nuevo, pero sólo en el sentido convencional del término. La información que contiene ha aparecido antes en un alto número de artículos de prensa, y algunos libros han detallado los pasos que dieron los gobiernos a lo largo de años y que desencadenaron los acontecimientos que provocaron la actual crisis.
Cada elemento de 'Inside Job' ha salido antes pero la suma de ellos, aderezado con un mesurado tono de indignación que sólo se dispara al final, es lo que forma una historia que ha golpeado a mucha gente en mitad de la parte del cerebro que reacciona ante las emociones.
Es lo que tiene el cine. Cuenta historias. Y en esta historia los malos son los que han ganado la partida. Es lo que tiene marcar las reglas del juego, elegir el campo que más te conviene, comprar al árbitro, cerrar las puertas del estadio y expulsar a los (pocos) adversarios que cometan la locura de plantar cara. Es difícil perder así.
Me refería antes a un proceso hecho posible por los gobiernos, más que por los bancos y por toda esa constelación de empresas del sector financiero que son capaces de mover cada día cantidades ingentes de dinero ante las que cualquier Gobierno se muestra impotente, por muchos golpes que se dé en el pecho de la soberanía.
El propio título del documental lo deja patente. Un ‘inside job’ es por ejemplo un delito que cuenta con la complicidad necesaria de una persona que trabaja en la institución que va a sufrir el asalto. En el atraco de un banco, un cajero entrega los planos a los ladrones y les informa qué día estará la caja llena, cuáles son los turnos de los agentes de seguridad y cómo se abre la caja fuerte. En el caso que nos ocupa, hubo gente en los gobiernos que desactivaron las alarmas, abrieron las puertas e hicieron callar a los pocos que protestaban. No es que eso vaya a hacer que miremos con más simpatía a los bancos, pero al menos hay que tenerlo presente.
Fue en los años 80 cuando el monstruo comenzó a extender sus tentáculos. Wall Street inició un proceso de innovación (para que luego digan que ese concepto siempre tiene una connotación positiva) creando nuevos instrumentos financieros, muchos de los cuales se basaban en la idea de ganar dinero con los acontecimientos del futuro.
De entrada, eso no suena nada dramático porque está en la base del negocio bancario. Un banco concede un préstamo a una persona o empresa y confía en que se lo devuelva en el futuro, junto a los intereses, gracias a los ingresos que el receptor obtendrá en los próximos años. Como explica en la película en congresista demócrata Barney Frank, hace 30 años y por razones obvias, el banco aspiraba a que la gente terminara devolviendo los créditos.
Ya no. Alguien tuvo la idea mágica de que era posible reducir el riesgo hasta niveles ínfimos creando gigantescas bolsas de esos préstamos de todo tipo, juntando carne con pescado, deudas que se iban a cobrar con otras destinadas a convertirse en impagos, oro con plomo, negocios firmados con clientes solventes junto a hipotecas concedidas a gentes sin recursos. Fue como la enfermedad de las vacas locas pero en sentido financiero. Se alimentó al sistema financiero con carne enferma y todo quedó contaminado. Y lo peor es que nadie sabía hasta qué punto lo estaba.
Hasta llegar a ese momento, hay que recordar que no hubo un día concreto en el que todo empezó. No apareció un algo cargo del Tesoro norteamericano en una sesión de Wall Street y declaró abierta la era de la bacanal. Fue, como siempre en la economía, un proceso en el que las reglas y controles que limitaban esas ‘innovaciones’ fueron cayendo uno a uno, algunos con reformas legislativas, otros con la voluntad clara del Gobierno de impedir que la actuación de los organismos reguladores frenara la liberalización completa del sector.
Es cierto que algunos de esos cambios se iniciaron en los gobiernos de Reagan y Bush durante los años 80. ‘Inside Job’ habla de un proceso de desregularización que ha durado 30 años y se refiere muy brevemente a la quiebra de las ‘saving and loans’ norteamericanas que costaron al Tesoro de EEUU la nada despreciable cifra de 124.000 millones de dólares.
