Llegó el fin del bipartidismo y con él se nos presenta el confuso mundo de los pactos en el que se sabe cómo empieza una negociación pero no siempre cómo termina. Lo primero que hay que saber es que no se puede desear el fin del baile a dos sin reconocer que hay que aceptar lo segundo con todos sus inconvenientes. Los pactos siempre tienen un precio. Lo que importa es identificarlo, estar dispuesto a pagarlo y comunicarlo a los ciudadanos con honestidad. Todo lo demás es fantasía.
Cuando bajamos a la letra pequeña, encontramos algunas inconsistencias, pero para nada dramáticas. Con tantas alcaldías y presidencias autonómicas en juego, es lógico que ese deporte de contacto físico que es el juego postelectoral dé lugar a algunos tropiezos.
La actitud
Una crisis económica y de sistema político como esta produce declaraciones tajantes sobre lo que hay que cambiar de forma urgente. Eso casa mal a veces con conceptos como moderación, pragmatismo o empatía con el interlocutor que pueden ser útiles en las negociaciones. Presentarse en ellas con una actitud en plan lo tomas o lo dejas sólo suele conducir al fracaso. ¿Y en ese caso para qué negociar?
Las líneas rojas
En el plano retórico, la expresión favorita de estas semanas ha sido «líneas rojas». Algunos políticos lo repetían como si fuera una plegaria. De entrada, suena bastante bélico, como las líneas que marca un general en el mapa para indicar a las tropas el punto del que no se puede retroceder bajo ningún concepto.
Es cierto que algo tiene que presentar como irrenunciable el partido con menor número de votos, no sea que el que tiene más piense que le van a conceder el apoyo a cambio de nada.
Nadie regala nada en política, y es lógico que sea así. Pero cuanto más habla un partido de líneas rojas, más claro deja que no está muy interesado en negociar porque piensa que podrá convertir el fracaso de las conversaciones (reales o simuladas) en una victoria. Claro que en ese caso no puede denunciar el desenlace como una tragedia.
La cólera de Dios
El PP ha reaccionado con un ataque de cólera ante la noticia de que va a perder decenas de alcaldías importantes. «Comportamiento sectario y excluyente». «Desprecio a la voluntad popular». Actitud «mezquina y cortoplacista». Cualquiera diría que Rafael Hernando se ha tomado cuatro copas de Soberano antes de escribir el comunicado. En ayunas.
También acusa al PSOE de colaborar en dejar a Javier Maroto sin la alcaldía de Vitoria y entregarla al PNV, también con los votos de Bildu. «Ha preferido pactar con Bildu», dice el PP. Si es así, sólo se puede decir que han seguido la línea marcada por el Partido Popular. ¿Dónde? En Vitoria.
El partido que más poder institucional ha tenido desde 2011 en esta democracia y que lo ha ejercido despreciando cualquier aportación de otros grupos se queja ahora de que todos quieran pactar contra ellos. ¿Qué esperaban?
Y es un poco tarde ya para hacerse antisistema y bolivariano.
Pactos en despachos
Los nuevos partidos han presentado como ejemplo de la vieja política esos pactos «en los despachos» o «en los reservados de los restaurantes». La escenografía es muy importante en el teatro, pero no más que el libreto o los actores.
En inglés, se utilizaba antes la expresión «smoke-filled rooms» por la época en que las convenciones de los partidos en EEUU se dilucidaban no en el plenario ni en el apoyo conseguido por los candidatos en las primarias, sino en los encuentros secretos de los altos cargos en los que se decidía el nombre del candidato. Lo de «smoke» viene por los puros que fumaban.
Ahora se fuma menos, pero eso no quiere decir que los aparatos de los partidos no decidan ciertas cosas muy importantes sin que los demás nos enteremos (en el caso del PP, con el dedazo del líder es suficiente para elegir al número uno de la candidatura).
¿Entonces la alternativa es celebrar la negociación en mitad de un parque con altavoces o megáfonos? La transparencia es básica, pero sobre todo en relación al resultado de la negociación. La gente tiene derecho a saber qué es lo que se ha pactado y por qué, no a que le retransmitan las conversaciones en plan Carrusel Deportivo. Lo segundo puede hacer que todo se reduzca a un intercambio de discursos y golpes en el pecho, y al fracaso.
