Las encuestas ofrecen a veces curiosas coincidencias. La última del CIS revela que el 69% de los españoles cree que la situación económica del país es mala o muy mala. En Estados Unidos, un 68% de las personas dicen que la economía norteamericana está empeorando, según un sondeo de Gallup en octubre, cinco puntos más que en la encuesta del mes anterior. En ambos países, la recuperación económica es un hecho, con menor intensidad en España, pero el pesimismo está abriéndose camino en los electorados y los gobiernos deben empezar a preocuparse.
Hay situaciones que son paradójicas. A pesar de esa visión negativa sobre la economía, cuando se pregunta a los españoles sobre su situación económica personal, el negro se torna mucho más claro. Un 60,7% de ellos dice que es buena. Ese porcentaje es similar o superior en los votantes de casi todos los partidos, y algo más bajo en el caso de los de Vox (55%).
Los norteamericanos, que en un 65% -según una encuesta de AP- dicen que su situación financiera personal es buena, son capaces de detectar fenómenos positivos en asuntos muy relevantes. Un 74% de ellos cree que es un buen momento para encontrar un empleo. El porcentaje es un récord y está muy lejos del 22% registrado en el comienzo de la pandemia en 2020 y a años luz del 8%-10% que se produjo entre 2009 y 2011 en lo peor de la gran recesión.
Más datos que hay que procesar. La gente que conservó el empleo ahorró mucho dinero durante 2020 y buena parte de este año. Fundamentalmente, porque no tenía muchos sitios donde gastarlo. En EEUU se calcula que esa cifra supera en 2,3 billones de dólares la cifra que era previsible desde 2019. En España, Raymond Torres, de Funcas, estima que los hogares han acumulado 55.000 millones de euros. Sin embargo, tener dinero ahorrado no es algo que despeje todas las preocupaciones en una época de gran incertidumbre.
El monstruo que ha irrumpido de improviso en los últimos tres meses es la inflación. En el comienzo del verano se dijo que el aumento de precios era previsible a causa de la rápida reanudación de la actividad económica y del incremento de la demanda. La gente se puso como loca a comprar cosas y el sistema económico global de intercambio de bienes quedó desbaratado. La imagen de columnas de contenedores pendientes de ser descargados en camiones y de los barcos esperando a que les dieran permiso para entrar en el puerto a millas de la costa resumía ese atasco global. Los grandes organismos internacionales anunciaron que ese repunte inflacionario era transitorio y que no era síntoma de un problema estructural.
Ahora han tenido que plegar velas. El último dato de inflación interanual en EEUU es del 6,2%. En España, del 5,4%. Se trata de las peores cifras de los últimos treinta años. Los menos pesimistas admiten que esa espiral de precios se mantendrá hasta los primeros meses de 2022. A partir de ahí, quién sabe. Las grandes previsiones macroeconómicas suelen fallar en épocas de crisis.
La inflación es capaz de minar la credibilidad de los gobiernos. Cualquier análisis serio dirá que los gobiernos cuentan con pocos instrumentos directos para reducir los precios a corto y medio plazo. Puede que sea cierto, pero los votantes tienen tendencia a pedir cuentas a los que mandan si, por ejemplo, cada viaje a la gasolinera es un dolor. En la Casa Blanca suelen empezar a sudar cuando la media del precio de la gasolina llega a los cuatro dólares por galón (un galón equivale a 3,7 litros). La media actual está cerca de los 3,5 dólares. En California, el Estado donde el combustible está más caro, alcanza los 4,6 dólares.
En España, como en el resto de Europa, son los transportistas los que empiezan a movilizarse en estas situaciones. La patronal del sector ya ha convocado un paro del 20 al 22 de diciembre.
En estos casos, la primera decisión de los gobernantes es mostrar empatía por los percances económicos que se están produciendo. No es que eso impresione mucho a los votantes, aunque al menos sirve para empezar. Luego, comienzan las promesas por difícil que sea cumplirlas. «La inflación castiga los bolsillos de los americanos. Revertir esa tendencia es una prioridad esencial para mí», dijo Biden el miércoles en un comunicado. Algunos titulares sostienen que la inflación es «una pesadilla política para Biden». No es una exageración. «No estamos sentados aquí esperando a que las cosas cambien a largo plazo», dijo una fuente de la Casa Blanca al Financial Times. «Tenemos preparada una serie de actuaciones que llevamos preparando desde hace semanas. Vamos a ocuparnos de esto».
Los precios de la energía son un factor esencial de este problema. Biden ya intentó que Arabia Saudí y el resto de países de la OPEP aumentaran su producción para reducir los precios del petróleo. De momento, sin ningún éxito. Ese incremento afecta también a Europa, al igual que el del precio del gas. A corto plazo, no hay soluciones claras en ambos frentes. Pedro Sánchez ha dicho que la inflación «está peligrosa» y ha reiterado su promesa de que el precio de la luz acabará a finales de este año por debajo del nivel de 2018 sin contar el aumento del IPC. Al final, lo que le queda a los gobiernos es hacer promesas y esperar que los ciudadanos tengan la paciencia suficiente.
El pesimismo mata gobiernos y el optimismo con poca base real no pasa de ser un placebo para ir tirando. Más tarde o más temprano, llega el momento de retratarse. Biden afronta en noviembre de 2022 las elecciones legislativas que pueden dejar a los demócratas sin mayoría en el Congreso. Un año después, le llegará el turno a Sánchez. El descenso de la previsión de crecimiento de España para 2021 hecha por la Comisión Europea deja entrever que una parte de la recuperación se aplaza un año, lo que la acerca peligrosamente a la fecha de las elecciones. Cuando mejoran los datos macroeconómicos, los ciudadanos tardan un tiempo en descubrir que las ventajas llegan a su entorno personal.
Los votantes no convocan paros como los transportistas. Solo toman nota y se la guardan para la próxima vez que les convoquen a las urnas.