Vimos su foto ya hace tiempo, pero la primera vez que aparece Edward Snowden en ‘Citizenfour’ podemos sentir la misma impresión que tuvieron Glenn Greenwald y Laura Poitras. Vaya, qué joven es, si te lo encontraras por la calle, pensarías que es un simple universitario. Si te dijeran que está siempre con ordenadores, creerías que lo suyo son los videojuegos (la voz es distinta, no hay nada de juvenil ni de ingenuo en ella).
Era algo más que eso: el responsable de la filtración de la información más sensible sobre espionaje interno en los países occidentales (gracias a lo que descubrió en su trabajo para la NSA), una revelación tan asombrosa que si hubiera sido el centro de una película de hace unos años, habríamos pensado que se trataba de un argumento a la altura de la teoría de la conspiración más delirante.
La información conocida gracias a Chelsea Manning y Wikileaks tuvo un gran impacto, pero se refería a un asunto (las guerras sucias de los imperios) del que a lo largo de la historia hemos tenido sobrados ejemplos. Sobre los excesos del Estado dentro de sus fronteras, podemos recordar en EEUU a J. Edgar Hoover investigando de forma secreta a todo el mundo, incluso en los niveles más altos, con preferencia por los asuntos más sórdidos que uno pueda imaginar.
Lo que nos cuenta Citizenfour en el documental que ahora se estrena en España está en un plano diferente. Somos testigos de la aplicación del inmenso poder tecnológico del Estado moderno en la vigilancia de sus propios ciudadanos. Entre otras cosas, es el fin de la inocencia en relación a Internet y las nuevas tecnologías. Se acabó la vieja historia de cómo daban un poder sensacional a los ciudadanos frente al viejo Leviatán que no podía frenar a todos esos que se ponían la máscara de Guy Fawkes y que contaban con la herramienta más poderosa que el megáfono o la imprenta: un teléfono móvil. Las leyes nos protegían, y sobre todo nos podíamos cobijar en esa barrera tecnológica representada en la idea ‘no hay suficientes censores ni software tan potente como para que nos rastreen a todos’.
Qué equivocados estábamos.
No es sólo Rusia y China las que han sabido adaptarse a los nuevos tiempos para emplear esas mismas tecnologías en el control de la población o en mejorar su política de propaganda. En realidad, en la primera faceta los gobiernos occidentales (en especial EEUU pero no sólo EEUU) son los que han llegado más lejos, y han contado con la colaboración, voluntaria o forzada, de los gigantes de la industria tecnológica.
Al poco de empezar el documental, escuchamos la voz de Snowden, que nos explica exactamente cuál debe ser nuestro punto de partida si queremos ser conscientes del alcance de ese control.
«Por ahora, debes saber que cada frontera que cruces, cada compra que hagas, cada llamada que hagas, cada antena de telefonía móvil que pases, cada amigo que tengas, cada artículo que escribas, cada página web que visites, cada palabra que pongas en el ‘asunto’ de un email, está en manos de un sistema cuyo alcance es ilimitado porque no existen controles. Al ser una víctima del sistema de la NSA, debes ser consciente de la amenaza que una policía secreta sin restricciones supone para las democracias».
Ese es el nivel de información del que debemos ser conscientes para entender ‘Citizenfour’ en sus primeros minutos. Pronto veremos en la pantalla cómo los antes poco mencionados «metadatos» de nuestras comunicaciones nos desnudan casi tanto como el contenido de las conversaciones, y en algunos aspectos incluso más. Y las mentiras con las que se ha intentado encubrir todo esto y que, sin Snowden, continuarían siendo la ‘verdad’ oficial.
Laura Poitras elige como principal ‘actor de reparto’ a Glenn Greenwald, el periodista que años atrás denunció desde Salon.com la agresión a los derechos civiles que suponía la ‘guerra contra el terrorismo’ emprendida por la Administración de Bush tras el 11S. Fueron esas informaciones las que le pusieron en el radar de un joven experto en bases de datos de la NSA, que tenía acceso a prácticamente todo en su ordenador, incluidas las imágenes en tiempo real de las cámaras de los drones que sobrevolaban Irak y Afganistán.
Él será la conexión entre Snowden y el mundo exterior, pero el propio joven norteamericano será consciente desde antes de que la opinión pública sepa nada que no podrá esconderse tras el anonimato, que tiene que dar la cara y que su vida cambiará para siempre. Lo vemos en el documental explicándolo con total frialdad. Su determinación es sólida y es imposible imaginar que no sepa de verdad las repercusiones del paso que está a punto de dar.
Excepto en la escena final, en la que Greenwald cuenta a Snowden la información que le ha llegado de otra fuente interna de la NSA (y hay que ver la cara que pone Snowden) ‘Citizenfour’ no ofrece grandes sorpresas a todos aquellos que siguieron esta historia desde el principio. Para el resto de la gente, es no sólo un documento necesario, sino imprescindible. E incluso los que hayan leído los artículos de Greenwald o su libro encontrarán material para reflexionar y el placer como espectadores de contemplar un documental que poco a poco va convirtiéndose en un thriller.
Es una película cuyo final aún no está escrito. Los malos siguen ganando, pero los demás ya saben quiénes son ellos y cuáles son sus intenciones (y como termina un artículo John Cassidy, de The New Yorker, hay que preguntarse: «¿De qué lado estás tú?»).
La próxima vez no podremos decir que no estábamos avisados.
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—La privatización del espionaje. 13 junio 2013.
–Si quiere entregar sus datos personales a la NSA, pulse Enter. 21 junio 2013.