Siempre hay que dejar cosas fuera. Por ejemplo, una historia que encajaría perfectamente en este proceso sería la del hundimiento de Long Term Capital Management en 1998. Esta sociedad de capital riesgo es un ejemplo increíble de lo que ocurre cuando la soberbia muerde el polvo. No pensemos que eso hizo que cambiaran las cosas. Sólo desapareció una empresa y un montón de gente perdió todo su dinero. El resto de la fiesta continuó después de un breve paréntesis.
El fundador de LTCM creía haber encontrado la piedra filosofal del éxito. Invertir en productos financieros bastante imprevisibles sin ningún tipo de riesgo. No era como imprimir billetes pero se parecía bastante.
Contrató a Myron Scholes y Robert Merton. Digamos que creía haber juntado en el mismo equipo a Messi y Ronaldo. ¿Empresarios? ¿Traders? ¿Financieros? No, matemáticos. Scholes era conocido desde 1973 (sí, todo esto comenzó hace mucho tiempo) porque lo era el modelo matemático que lleva su nombre y el de Fischer Black. Hasta entonces, el mercado de derivados se había topado con la extrema complejidad de tener en cuenta factores como el riesgo, la volatilidad de los precios o los tipos de interés, a la hora de establecer el precio de opciones y futuros, que son los derivados más conocidos.
(Por definirlos rápidamente y espero que de forma no muy simplista. Las opciones dan a la persona que las adquiere la opción, no la obligación, de comprar o vender algo en una fecha y a un precio determinados. Puede ser cualquier cosa. Por ejemplo, la cosecha de trigo de una explotación agrícola o un cargamento de petróleo. Pero como dicen los que saben literalmente cualquier cosa puede convertirse en un derivado. Al menos cuando se trata de algo que se puede tocar, en el caso de que se pueda tocar 2.000 barriles de petróleo, nosotros los civiles podemos entenderlo mejor.
Los futuros son idénticos a las opciones pero ahí el comprador no tiene la opción de comprar ese ‘algo’, sino la obligación, y por tanto son más arriesgados. Unos y otros se pueden comprar y vender, y (una vez más a pesar de lo que podamos pensar los seres racionales), ni siquiera es necesario tener el dinero, pero si alguien se equivoca en la apuesta (porque no es otra cosa que una apuesta), las consecuencias pueden ser terribles. Así desapareció en 1995 el banco Barings, una entidad fundada en 1762, cuando un joven de 32 años que trabajaba en sus oficinas de Singapur, se equivocó en todas sus apuestas sobre el índice Nikkei. Fin de la digresión).
La fórmula Scholes-Black ayudó a eliminar, eso es lo que creían entonces, muchas de las incertidumbres que rodeaban a la compra y venta de derivados porque permitía, una vez más en teoría, calcular su precio en función de una serie de variables. A partir de entonces, el mercado de derivados experimentó un crecimiento espectacular. Esa fue la época en que la industria financiera comenzó a reclutar con más énfasis si cabe a licenciados en matemáticas en EEUU y el Reino Unido. No era necesario conocer de primera mano las ideas de Adam Smith ni tener un conocimiento profundo del negocio bancario.
Había llegado el tiempo de las ecuaciones. Hay algo que no se les puede negar a brokers y traders. La gente que trabaja en el mundo del dinero de Nueva York y Londres sabe de números y de fórmulas tan complejas que sólo verlas produciría mareos en cualquier persona no versada en estas artes mágicas.
¿Y quién mejor que Scholes y Merton, que compartieron el premio Nobel de Economía en 1997, para ser los directores de LTCM? Las dos estrellas tenían garantizado el éxito porque la idea era que la empresa ganara dinero con independencia de la evolución de las Bolsas y los mercados financieros. LTCM multiplicó por cuatro su valor en los primeros cuatro años (dinero llama a dinero) hasta que en 1998 Rusia se declaró en suspensión de pagos y la tormenta global se llevó por delante a la compañía.
Esa era una variable que no habían considerado. Ocurre con frecuencia. ¿Quién iba a pensar que la nueva Rusia, que había abandonado el comunismo soviético como quien se quita de encima un traje raído, tuviera cimientos económicos de arena? ¿Quién podía prever que un grupo terrorista derribara las torres gemelas? ¿O que una plataforma petrolífera se hundiera en el Golfo de México? ¿O que un tsunami acabara en cuestión de minutos con todas las medidas de seguridad de una central nuclear cuya seguridad era infalible? Lo imposible tiene la molesta tendencia de ocurrir.
