Lo que parecía imposible hace sólo unos meses ahora comienza a convertirse en hechos. H&M, Inditex y otras empresas europeas se comprometen a firmar un acuerdo sobre las condiciones de seguridad de los trabajadores de Bangladesh similar al que rechazaron en 2011 (al acuerdo se ha unido esta misma tarde El Corte Inglés). El Gobierno nombra una comisión para subir el salario mínimo con efectos retroactivos al 1 de mayo. Los trabajadores no tendrán que pedir permiso a la empresa para formar un sindicato.
Todos estos avances suenan bien y son lo que estaban pidiendo precisamente los sindicatos y ONG extranjeras implicados desde hace años en la lucha por los derechos de los trabajadores. Es obvio que todo dependerá de cómo se lleven a la práctica. El problema de formar un sindicato en una empresa, por ejemplo, no termina con la autorización legal, sino que empieza en ese momento. No es raro que las empresas amenacen a los representantes de los trabajadores o que formen su propio sindicato amarillo para cumplir con sus clientes extranjeros o con las apariencias.
Se espera que el pacto se concrete en los próximos días o semanas. Las negociaciones continúan para conseguir que las grandes compañías norteamericanas se unan al compromiso: Wal-Mart, Sears, Gap y JC Penney. El principal escollo parece ser la posibilidad de que los conflictos sobre la aplicación del acuerdo puedan acabar en los tribunales de cada país. La idea es que en primer lugar se produzca un arbitraje y, si no funciona, cada parte pueda recurrir a la justicia. En concreto, Gap ya ha dicho que no permitiría que se le pueda exigir nada en los tribunales de EEUU. Lo que propone –el que no respete el acuerdo sería expulsado públicamente– no parece un incentivo muy poderoso.
Algunas reacciones son sospechosas. De repente, Wal-Mart, que no ha dicho aún que vaya a firmar el acuerdo, ha exigido con un comunicado al Gobierno que clausure una fábrica por riesgo de derrumbe e inspeccione otra. La primera se encuentra al lado de un centro de trabajo que produce para Wal-Mart. En este caso, no sé que es peor: que todo sea un gesto de relaciones públicas de Wal-Mart para aparentar que se preocupa por la seguridad de sus trabajadores o que haya muchos más edificios que presenten serios daños estructurales.
La presión ha resultado efectiva, pero sólo porque se ha producido después de la tragedia de Rana Plaza: 1.127 muertos, 2.438 heridos y 98 desaparecidos.
Los cambios serán progresivos. A corto plazo, hay que esperar que al menos no se repita una catástrofe de esas dimensiones. Si sube el salario mínimo, quizá se ponga a la altura de Camboya. Estamos hablando de las peores condiciones de trabajo en Asia en la cadena de producción de las empresas occidentales. ¿Qué ocurre cuando una empresa local no consigue entregar un envío pactado para una fecha concreta? Que pierde la opción de recibir futuros encargos. Los incentivos operan así en la peor dirección posible.
El WSJ recuerda una serie de cifras que sirven para entender el contexto económico en que se mueve este modelo de producción y que tienen que preocupar. Por ejemplo, en 2012 los norteamericanos utilizaron el 3% de su gasto anual en compra de ropa y calzado. Ese porcentaje era del 7% en los años 70 y del 13% en 1945.
El precio de la ropa ha caído de forma espectacular en los últimos 20 años, y no es que la gente vista ahora con harapos por la calle. Otro dato citado en el artículo: desde 1990 ese precio se ha incrementando en EEUU en un 10% cuando los alimentos han subido una media del 82% en ese periodo.
En la carrera por bajar los costes hasta más abajo de lo creíble hace unos años, las grandes empresas casi han llegado al cero absoluto, y los clientes se han acostumbrado a adquirir productos a precios irrisorios. Está claro que las grandes marcas pueden reducir sus márgenes de beneficio, ¿pero hasta qué punto? Si su modelo de negocio consiste en parte en que la gente visite varias veces al mes sus tiendas para comprar camisetas de 5,95 euros, ¿dónde está el límite de la reducción de costes?
Las multinacionales deberían ser responsables en el país en donde tienen su sede social de todos sus desmanes en el tercer mundo, porque escudarse en el trabajo infantil, la explotación de los trabajadores, la contaminación de los ecosistemas y el resto de prácticas criminales que habitualmente practican, para externalizar hacia los países más pobres sus delitos no sólo es distorsionador sino que también es directamente delictivo. Así muchos de los famosos milagros económicos de grandes multinacionales tanto españolas como extranjeras quedarían en evidencia y al saberse la realidad hasta ahora escondida, a lo mejor cambiaba la apreciación social de esos supuestos magos de la economía capaces de crear imperios transnacionales pero a costa del sufrimiento de millones de personas del tercer mundo. http://diario-de-un-ateo.blogspot.com.es/2013/05/son-necesarias-y-urgentes-tanto-una.html
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