Alex Garland tiene algo que decir al pueblo de Estados Unidos. ¿Quieren saber cuál es el precio de la polarización cuando llega al nivel más extremo que es la guerra civil? ¿Cuando el presidente viola la Constitución y otros centros de poder del país deciden acabar con él por la fuerza y nadie consigue imponerse al principio de la crisis? ‘Civil War’ es la respuesta. No esperen que los periodistas les ayuden a entender qué es lo que está pasando. Ellos están tan confundidos y hastiados como ustedes. Lo que es seguro es que cogerán un coche y partirán hacia el lugar donde nadie en su sano juicio debería estar.
Uno de los requisitos habituales en los thrillers políticos es ofrecer al espectador una serie de hechos con los que explicar ese universo alternativo donde ocurren acontecimientos casi inimaginables. En ‘Siete días de mayo’ (1964), el presidente de EEUU pretende firmar un tratado de desarme con la Unión Soviética que cuenta con el rechazo de la oposición y de la cúpula militar. El presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor decide responder con un intento de golpe de Estado.
En ‘Syriana’ (2005), el hijo del emir de un país del Golfo Pérsico aspira a modernizar su país, abandonar su relación de dependencia con EEUU y utilizar el dinero del petróleo en favor de sus ciudadanos, no de las empresas de armamento. La CIA se ocupará de que no tenga éxito.
En ambos casos, las películas ofrecen elementos de ficción que son plausibles. ‘Civil War’ hurta al espectador elementos de la trama que ayudarían a entenderla. Cómo empezó todo. Cuál fue la decisión del presidente que desencadenó la guerra. Qué se pudo hacer para evitarla. Es uno de los grandes aciertos de Garland. Lo que ofrece es el paisaje desolador de una guerra civil en la que los motivos del conflicto han dejado de tener sentido.
Lo único que se impone sobre todos es la destrucción, la aniquilación de una sociedad democrática. Los combatientes han dejado de preguntarse por qué luchan. Sólo cumplen órdenes. Lo único que les importa es sobrevivir. Y lo que puede impedirlo es simplemente otro hombre armado escondido en una casa cercana que aspira a matarle.
Una de las mejores frases de la película está incluida en el tráiler. Los creadores saben que simboliza mucho de lo quieren contar. La mayoría de los críticos lo ha entendido así y por eso la incluye en sus artículos. «¿Qué clase de americano eres tú?», pregunta a los asustados reporteros un soldado armado con unas ridículas gafas de sol de color rojo. Sería un grave error tomártelo a broma, uno de esos con los que puedes perder la vida. Es alguien a quien no le importa matar. Ha pasado el umbral en que eso le causa algún problema.
Las guerras están llenas de personajes de ese tipo. Buscar en ellos una respuesta ideológica es una pérdida de tiempo, excepto en el plano más básico, por ejemplo en el odio a los extranjeros. Años atrás en la vida civil, podían ser personajes mediocres o irrelevantes. Ahora tienen un arma. Ese es todo el poder que necesitan.
Sin embargo, esa frase sirve para situar al espectador norteamericano en el punto exacto. Es ahí donde debe fijarse, no en el hecho de que sean los estados de California y Texas, uno progresista y el otro conservador, los que se rebelan contra el presidente, lo que ha provocado alguna perplejidad entre los críticos.
La clave no es cómo has llegado hasta ahí, sino lo que ocurre a partir de ese momento.
Lo que tendrás será una situación no muy diferente a la que ves por televisión cuando te informan sobre guerras civiles en África y Oriente Medio. Esos lugares que te parecen tan lejanos, tan primitivos. Tu país, paradigma del progreso y de la democracia, no será tan diferente como crees. Esas son las consecuencias que sufrirás si dejas que tu sociedad se deslice por la pendiente.
Los protagonistas de la película son los periodistas, una profesión que no está precisamente en la lista de las más valoradas en las encuestas que se hacen en los países occidentales (de hecho, nunca lo ha estado). Garland, nacido en Londres en 1970, no ha ocultado que los ha presentado como «los héroes». Es interesante saber que no lo son porque tengan las respuestas a todo lo que está sucediendo. No son tertulianos que sepan lo que va a pasar. De hecho, están tan perplejos como esos ciudadanos que viven en las zonas que no se han visto afectadas por la guerra y que viven en una especie de oasis a espaldas de todo el horror.
La diferencia es que los periodistas no pueden echarse atrás. Deben seguir hacia adelante, aunque sea por esa idea loca de conseguir una entrevista con el fanático que ocupa la Casa Blanca.
«Decir que odias a los periodistas es como decir que odias a los médicos. Necesitas a los médicos. No es una cuestión de si te gustan o no los periodistas. Los necesitas, porque son la forma de controlar a los gobiernos», ha dicho Garland. O al menos de intentarlo. Y pagarán un precio por ello, mucho más en una guerra, como hemos visto en Gaza.
Joel (Wagner Moura) es el reportero para quien no hay nada mejor que soltar adrenalina por todos los poros. Ningún momento es malo si permite sentirte vivo. Jessie (Cailee Spaeny) es la joven novata a la que la falta de experiencia no anula su determinación por acercarse al nivel de los profesionales a los que admira. Lee (Kirsten Dunst) es la brújula moral del grupo, la que no olvida que su función es la de ser testigo, no protagonista, a pesar de que es consciente de que al final pocos les prestarán atención.
Es una aspiración modesta, aun más en tiempos turbulentos, y también realista. Siempre existe el riesgo de sobrevalorar el trabajo de los periodistas. Por eso, ‘Civil War, es una película pesimista. No importa cuántas veces avisen de lo que está por venir. Pocos escucharán.