El dream team de los derivados resultó ser tan inepto como el joven Nick Leeson que hundió a Barings. Es realmente peligroso jugar con nitroglicerina en mitad de un vendaval. No reacciona bien a las sacudidas.
La quiebra de LTCM fue todo un acontecimiento, pero si alguien piensa que eso interrumpió el proceso de desregularización o alertó de que era necesario refinar los controles para que estuvieran a la altura de la innovación técnica presente en los mercados, es porque ha estado viviendo en una cabaña perdida en mitad del desierto en los últimos 20 años.
Los años de Bill Clinton fueron el momento decisivo. Inside Job apunta los pasos dados durante su Gobierno para acabar con las limitaciones impuestas por la Ley Glass-Steagal que había separado a la banca tradicional, a la que se encomienda la protección de los depósitos de sus clientes, de la banca de inversiones, para la que los grandes beneficios sólo pueden obtenerse jugando con el riesgo.
Un momento especialmente emotivo para Wall Street fue la Ley Gram-Leach-Bliley, aprobada en 1999 con los votos de republicanos y demócratas bajo la mirada atenta del lobby financiero, que se ocupa de canalizar las donaciones necesarias a ambos partidos. En EEUU, las elecciones no se ganan sólo con ideas sino con dinero. Con mucho dinero. De hecho, si no tienes de lo segundo en abundancia, resulta completamente irrelevante cuánto tengas de lo primero.
La simbiosis Wall Street-Gobierno no se acaba en el dinero. Los personajes clave de la Administración de Clinton eran Robert Rubin y Lawrence Summers, sucesivos secretarios del Tesoro. Por encima de ellos, como árbitro de todo el sistema, estaba el gobernador de la Reserva Federal, Alan Greenspan. En palabras del economista Nouriel Roubini en ‘Inside Job’, “se hicieron con el poder político”. Wall Street puede ganar las elecciones sin necesidad
de presentar candidatos.
Como ejemplo de la veneración, o quizá habría que hablar de idolatría, que el poder político, económico y periodístico sentía por Greenspan y Rubin, tenemos el libro que publicó en el año 2000 el que es probablemente el periodista más famoso del mundo. Bob Woodward escribió una biografía de Greenspan y decidió que el mejor título que podía ocurrírsele era el de ‘Maestro’. La hagiografía suele envejecer muy mal. Es una lástima que cuando eso ocurre ya es demasiado tarde.
Tras un inicio algo conflictivo de su presidencia, Clinton fue convencido por Greenspan y Rubin de que no tenía sentido pelearse contra los mercados. Las opciones que se le presentaban en política económica eran mucho más reducidas de lo que él creía. Y todo empezó a ir muy bien, quizá para sorpresa del propio Clinton. Superada la recesión de 1991-1992, los 90 fueron un periodo de gran prosperidad económica. Los arquitectos de la desregularización consolidaron su proyecto y sólo tuvieron que frenar en seco –sin demasiado esfuerzo, todo hay que decirlo– los intentos de imponer alguna vigilancia especial a los instrumentos financieros más arriesgados.
Lo que no consiguieron los premios Nobel que se hundieron con LTCM estaba al alcance de Greenspan. La revolución de las nuevas tecnologías era lo único que podía explicar una nueva etapa del capitalismo caracterizada por la desaparición del riesgo y el fin de las crisis cíclicas, gracias paradójicamente a la ausencia de controles. Es decir, cuanto menos vigilas, más fácil es que se cumpla la ley. Era una lógica aplastante, no por su sentido común implícito, sino por el poder de sus propulsores.
No es una conclusión a la que Greenspan llegara de un día para otro. Sólo después de mucho tiempo de estudio de tediosas estadísticas económicas, fue consciente de que habíamos entrado en una nueva era.
La zarza ardiendo. Los ciegos veían. Los sordos oían. El 40% de los beneficios de las empresas que aparecen en el índice S&P eran del sector financiero. Era un milagro asentado en datos irrefutables.
