Los partidos huyen de las crisis internas como de la peste. A veces, vienen bien si dan lugar a una reconciliación. No importa que pueda ser más falsa que un duro de madera o que sea prácticamente forzada por las circunstancias. La escena de ‘nos amaremos para siempre y nunca te abandonaré’ es impagable. El público dice ‘ooooh’ y se rompe las manos aplaudiendo. Los titulares destacan el amor verdadero. Las fotos son maravillosas y las sonrisas no pueden ser más sinceras.
La convención del Partido Popular celebró su penúltimo día en Valencia, aunque en realidad parecía que se trataba de la jornada clave que todos estaban esperando o temiendo, y eso que no intervenía Pablo Casado. El plato fuerte era la aparición de los seis presidentes autonómicos del PP. Entre ellos estaba Isabel Díaz Ayuso, de vuelta de su gira fantástica por Estados Unidos, donde se fotografió delante del Capitolio, dio una entrevista con la Casa Blanca de fondo y se reunió con unas pocas personas que nunca habían oído hablar de ella.
La jornada comenzó con un inesperado cambio en la agenda. El partido incluyó un discurso de Teodoro García Egea que no estaba previsto y que se iba a realizar antes de la charla con los presidentes autonómicos. Se anunció para las 12 de la mañana. Pero a esa hora a Díaz Ayuso, que venía de Madrid, no le daba tiempo a llegar. Aparentemente, era esencial que ella estuviera presente, por lo que se retrasó media hora. Luego hubo que esperar un poco más. El título del discurso del secretario general del PP era «sin partido no hay Gobierno». Aviso a los barones regionales. Ellos tienen el poder en su comunidad, pero el partido manda. Es decir, García Egea cuando les llama para que hagan algo que no les apetece, que es algo que a Díaz Ayuso le ha ocurrido bastante este año.
Egea hizo un repaso a todos los grandes éxitos del PP desde que tuvo que regresar a la oposición en 2018. A su espalda, un gráfico mostraba cómo había evolucionado la intención de voto al partido en las encuestas, sin que estuviera claro cuál era la fuente. Otro aviso a Ayuso: «Las derrotas en (las mociones de censura de) Murcia y Castilla y León fueron la primera vuelta de las elecciones madrileñas, comenzaron a hacer crecer el apoyo a nuestro partido y culminaron con una magnífica victoria en Madrid del PP». Por tanto, el éxito de Ayuso en mayo debía mucho a García Egea y sus intrigas en Murcia en una versión de la política reciente que habrá despertado risas en el PP madrileño.
Cuando la pantalla del fondo del escenario ofreció la imagen de la portada de ABC con el triunfo de Díaz Ayuso en mayo, el público empezó a aplaudir antes de que García Egea se refiriera a la presidenta madrileña. Ella miró a un lado, dudó un poco y se levantó para recibir la ovación de los asistentes. Era como un calentamiento para la escena final.
En el debate de los presidentes, todos defendieron los logros de su gestión y las maravillas de sus regiones. Andalucía, la región más poblada de España, tiene el mayor número de trabajadores autónomos, anunció Moreno Bonilla. Hubo un golpe de humor involuntario cuando la moderadora –la eurodiputada Dolors Montserrat– presentó a Fernando López Miras con el argumento de que «en Murcia podéis compatibilizar la protección del medio ambiente con la agricultura». Nadie lo diría al comprobar los daños causados en el Mar Menor por el alto número de vertidos ilegales procedentes de explotaciones agrícolas.
Alberto Núñez Feijóo estuvo especialmente enérgico en su discurso. Parecía que pretendía demostrar a los asistentes que él no es ese presidente gallego que habla de forma sobria y guardándose las cartas que quiere jugar. Que puede ser tan agresivo como esa presidenta que sale tanto en los medios. En el final del acto, Montserrat les dio la opción de ofrecer «un titular», una intervención más breve, y el presidente gallego se lanzó a dar otro discurso. «Alberto, ¿tú sabes lo que es un titular?», le dijo Moreno Bonilla. Era como preguntarle: ¿qué te has tomado hoy que pareces otro?
Los presidentes hablaban mirando al público intentando ser mitineros y recibir el apoyo de la audiencia. Díaz Ayuso, no. Llevaba escrito el texto de su intervención en tarjetas que iba leyendo con cuidado. Que se viera que había meditado su discurso y que no quería olvidarse de nada. Algunas frases habían sido escritas para reforzar su leyenda indomable. «Las águilas vuelan solas y los cuervos en bandadas», fue una de ellas, la clase de sentencia que podrías encontrar en una galleta de la fortuna o en un máster de liderazgo impartido por Albert Rivera a cambio de la módica cantidad de 5.800 euros.
El momento que todos estaban esperando vino después. En primer lugar, recordó todo lo que Casado ha hecho por ella (ya pueden ir sacando los pañuelos). Se refirió al «infierno político-mediático» de las últimas semanas, que en realidad inició ella al hacer público que será presidenta del PP de Madrid, le guste o no a Génova. Y después la declaración de amor eterno: «Te quiero dejar claro que tengo meridianamente claro cuál es mi sitio, y mi sitio es Madrid».
No importa que los medios de comunicación hayan exagerado con la posible amenaza de Díaz Ayuso al liderazgo de Casado antes de las próximas elecciones. No importa que esa herida se hiciera más profunda cuando el líder del PP insistió en público que Almeida podría ser candidato a la presidencia del PP madrileño. No importa que la producción legislativa del Gobierno de Díaz Ayuso sea tan escasa tras dos años como presidenta que sólo le ha dado para aprobar la reforma que le permite controlar los informativos de Telemadrid y no mucho más (sus audiencias ya se han hundido, pero lo importante ya se ha conseguido).
Lo esencial es que Casado puede respirar tranquilo de momento, el culebrón perpetuo en que vive Díaz Ayuso no seguirá perjudicando al PP, y los asistentes al acto de Valencia podían después irse a comer una paella sin atiborrarse de Almax. Hasta la siguiente vez en que el águila de la villa y corte vuelva a enseñar las garras y decida lanzarse en picado sobre los roedores de Génova. Es algo que está en su naturaleza.