David Cameron no estaba pensando en Mariano Rajoy cuando ha hecho este comentario un día antes del referéndum de Escocia:
«Gobierno un país democrático, y cuando una de las naciones del Reino Unido eligió en las urnas a un Gobierno que reclama un referéndum, yo tenía que tomar una decisión. Podía decir ‘sí, puedes celebrar un referéndum, y esta es la forma de hacerlo de forma legal, definitiva y justa’ o podría haber metido la cabeza en la arena y decir ‘no, no vas a tener un referéndum’. Creo que la independencia de Escocia estaría hoy más cerca si hubiera tomado esa segunda decisión en vez celebrar un referéndum».
No le falta razón. Es cierto que Cameron se está jugando la vida. Parece poco probable que pueda sobrevivir políticamente si gana el sí en el referéndum. Ahora está recibiendo algunas críticas en Londres, no por haber negociado con Alex Salmond la celebración de la consulta, sino por detalles concretos: dejar que el sí representara el apoyo a la independencia en la papeleta (pedir el no termina obligando a hacer una campaña negativa), la fecha de la consulta, su pasividad hasta una semana antes de la cita, etcétera. Nadie tiene valor para decir que Cameron debería haber adoptado la táctica de la avestruz y fingir que en Escocia no pasaba nada.
Es una más de las muchas diferencias entre el Reino Unido y España.