La fe se movía a golpe de CDO. No se había visto nada parecido desde la multiplicación del pan y los peces. Los CDO respondían a las plegarias de cualquier inversor, empezando por aquellos que preferían poner su dinero en productos seguros. Instrumentos financieros de todo tipo, empezando por las hipotecas, se mezclaban formando paquetes de aspecto impecable. Como en una fábrica de embutido de trayectoria dudosa, nadie prestaba mucha atención a lo que había dentro por la sencilla razón de que era imposible saberlo. El resultado final recibía la mejor nota posible por parte de las agencias de calificación, lo que los convertía, cuenta el documental, en un producto especialmente apetecible para los fondos de pensiones, obligados a medir con mucho cuidado el destino de sus inversiones.
Y cuantos más paquetes entraban en el mercado, más dinero se ganaba. Daba igual lo que entrara en la cadena alimenticia. Incluidas las hipotecas ‘subprime’ concedidas a clientes a los que en la época a la que se refería Barney Frank ni siquiera les habrían dejado poner sus pies en un banco. El oro valía tanto como la mierda.
La idea de que nadie en el sistema sabía exactamente hasta qué extremos estaba generando material contaminado no es del todo cierta. Un elemento fundamental del tráfico de derivados es intentar asegurarse contra la posibilidad de que el mercado vaya en una dirección contraria a la calculada.
Los casos de LTCM y Barings, y otros muchos, demuestran que eso no siempre es posible. Lo que no quiere decir que no se intente. Por eso, nos podemos encontrar con que un banco de inversiones venda a sus clientes productos financieros y al mismo tiempo ‘apueste’ contra ellos. En realidad, no es una posibilidad. Ocurre todos los días. Esa debe de ser la parte que va en la letra pequeña. Quizá ni eso.
En el momento más discutible, ‘Inside Job’ reserva unos minutos para contarnos que los amos del universo se gastaban el dinero en putas y cocaína. Todo el mundo se vuelve algo puritano cuando se siente estafado. Pero si esos magos de las finanzas hubieran dedicado buena parte de sus ganancias a comprar obras de arte o hacer obras de caridad, la estafa no sería más digerible. De hecho, también lo hicieron, además de esnifar y follar, y nadie se sentirá muy aliviado por eso.
El colapso tuvo nombres propios. Northern Rock en el Reino Unido fue el primer aviso en 2007. Ofreció imágenes que la gente suele asociar a un país del Tercer Mundo: largas filas de personas haciendo cola ante un banco para sacar su dinero antes de que desaparezca. Eso es terrible para cualquier banquero, y también para los demás, porque saben que ellos pueden ser los siguientes.
Luego en EEUU el hundimiento de la banca de inversiones. Bearns Stevens, salvada con fondos públicos. Lehman Brothers, abandonada a su suerte. AIG, salvada con fondos públicos. Merryl Lynch, absorbida por Bank of America, casi por orden del Gobierno. Goldman Sachs y Morgan Stanley, salvados con el permiso para operar como bancos y recibir fondos de la Reserva Federal a cambio de sufrir un mayor control por parte del regulador. Sobre esto último, sólo se puede decir una cosa. Ja.
En el Reino Unido, Royal Bank of Scotland, salvado con fondos públicos. Lloyds, salvado con fondos públicos. Los demás bancos se beneficiaron de esa intervención del Estado. Sin ella, tampoco habrían sobrevivido en su forma actual.
En Europa, la consecuencia ha sido la mayor recesión en décadas, que no ha tenido el impacto que tuvo la Gran Depresión por la intervención del Estado en la economía y por la extensión del Estado de bienestar. Que es precisamente lo que la desregularización del sistema financiero pretendía ir eliminando del discurso económico.
Al igual que en EEUU, Reino Unido e Irlanda, en España la burbuja inmobiliaria fue creciendo en paralelo a la burbuja del crédito. Eso debió de ser toda una sorpresa para los que se creían los mensajes que procedían de los sucesivos gobiernos, ya que estos sostenían que no existía tal burbuja.
