El primer ministro francés, Manuel Valls, dijo el miércoles en el Parlamento que había llegado el momento de tomar «medidas excepcionales» contra el terrorismo. Menos de 24 horas después, la policía detuvo al cómico y activista político Dieudonné, supuestamente por apología del terrorismo. «Me siento como Charlie Coulibaly», había escrito en su página de Facebook, utilizando los nombres de Charlie Hebdo y de Amedy Coulibaly (el yihadista que asesinó a cuatro personas en un supermercado kosher de París).
Dieudonné es un provocador nato del que ya escribí en 2013. Sus espectáculos son terriblemente populares y un alegato permanente contra el poder francés. Su trayectoria ha adquirido una deriva siniestra en los últimos años. Comenzó como un activista contra el racismo presente en la sociedad francesa (esa sociedad que idolatra lo que llama sus «valores republicanos») y ha acabado juntándose con elementos de la ultraderecha para denunciar el supuesto poder de los judíos.
El comentario en Facebook fue borrado después, pero su cuenta oficial de Twitter lo recuperó para ampliarlo con un párrafo cuando Dieudonné ya estaba detenido. No esperemos una aclaración. Dice que se siente un Amedy Coulibaly, pero que no es muy diferente a Charlie. A saber lo que quiere decir exactamente. Quizá revalidar sus credenciales antisistema y al mismo tiempo presentarse como víctima.
Lo que está claro es que su arresto y previsible procesamiento son una venganza del Estado, cuando no una venganza personal de Valls, contra alguien que estaba desde hace tiempo en su punto de mira. Las actuaciones de Dieudonné han sido prohibidas en varias ciudades francesas, no en todas, y eso no ha mermado su popularidad entre muchos jóvenes del país. Las críticas al cómico son legítimas (como también los elogios de aquellos que creen que la suya es una respuesta salvaje pero necesaria contra el sistema político), pero su detención pocos días después de la gran manifestación de París en favor de la libertad de expresión tiene todo el aspecto de un ajuste de cuentas.
Esas palabras de Dieudonné pueden ser escandalosas o lamentables para la mayor parte de la sociedad francesa. Resulta estúpido pensar que no ocurre lo mismo con las caricaturas y textos de Charlie Hebdo, no sólo en sus alegatos contra la religión islámica, sino contra otras religiones. Cualquiera puede pasearse por la Francia profunda con esa portada en la que aparece Jesucristo dando por culo a Dios, y con el Espíritu Santo clavado en el suyo, para imaginarse el tipo de respuesta que recibiría. Seguro que el argumento de los «valores republicanos» no iba a ser muy efectivo.
Los trabajadores de Charlie Hebdo han pagado un precio más alto que Dieudonné por sus desafíos. Eso es indudable. Sin embargo, lo que está aquí en juego es mucho más que la integridad física de los heterodoxos, o al menos eso se dijo el fin de semana en París y eso es lo que movió a millones de personas a salir a la calle.
Ocurre que la defensa de la disidencia, de la libertad de expresión parece acabarse cuando se adjudica a alguien la etiqueta de terrorista o defensor de los terroristas. Y al final es el Estado quien decide quién tiene derecho a expresarse con total libertad.