La invocación de la llamada vía eslovena para alcanzar la independencia realizada por el presidente de la Generalitat, Quim Torra, ha sido criticada por relacionar el procés independentista con la primera de las guerras de los Balcanes de los años 90 después de varios años en que los dirigentes nacionalistas han insistido en que su reivindicación sería siempre pacífica.
Esa es la razón por la que el presidente del Parlament e incluso dirigentes de JxC han marcado distancias con las palabras de Torra y los acontecimientos que condujeron a la independencia de Eslovenia. Lo que no han dicho es que los eslovenos consiguieron su objetivo con gran facilidad gracias a la complicidad en los momentos decisivos del entonces presidente de Serbia, Slobodan Milosevic, que no tuvo inconveniente en permitir la independencia de Eslovenia. Su prioridad era utilizar el Ejército yugoslavo en Croacia, que también se había declarado independiente. Cuando llegó el apoyo europeo a Eslovenia, los eslovenos ya habían conseguido su propósito.
La Generalitat no ha tenido ninguna complicidad de peso fuera de Catalunya en su empeño de formar un Estado propio. Además, el Estado español no está en una situación de completa descomposición de sus instituciones, como le ocurría a Yugoslavia en un proceso que se había iniciado a finales de los años 80.
Eslovenia celebró un referéndum de autodeterminación en diciembre de 1990 con un resultado abrumador. La participación fue del 90%. A la pregunta planteada –»¿Debería la República de Eslovenia convertirse en un Estado independiente y soberano?»–, un 95% votó a favor. Los resultados dejaban claro la excepción eslovena dentro de la República yugoslava: no contaba con una minoría serbia que pudiera oponerse a la independencia ni que pudiera ser utilizada por Milosevic para sus planes.
Los eslovenos no declararon de forma inmediata su independencia. No porque pensaran que era factible una negociación con los serbios, sino porque pensaban que tendrían más posibilidades de éxito si hacían causa común con los croatas, que tardaron varios meses más en celebrar su referéndum.
La destrucción de Yugoslavia
El proceso de fragmentación de Yugoslavia había empezado antes. En junio de 1989 Milosevic reunió a un millón de serbios en Kosovo en una concentración que simbolizó su conversión en el gran líder nacionalista de los serbios con un discurso exclusivista que daba pocas esperanzas a las demás repúblicas.
Los eslovenos quisieron reformar su Constitución en septiembre de 1989 con la intención de reforzar su autogobierno y contener el poder creciente que estaba asumiendo la República Serbia. Se quejaban de que eran el 8% de la población total, mientras que generaban una tercera parte de las divisas obtenidas por las exportaciones. Eso ocultaba que tenían acceso a la mano de obra y materias primas que procedían de las otras repúblicas a precios artificialmente bajos.
La clave de esas enmiendas era reservar para el Gobierno esloveno el derecho de autorizar la entrada de tropas del Ejército en la República. Los serbios se oponían y afirmaron que no tolerarían «una República asimétrica», es decir, una que no pudiera ser controlada desde Belgrado.
La complicada estructura del poder yugoslavo –a lo que hay que sumar en esos años la escasa influencia del Gobierno Federal– hizo que sólo el Ejército pudiera interponerse por la fuerza en el camino de las aspiraciones eslovenas. El ministro de Defensa Kadijevic lo descartó en ese momento por no estar seguro de que fuera constitucional.
Un último recurso –una reunión de la dirección del partido comunista– sólo sirvió para que los croatas apoyaran a los eslovenos. Los dirigentes eslovenos fueron derrotados en las votaciones, pero volvieron a casa como héroes.
En octubre de 1989, la tensión aumentó cuando el Gobierno esloveno prohibió una manifestación de nacionalistas serbios en Liubliana por considerarla una provocación. «Decimos claramente que ningún ciudadano de Serbia rogará a Eslovenia que permanezca en Yugoslavia o se rebajará a ofrecer pan y sal (un gesto de hospitalidad) a aquellos que están preparados para dispararles», anunció el Gobierno serbio el 1 de diciembre.
El congreso anual del partido comunista fue la última batalla política en enero de 1990. Las sesiones retransmitidas en directo por televisión dejaron claro que ya no había un solo partido ni un solo país. Eslovenos y croatas abandonaron el congreso que no llegó a reanudarse sin ellos. El partido que gobernaba sobre todos los pueblos de Yugoslavia ya era historia.
Marzo de 1991 fue el momento decisivo. Después del éxito del referéndum esloveno, Serbia había intentado que la Presidencia Federal frenara a croatas y eslovenos. Al no conseguirlo, decidió dinamitarla desde dentro al abandonar el único organismo con poder político real que hablaba por toda Yugoslavia.
