Ya sabemos que los candidatos republicanos a la presidencia competirán entre ellos para ver quién es el más proisraelí en juego, pero se tendrán que poner en la cola por detrás de Hillary Clinton. En su reseña del libro ‘Hard Choices’ (al que podríamos definir como las memorias de Clinton tras su paso por la Secretaría de Estado), el exdirector del NYT Joseph Lelyveld destaca cómo las posiciones de Clinton sobre Israel son muy diferentes a las de Obama.
«Su interés en distinguir sus posiciones de las de Obama es más evidente en sus páginas sobre israelíes y palestinos. Como quizá haya que esperar de una exsenadora de Nueva York, no puede permitirse criticar con dureza a Israel por la ocupación de Cisjordania; de hecho, nunca usa la palabra ‘ocupación’. Admite que el crecimiento de los asentamientos supone un problema político, y cuando estuvo en el cargo presionó por una ‘congelación’ limitada de su construcción, pero no dice nada que indique que los problemas que suponen los asentamientos o las condiciones de vida en Cisjordania (la asfixiante mezcla de controles de seguridad, carreteras bloqueadas, patrullas del Ejército…) ofendan su idea de justicia o de derechos humanos. Desde luego, como todos los secretarios de Estado de los últimos 50 años, no menciona que Israel nunca firmó el tratado de no proliferación nuclear, el tratado que ella con razón presiona a Irán para que lo respete.»
Es algo que se nota incluso en un libro pensando para contar lo menos posible, no fuera que perjudicara a su inminente candidatura presidenciales. En este caso, es más bien al contrario. Ninguna declaración de amor a Israel está de más en una campaña electoral norteamericana. Hasta cierto punto, es lógico. Es un país aliado de EEUU desde hace décadas y cuenta con una alta simpatía en la opinión pública del país, según las encuestas.
Pero si quieres ser elegido presidente, debes tener en cuenta en primer lugar las prioridades y objetivos de la política exterior de EEUU. Y es difícil conciliar la solución de los dos Estados con el apoyo a cualquier Gobierno presidido por Netanyahu.
Lo curioso es que Clinton, que utiliza un lenguaje a favor de Israel casi idéntico al que emplean los políticos de ese país, tuvo en el pasado una posición más comprensiva con los intereses de los palestinos. En 1998, habló de que sería conveniente para todo Oriente Medio que los palestinos tuvieran su propio Estado. La Administración de Bill Clinton se apresuró a decir que se trataba sólo de su opinión personal.
Como secretaria de Estado, todo eso era ya historia antigua. En el libro, y en otras ocasiones, Clinton ha dejado claro que sus declaraciones críticas con la expansión de los asentamientos procedían de órdenes de la Casa Blanca. A ella le tocaba hacer de poli malo, hasta que fue la propia Casa Blanca la que también decidió asumir ese rol cuando quedó claro que el primer ministro israelí haría lo que fuera para impedir un acuerdo con Irán sobre su programa nuclear.
En el ataque israelí de Gaza, Clinton dijo a sus colaboradores que iban a estar con Israel «al 110%» (sic). En 2014, cuando ya había dejado el Gobierno, fue tajante: las muertes de civiles en los bombardeos israelíes de Gaza eran culpa de Hamás.
De entre todas las (malas) noticias que Netanyahu ha recibido de EEUU en los últimos meses, la candidatura de Clinton es sin duda la mejor.
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Foto: Clinton y Netanyahu, en Nueva York en septiembre de 2012. Foto del Departamento de Estado.