Albert Rivera fue cuidadoso en una entrevista en septiembre al insistir en que no pretendía echar el aliento del resentido sobre Inés Arrimadas en el caso de que discrepara de algunas de sus decisiones. «Sería muy injusto que yo, que nunca admití tutelas, ejerciera de Pepito Grillo de Inés». Hasta ahora, no ha desmentido esa afirmación. Nada de Pepito Grillo con la misión de dar buenos consejos. De repente, Rivera ha optado por el papel de la bruja de Blancanieves, Margaret Thatcher con John Major, o José María Aznar mostrando su desdén por el marianismo de Rajoy.
El aviso que ha enviado a Arrimadas tiene la forma de un bomba de racimo contra su estrategia de las últimas semanas. El proyectil lleva en su interior muchas pequeñas bombas que le seguirán estallando en la cara a su destinataria en el futuro. No es que Rivera no esté de acuerdo con algún movimiento o que tenga dudas razonables sobre sus planes. Le dice a la presidenta de Ciudadanos que a este ritmo acabará sin dignidad. Ni Securitas Direct se atreve a prever desgracias con tanta dureza.
«Uno puede ser laxo, uno puede tener cintura, pero tiene que tener dignidad», dijo el jueves en la presentación de su libro en Zaragoza. «Y creo que la dignidad en la vida cuando la pierdes, eso ya no se recupera. Sinceramente, veo todo lo que pasa y digo: ay, por Dios, menos mal que dimití, porque si tengo que aguantar todo esto, tengo que ir escoltado, pero frente a mis votantes». Inés Arrimadas con guardaespaldas en los mítines de Ciudadanos. Una imagen singular para unirse a las críticas internas y de los medios conservadores a la presidenta del partido por aceptar negociar los presupuestos con el Gobierno.
Indigna, traidora. Con los mejores deseos de su mentor político. Si alguien piensa que Rivera no se estaba refiriendo a ella, las palabras «si tengo que aguantar todo esto», dejaban poco margen para la duda.
Arrimadas ha intentado que su grupo parlamentario vuelva a ser relevante en el Congreso. Diez diputados en la Cámara no dan para muchos alardes. Mantenerse a la vera del PP convierte a Ciudadanos en un satélite de ese partido. Superar en agresividad a Pablo Casado sería imposible para ella, ni aunque se tomara diez Red Bull antes de cada discurso. Debe encontrar su propio camino con un discurso que le distinga de socialistas y populares. Eso es además más importante de cara a las elecciones catalanas, donde el objetivo es atenuar el impacto de la caída que auguran los sondeos.
En este giro de rumbo, no tan pronunciado como las acrobacias que Rivera llegó a ejecutar, Arrimadas ha llegado hasta donde ha podido. Antes del debate presupuestario, ya tuvo que recular. En una reunión de la dirección del partido, se recurrió a sacar dos condiciones nuevas –sobre el castellano en la enseñanza y un referéndum de independencia en Catalunya que a nadie en el Gobierno se le va a ocurrir convocar– para subir el precio del pacto. Los dirigentes no ocultaban la presión que estaban recibiendo por parte de militantes y algunos medios de comunicación, la de los segundos mucho más ruidosa. El anuncio de Bildu de que podría votar a favor de los presupuestos, y no limitarse a la abstención, reforzó la vía que reclamaba el fin de los devaneos con Pedro Sánchez.
En su discurso ante el pleno, Arrimadas eligió un tono moderado en la crítica, que la ministra de Hacienda agradeció, para que no pareciera que había sido derrotada en la primera decisión de gran calado que ha tomado desde que se convirtió en presidenta. Sería demasiada humillación en tan poco tiempo. Sin embargo, el mensaje fue claro: nosotros o ellos. «Nosotros somos la antítesis de las concesiones al separatismo. Para estos presupuestos, tienen ustedes que elegir: la vía de la moderación o la vía del separatismo», avisó al Gobierno.
La tesitura se pelea con las matemáticas. Un Gobierno sin mayoría absoluta está obligado a prestar más atención a los 18 diputados de ERC y Bildu que a los diez de Ciudadanos. Lo que se ha llamado la mayoría de la investidura es lo único que despeja durante al menos un año el peligro de unas elecciones anticipadas en mitad de una pandemia.
El Gobierno consiguió que 198 diputados votaran contra las enmiendas a la totalidad a los presupuestos, una suma notable a la que es probable que haya que restar a Ciudadanos en la votación definitiva.
Unidas Podemos ha hecho todo lo posible por impedir que Ciudadanos formara parte del pacto presupuestario. Hasta el punto de que Pablo Echenique asumió el papel, al no estar en el Gobierno, de lanzar provocaciones al partido de Arrimadas para hacerles saber que no iban a poder votar a favor y que si lo hacían eran unos estúpidos por aprobar unas cuentas de corte claramente izquierdista. Pablo Iglesias eligió el rol más institucional de elogiar las ventajas de conservar la mayoría que había hecho presidente a Sánchez.
En ese ruedo donde impera el ‘te vas a enterar’ que es el Congreso, Arrimadas presumió de las renuncias de Podemos, las propuestas que no han superado la criba del Ministerio de Hacienda: más IVA a la educación concertada, el incremento del Impuesto de Sociedades y un mayor aumento del IRPF. Sea o no cierto, parecía que María Jesús Montero asentía cuando Arrimadas daba estos ejemplos. Ahora que los políticos van con mascarilla, es más complicado saber si van de farol en las partidas de mus.
A la ministra Montero, solo le restaba la opción de dar ánimos a la líder de Ciudadanos. «Me consta que para usted no tiene que estar siendo nada fácil», le dijo, y eso que a esa hora no se conocía el viaje que le había metido Rivera a su (antigua) colega. Era como si estuviera despidiendo a una amiga a la que ha conocido durante poco tiempo y le ha caído muy bien. Adiós, Inés del alma mía, fue bonito mientras duró.