“La era de la avaricia nos ha conducido a esta crisis”, se oye decir a Obama. Mientras la mayoría de los titulares en los últimos dos años ha estado centrado en los bonus, un tema ciertamente no menor, no será reduciendo la paga de los banqueros como se podrá evitar una situación similar en cinco, diez o veinte años. La clave es la reforma del sistema financiero y sobre ese punto se ha avanzado muy poco. Los grupos de presión ya se han ocupado de atar en corto a Obama, aunque nunca ha quedado muy claro que el presidente norteamericano tuviera la voluntad suficiente para emprender reformas estructurales. ¿Cómo iba a ser de otra manera si muchos de los miembros de su Administración vienen precisamente de esa misma industria y, como en el caso de Rubin, a ella regresan cuando abandonan sus puestos en la Administración?
El Gobierno británico acaba de recibir el informe preliminar de una comisión independiente con recomendaciones concretas sobre los cambios que se deberían aprobar para impedir que se repita esta catástrofe. Planeaba la posibilidad de que al menos en este apartado de propuestas figurara la idea de obligar a los bancos a desprenderse de sus departamentos de banca de inversiones para eliminar todo riesgo de que lo que se ha llamado la economía del casino ponga en peligro a todo el sistema.
Al mismo tiempo, la comisión debía responder a la incógnita sobre qué hacer con los bancos que son “too big to fail”, demasiado grandes como para permitir que quiebren. El RBS tenía por ejemplo unos activos superiores al PIB británico, al menos en teoría.
Además, había una cuestión casi filosófica planteada por Lord Turner, presidente del regulador británico Agencia de Servicios Financieros, que dijo que partes del negocio bancario no tenían ningún valor para la sociedad.
La bomba de tiempo vuelve a estar en marcha. Lo sabe el gobernador del Banco de Inglaterra, Mervyn King. “Permitimos un sistema financiero que contenía las semillas de su propia destrucción”, dijo King en una entrevista de hace sólo un mes. Eso no es lo peor. King admite que aún no se ha encontrado una solución al problema de tener unos bancos de dimensiones ciclópeas. “Los desequilibrios en el sector han vuelto a crecer”. El concepto “too big to fail” no debería tener cabida en una economía de mercado.
Lo que sabemos del informe es que la comisión no plantea medidas radicales. No habrá partición de los megabancos, pero se propone que se les obligue a crear un gran cortafuegos entre sus dos grandes áreas de negocios con requerimientos de capital y solvencia para cada una de ellas. Es una idea interesante que puede tener consecuencias positivas, aunque dependerá de cómo se ponga en práctica, si es eso lo que ocurre cuando el Gobierno tome la decisión.
¿Es una derrota para los bancos que hasta ahora se han resistido a las reformas estructurales porque, en palabras del consejero delegado de Barclays “la era de las disculpas ha terminado”? ¿Cree el mercado que tendrán que reducir su tamaño en algunos supuestos para ganar en seguridad y por tanto ver reducidos sus beneficios?
Qué preguntas más tontas. El día en que se conoció el informe preliminar de la comisión, las acciones de los grandes bancos británicos experimentaron una fuerte subida. Su valor en bolsa aumentó en 1.000 millones de libras. La frase de siempre: la banca siempre gana.
“Vale la pena luchar por ciertas cosas”, dice el narrador de ‘Inside Job’ en los instantes finales con una imagen de la Estatua de la Libertad. Ya se sabe cómo son los norteamericanos. Para ellos, no hay icono más puro de la libertad que esta mujer de 46 metros de altura. El documental tenía otra opción, más dramática por ridícula: elegir el comienzo de la Constitución de EEUU. “We, the people”.
¿El pueblo? Qué inmensa broma.
Posted by Iñigo at Abril 20, 2011 11:17 AM
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Comments
Excelente Iñigo, muy bueno.
Por aportar algo, tan dañina como la Gramm Leach fue la Commodity Futures Modernization Act de 2000, promovida por el mismo Gramm de que derogó la Glass-Steagall, cuya mujer era por aquel entonces consejera de Enron...
(y mira que no me gusta autocitarme http://tinyurl.com/6dx53k3)
Posted by: Nuño at Abril 20, 2011 01:02 PM
Muy buen post, acabo de pelearme con un teleoperador y ahora leo esto, voy a buscar un bate de baseball XD
Posted by: Automatic Jack at Abril 20, 2011 03:45 PM
Magnífico resumen, deprimente, pero magnífico.
Enhorabuena
Posted by: Sergio at Abril 20, 2011 07:03 PM
Pensar que estamos en manos de esa gente...
