Boris Johnson ha encontrado la forma de levantar el ánimo a los parlamentarios tories y a las bases del partido. Las encuestas colocan a los conservadores bastante igualados con los laboristas –algunas con el partido de Keir Starmer por delante–, lo que supone una gran caída desde las elecciones de diciembre de 2019, que los tories ganaron por 11,5 puntos de diferencia. Decenas de diputados tories no ocultan su malestar por las promesas que hizo el primer ministro al final del verano. Por entonces, el Gobierno preveía una vuelta inmediata a la normalidad económica. La segunda oleada del coronavirus ha exigido el regreso de las medidas más drásticas, de momento sin resultados muy positivos.
Todo es deprimente para los tories a pocas fechas en que el Brexit se produzca la culminación definitiva. Así que la alternativa que presenta Johnson, el caramelo con el que su partido olvidará las penurias del presente, consiste en volver al pasado. Toca abrillantar el carácter de gran potencia del Reino Unido. Aumentar el gasto militar y reverdecer las glorias del pasado.
La llegada de Joe Biden a la Casa Blanca en enero deja a Londres sin un aliado fiable en Washington, por más que el carácter errático de Donald Trump tampoco era una garantía para la política exterior británica. Pero Biden es un pragmático que intentará reconstruir las relaciones con Europa y la importancia de la OTAN, y ahí Reino Unido puede jugar un papel relevante. Lo malo para Londres es que una Gran Bretaña postBrexit es menos interesante como intermediario en el diálogo con los europeos. Además, Biden ha dejado ya claro que el futuro del Ulster es un asunto que le interesa especialmente.
Para remediarlo, Johnson ha optado por el rearme. Un gasto extra de 16.000 millones de libras en los próximos cuatro años. El mayor incremento en términos reales desde los tiempos de Margaret Thatcher. Existía un compromiso previo de aumentar el gasto en defensa en 0,5 puntos sobre la inflación, por lo que la cifra final podría estar en torno a los 21.500 millones.
«Es nuestra oportunidad para poner fin a la era de la retirada, transformar nuestras Fuerzas Armadas, reforzar nuestra influencia global, unir a nuestro país, apostar por las nuevas tecnologías y defender a nuestro pueblo y su modo de vida», dijo Boris Johnson.
El Ministerio de Hacienda se había resistido a las peticiones de Defensa hasta ahora. Fue la intervención personal de Johnson la que cerró el debate. El aumento del gasto público a causa de la pandemia obligará al canciller Rishi Sunak a revisar por completo el presupuesto que se presentó en marzo. La próxima semana, Sunak presentará al Parlamento los nuevos datos. Se espera que comunique que las finanzas británicas han recibido el golpe más fuerte desde la Segunda Guerra Mundial.
En las condiciones actuales, los analistas no ven otra alternativa que el aumento de impuestos –un trago muy difícil de aceptar para los conservadores–, aunque no se espera ninguna decisión en ese sentido hasta 2021 cuando se conozca el impacto económico final de la pandemia.
El Banco de Inglaterra ha previsto que la caída del PIB será del 11% este año, el mayor descenso registrado en los últimos tres siglos.
Siempre dispuesto a estar a la altura de las glorias imperiales del pasado, Johnson tiene la intención de prestar una atención especial a la Armada británica como símbolo de la política exterior y la fuerza global del país. El dinero extra servirá para completar el grupo de ataque de los dos nuevos portaaviones ya entregados a la Marina, pero aún pendientes de su despliegue definitivo (el primero de ellos lo hará el próximo año). Las fragatas, buques de apoyo y aviones que necesitan aún estaban en el aire por problemas presupuestarios. «Más barcos de guerra para la Armada Real» es el objetivo que ha anunciado Johnson.
El Partido Verde ha comparado el incremento de gasto con los 4.000 millones de libras añadidos para la lucha contra el cambio climático. «Estamos caminando a ciegas hacia un videojuego distópico sin un debate público» sobre las prioridades del país, ha dicho su número dos, Amelia Womack. Las ONG pacifistas han sido más agresivas en las críticas. «Tanques y aviones de guerra no nos mantendrán seguros ante las amenazas más graves que afrontamos: pandemia, pobreza y la emergencia climática. La Covid-19 ha revelado la superficialidad de las opiniones ingenuas que sostienen que el armamento nos da seguridad. No puedes atacar a un virus con armas nucleares», ha denunciado Symon Hill, de la organización Peace Pledge Union.
La construcción de los dos portaaviones fue encargada por el Gobierno de Gordon Brown hace una década. Después de llegar al poder y en el inicio de la era de la austeridad, David Cameron se planteó seriamente vender uno de ellos, aún en construcción, pero el alto precio hizo que no hubiera candidatos. Los contratos realizados hacían que fuera más caro cancelar la orden que llevarla hasta el final, a pesar de que los despliegues en Irak y Afganistán demostraron que quien más necesitaba el dinero era el Ejército de Tierra.
Como símbolo del poder militar del país, los portaaviones pertenecen a una época ya anterior. Estos gigantes del mar son ahora mucho más vulnerables a causa del avance en la tecnología de misiles. El misil antibuque chino Dong-Feng 21 es su adversario más reconocido desde su puesta en acción a principios de los años 90. Montado en una plataforma móvil desde tierra, tiene un alcance operativo de unos 1.700 kilómetros. Está pensado para atacar grandes buques, en especial portaaviones. Puede caer sobre su objetivo a una velocidad máxima de Mach 10.
No es que China haya mantenido en secreto su capacidad de convertir en obsoletos a los portaaviones. En desfiles militares, ha presentado versiones posteriores del Dong-Feng con un alcance de 3.000 kilómetros.
La realidad es que Boris Johnson no está interesado en declarar la guerra a China. Le basta con calentar los ánimos patrióticos de los diputados tories que no se explican cómo el primer ministro ha podido perder con tanta rapidez el apoyo que obtuvo en las urnas hace menos de un año.