Es duro ser Pablo Casado. Los peores resultados del PP en toda su historia. Una humillación reciente en las elecciones catalanas. Un partido de extrema derecha que surgió del electorado del PP que no sólo no devuelve los votos prestados, sino que sube en las últimas encuestas publicadas por medios conservadores. Comprueba que ni siquiera con la pandemia del siglo consigue superar en votos al PSOE en los sondeos. Tiene de número dos a García Egea. Ve que le desprecia alguien como Álvarez de Toledo a quien sacó de la nada política. Observa de lejos cómo Núñez Feijóo manda señales. Ahora, el líder del PP está además perplejo por el carácter frenético de la política española. Es un viejoven de 40 años que piensa que todo va a peor y al que le supera tanta modernidad. Está con unos vejetes al lado de la valla diciendo: esta gente no sabe encofrar.
Casado no podía decir que no a su antiguo mentor cuando le invitó a un acto en el Instituto Atlántico que hacía las veces, aunque no se vendiera así, de celebración del 25º aniversario de la victoria del PP en 1996. José María Aznar le dio una de sus primeras oportunidades en política contratándole como asesor cuando tenía 28 años y antes de entrar en el Congreso. Hasta le dio lecciones sobre cómo hacer negocios en Libia. Cualquier comparación del dominio mayestático que ejerció Aznar sobre la derecha con la situación actual resulta un tanto embarazosa para Casado. Más cuando las últimas noticias sobre la corrupción en el PP le obligaron a decir que él no tiene nada que ver con ese pasado, el de Aznar y Rajoy, y a anunciar la venta de la sede de Génova.
Lo que Aznar no esperaba es que el acto coincidiera con el día en que La Razón publicó una noticia según la cual la dirección del PP está casi enfurecida por la entrevista que dio el expresidente el domingo en La Sexta, cuando dijo que él sólo pone la mano en el fuego por sí mismo. Aznar «vive en una realidad paralela porque no ha asumido que ya no suma, sino que sólo resta», dicen fuentes del equipo de Casado al periódico. Ni que fueran dirigentes del PSOE hablando de Felipe González.
La charla del martes sirvió para que Aznar presumiera de todo lo que consiguió en los años noventa («unir todo lo que estaba a la derecha de la izquierda») y un mensaje a Casado que se puede interpretar como un aviso sobre hasta qué punto un líder puede hacer tabla rasa con el pasado: «Se construye sobre lo que hay». Como la frase vino precedida de una cita de Cánovas del Castillo, quizá sólo era otro intento del expresidente de ponerse grandilocuente y conectarse con la historia de España. Una vez se disfrazó del Cid Campeador, así que es muy consciente del quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos.
Por eso, a Casado le tocaba volver al redil y conectarse otra vez con ese legado que le está persiguiendo en los tribunales: «Pinchan en hueso aquellos que intenten dividir a la nueva generación del PP de sus predecesores». Es un hueso que él tiene ya muy dolorido. Aunque los jóvenes tengan que ponerse a buscar una nueva sede, porque la actual está llena de fantasmas de sus antepasados y de sobres con dinero B.
Es indudable que él lo tiene más difícil que lo que lo tuvo Aznar. El problema es que las explicaciones de Casado son tan confusas en ocasiones que es complicado pensar que va por el buen camino. Para destacar que no se puede comparar el presente con lo ocurrido en la derecha en los años 90, dijo que «Aznar tuvo que mover el partido a donde estaba la mayoría centrada». Hasta ahí, correcto. Pero luego describió cuál es su misión: «Justo lo contrario de lo que tengo que hacer yo ahora, que es mover a la mayoría social hacia la centralidad, transversalidad y moderación del partido».
Si eso es una crítica al radicalismo de Vox, es posible que tenga razón. También es complicado aceptar que eso es lo que Casado está haciendo si tenemos en cuenta el tipo de oposición que ha hecho al Gobierno de Sánchez durante la pandemia y su apoyo al estilo de guerra total sin hacer prisioneros que caracteriza a Isabel Díaz Ayuso.
Casado tuvo otra frase de las que hacen pensar que está profundamente deprimido. «No hay que hacer otro Partido Popular (otro guiño a la vieja guardia para que no se ponga nerviosa). Hay que hacer popular al partido». Ergo, admite que ahora no lo es. Los juegos de palabras no son la mejor idea en política cuando vienen mal dadas. Una muestra de la autodisciplina que Aznar se impone desde que Rajoy abandonó el liderazgo del PP es que no saltó de la silla y agarró de las solapas a su joven sucesor para que recuperara la compostura y dejara de gimotear.
El presidente del PP vive obsesionado por el panorama mediático. No es la primera vez que se confiesa desarmado ante la cobertura periodística de la actualidad política. En la primavera de 2020, llegó a sugerir que los medios estaban ocultando a sus lectores la dimensión más trágica de la pandemia. Como si esperara que las portadas estuvieran llenas de ataúdes todos los días sólo para hacerle la vida más fácil. Esta vez, fue más lejos y se quejó amargamente del ritmo delirante de la política, donde medios, redes sociales y partidos se encuentran inmersos en una loca carrera por atrapar el último titular y prepararse para el siguiente.
«La urgencia en la que vive la comunicación es suicida para la sociedad española», dijo. Lamentó tener que acomodarse a la pelea por lanzar el siguiente tuit o comunicado, como si todo hubiera que hacerlo con la lengua fuera. Es lo que hace el PP, y un poco todos los partidos, que también consigue que muchos de sus diputados salgan corriendo para reafirmar en Twitter el último argumentario del partido.
Casado tiene problemas para entender el mundo actual y se siente arrastrado a una dinámica que dice que no le gusta. Que lo digan personas de la edad de Aznar (68 años) o Rajoy (65) tendría un pase, pero es curioso que el presidente del PP (40 años) se rebele ante una situación que conoce bien y que además él mismo ha propiciado. No para en el despacho y viaja con frecuencia con la intención de colocar sus propios titulares en el mercado periodístico y hasta se hace fotos con vacas y ovejas para que se vea que está en contacto con la realidad del país. No dosifica sus apariciones públicas. Se apunta a todo y en la campaña catalana terminó por tapar al candidato principal de su partido.
Lo mismo sucedió cuando se quejó de que «estamos ante una España absolutamente polarizada». Esto es un poco como si Hannibal Lecter denuncia que no es posible encontrar comida vegetariana de calidad en los restaurantes. Casado ha hecho una oposición brutal al Gobierno, haciendo personalmente responsables a Pedro Sánchez y Salvador Illa de la muerte de decenas de miles de personas en la pandemia. Se niega a pactar la renovación del CGPJ, a pesar de que es una obligación marcada por la Constitución. Sostiene que el Gobierno es un peligro para la democracia y los derechos fundamentales.
Pero los que están polarizados son los otros. Los radicales son los demás.
«Un partido serio y responsable no está de moda» en España, dijo, engordando la lista de lamentos. Todo está lleno de rockeros melenudos y raperos excitados que están volviendo loco al venerable Casado con su música y sus tuits demoníacos. Esa juventud que no respeta nada.