Posted by: Alberto Rodrigo at Abril 20, 2011 07:54 PM
Señor,
Cuando creemos tener todo claro sobre como ocurrió la crisis y sus antecedentes, debemos siempre revisar lo nuevo que aparece hilado fino (como en el documental por usted presentado, largo pero bueno), para ver lo que no vimos, y así aumentar ojo avizor y alarma en el presente.
En estos días no hace falta tener medio dedo de frente para observar las burbujas existentes, locales y mundiales... entre las últimas, brillan con luz propia la plata-no el oro... y como en el cuento, cuando todo sea oro, todo será incomible y será el pistoletazo de otra caída con nuevos perdedores y pocos ganadores, porque si el valor refugio deja de ser el oro, arrastrará en su caída ¿a la divisa? lo veremos, falta saber el momento exacto del canto del cisne.
No hay que olvidar, que las divisas actualmente no tienen contravalor alguno y tanto dinero es inasible y más que nunca, puro y confiado humo (o ceros y unos).
Z+-----
Posted by: Señor de la Vega at Abril 21, 2011 02:30 AM
Muy bueno el largo post, sí señor. Acabo de ver el documental hace dos días precisamente. Llevo leyendo este blog casi todos los días desde hace un año más o menos. Estoy de acuerdo con casi todo. Creo que el mundo es muy injusto por la impunidad con la que viven algunos avariciosos. Y estoy harto, como al parecer una porcentaje bastante significativo. ¿Y qué hacemos? ¿Echar pestes en los blogs y luego seguir con nuestro día a día? ¿Fundamos un partido suponiendo que se puede jugar desde dentro del sistema? ¿O nos distraemos con el fútbol y ya está? No tengo propuesta todavía, pero no me quedo tranquilo. Se aceptan sugerencias, me interesaría bastante tu opinión. El problema es que nuestro tiempo es limitado.
Posted by: Jaz at Abril 21, 2011 10:53 AM
una de las muchas cosas que se podria hacee es que los empleados tuvieran una porcentaje en las empresas
tanto para tomar decisiones como para ganancias
lo que necesitamos es que el pueblo tenga voz y voto en las decisiones que toman los gobiernos y los empresarios
necesitamos leyes mundiales propuestas por el pueblo
tengo fe en que la red permita organizarse al pueblo,que es el que esta pagando la crisis
Posted by: pp at Abril 22, 2011 11:25 AM
Aun no he visto el documental, pero lo tengo localizado.
Quien quiera verlo está disponible en el siguiente enlace (tanto para visualizado como para descarga (.avi 700mb)): http://www.megaupload.com/?d=MERXZLEJ
Posted by: manolox at Abril 22, 2011 11:50 PM
Excelente resumen Iñigo, patetico por lo real, pero claro y relativamente conciso, para el tema que trata.
Posted by: Fernando at Abril 23, 2011 03:07 AM
Muy buen resumen de lo ocurrido, y me sube la adrenalina pensando en todos esos peces gordos que no sabían nada de nada de lo que iba a pasar...ja,ja.
Ref la sugerencia de Jaz de organizarnos en vez de echar pestes en los blogs y seguir con el dia a dia. perdona, majo, pero es la realidad...tengo una horita al dia para este tipo de cosas.
Alguien con mas tiempo debe hacerse cargo...yo le seguiré fielmente.
Posted by: leo at Abril 24, 2011 07:36 PM
Recalé en su blog, Íñigo, recabando información sobre el film "Inside Job", que estoy ansioso por ver, pero aún no lo han proyectado en mi ciudad. Mientras tanto, quiero felicitarle por su espléndido comentario al respecto.
Yo no sé si existe alguna forma de arreglar lo que ocurre en éste mundo, pero lo dudo. En éste aspecto prefiero ser más seguidor del Antiguo Testamento y -como los judios- esperar la llegada del verdadero Mesias... el Emmanuel (y que no resultó ser el hasta poco asesor principal de Obama)... que aparezca repartiendo ostias a diestro y siniestro.
Porqué sinó... francamente lo tenemos muy crudo. Y no veo forma de que pudiera existir una revolución mundial que cambiara las cosas.
Saludetes.
Posted by: vm at Abril 25, 2011 11:36 AM