La confianza
La gente vota a un partido político para que le represente, no pensando en que le va a engañar incluso antes de que tomen posesión los elegidos. Si no te fías de esos políticos para que defiendan su programa en los contactos con otro partido, ¿vas a confiar en ellos el resto de su mandato, que es como decir cuatro años enteros? La nueva política nunca consistió en pensar: voy a elegir a gente nueva, pero sé que me van a engañar en la primera oportunidad que tengan.
La gente
Preguntaron a Susana Díaz en la campaña electoral de las andaluzas sobre posibles pactos. «Yo quiero pactar con la gente», respondió. What? Supongo que se refería a que reclamaba una mayoría absoluta que nunca le iban a entregar. Es decir, respondió con una fantasía irreal. Después, vienen los pactos de verdad, los que no haces con «la gente», sino con los rivales. Los que tienes que acordar con LOS OTROS (que en este caso no están muertos).
«Nosotros traemos el cambio, no el pacto», dijo Pablo Iglesias en el último mitin de la pasada campaña. Estupendo para que el público se rompa las manos aplaudiendo, pero si no se consigues la mitad más uno, tendrás que propiciar el pacto o sentarte en tus escaños y que gobierne la lista más votada, que en muchas ciudades ha sido el PP.
La vieja y la nueva política coinciden con frecuencia en presentar los pactos poco menos que como sinónimo de rendición, de algo impuro. Pero la primera que es impura es la gente, que no parece por la labor de volver a ningún bipartidismo que convierta los pactos en una excepción.
Nunca se empieza de cero
Lo que ha ocurrido en Gijón y Oviedo permite apuntar dos factores importantes. 1/ El pasado importa. 2/ El que la hace, la paga.
No importa que el acuerdo parezca factible, en el caso de Gijón, un pacto entre el PSOE y Xixón Sí Puede que dejaría sin alcaldía a la fuerza más votada, el Foro liderado por Álvarez Cascos. Las negociaciones nunca empiezan de cero. Lo ocurrido tiempo atrás deja huella, a veces una desconfianza imposible de superar. En Gijón había muchas cuentas pendientes de épocas anteriores en las que los socialistas tenían el poder local.
Quizá habría sido más honesto presentar duras y concretas condiciones que al PSOE le hubiera costado aceptar. O decir de entrada que el acuerdo era imposible. En vez de eso, Xixón Sí Puede convocó una consulta abierta. Mucha gente afirma que el Foro movilizó a sus seguidores para que votaran contra el pacto. No es extraño. De repente, alguien había ordenado una segunda vuelta con entrada libre y derecho a primera copa gratis.
Resultado: Xixón Sí Puede obtuvo 29.750 votos en las elecciones. Unas 200 personas celebraron la asamblea que convocó la consulta, y en esta hubo 3.566 votos (salió el ‘no’ al pacto con el PSOE por amplia mayoría). Los números no dejan en buen lugar a todo este proceso.
Horas después, el PSOE decidió pagar a las candidaturas populares con la misma moneda y castigó a Oviedo negando el apoyo ya comprometido a Somos Oviedo. En este caso, el sorprendido beneficiario pasó a ser el PP. Las ideas ya no importaban. Sólo quedaba la vendetta. Tú mataste a mi padre. Prepárate a morir.
Misión no tan imposible
Barcelona en Comú consiguió once concejales en las elecciones locales, uno más que CiU. Era un resultado magnífico que casi le aseguraba la alcaldía a Ada Colau. Pero se quedaba lejísimos de la mayoría absoluta en un pleno de 41 concejales. Los intereses de los demás partidos formaban una red de intenciones difícil de analizar, no ya para el arranque del mandato, sino para los próximos cuatro años.
Algo hicieron bien unos y otros para que al final Colau vaya a recibir los votos de 21 concejales, es decir, la mayoría absoluta.
Moraleja: sí se puede.