«Yugoslavia está acabada», dijo Milosevic. Anunció que Serbia no respetaría las decisiones que tomara en adelante la Presidencia Federal. Como si Serbia se hubiera separado de Yugoslavia. Pero al mismo tiempo dijo que confiaba en que el Ejército yugoslavo defendiera la Constitución.
Tras el referéndum, Liubliana se dedicó durante seis meses a preparar la legislación de un nuevo Estado. Los croatas –que ya habían tenido su propio referéndum, pero en el que se habían abstenido de forma masiva los serbios de la provincia de Krajina– les pidieron cautela y más tiempo, porque ellos no estaban tan preparados. Los croatas sabían que Belgrado no podría al final inconvenientes a la independencia eslovena si era irreversible, pero no tendría la misma opinión sobre Croacia a causa de la presencia de la minoría serbia en su territorio.
En una visita a Belgrado y Liubliana en junio, el secretario de Estado norteamericano, James Baker, dio a entender que su país no apoyaba a nadie al mantener la confianza en una poco probable ruptura pacífica. EEUU no reconocería declaraciones unilaterales de independencia, pero tampoco el uso de la fuerza militar para impedirlas.
El Gobierno esloveno declaró la independencia el 25 de junio de 1991. En pocas horas se hizo con el control de las fronteras. Comenzó una guerra de escasa duración –diez días– y con algunos rasgos singulares.
El ministro yugoslavo de Defensa pretendía llevar a cabo una intervención militar limitada que se mantuviera dentro de los cauces de la Constitución, que ya era prácticamente una ficción. Las tropas debían escoltar a fuerzas policiales que recuperarían el control de 35 puestos fronterizos, el aeropuerto de Liubliana y un puerto. Eran sólo 2.000 soldados, junto a 400 policías y 280 agentes de aduanas, sin el armamento necesario para convertirse en fuerza invasora.
El Ejército pensaba que sería una misión que quedaría resuelta en horas. Un episodio más de la permanente escalada de la tensión. Para el Gobierno esloveno, era una declaración de guerra.
Los cuarteles militares fueron rodeados por las fuerzas de Liubliana, que cortaron el suministro de luz y agua. Se advirtió a los militares de que no intentaran aprovisionarlos desde el aire. El 27 de junio, los eslovenos derribaron un helicóptero militar que volaba sobre el centro de la capital, un hecho que demostró a los eslovenos que la guerra, aunque no les había afectado hasta ese momento, iba en serio.
El coronel Aksentijevic, que estaba en uno de esos cuarteles sitiados, admitió después su perplejidad: «Me di cuenta de que no era una revuelta o una manifestación política. Era una guerra. Fui consciente de que querían matarnos, dispararnos, y que ya no había Yugoslavia ni nada que nos uniera». Se había iniciado un camino sin retorno.
Serbia ordena parar
El Ejército era ya consciente de que tenía que aplicar otra estrategia para ejecutar una operación a gran escala. Fue en ese momento cuando Serbia ordenó parar. En el tercer día de guerra, el 30 de junio, Borislav Jovic, en nombre de Milosevic, vetó los nuevos planes militares.
«Recuerdo muy bien ese día», dijo Jovic tiempo después, «porque fue en el que anuncié nuestra nueva política. Estaba muy claro para mí que Eslovenia se había separado y que era inútil hacer la guerra allí. Lo único en que pensaba era en lo que teníamos que hacer para defender los territorios habitados por serbios en Croacia, porque ellos querían quedarse en Yugoslavia».
Para controlar al Ejército e imponer su retirada, Milosevic debía resucitar a la principal institución civil, la Presidencia Federal. Lo hizo permitiendo la presidencia rotatoria del croata Stipe Mesic, vetada hasta entonces, y engañando a la troika de la UE –tres ministros europeos de Exteriores– para que pareciera una concesión.
Sin embargo, aún se produjeron más hostilidades, pero las fuerzas eslovenas frenaron con facilidad las nuevas incursiones del Ejército. Una columna de 180 tanques y otros blindados partió desde Belgrado con destino al norte. Nunca llegó a Eslovenia porque no era su destino. Se quedó cerca de la frontera serbia con Croacia preparada para la guerra que de verdad interesaba a Milosevic.
En ese momento, los gobiernos europeos querían que la intervención militar acabara cuanto antes. El ministro alemán de Exteriores, Hans Dietrich Genscher, viajó en tren hasta Liubliana desde Austria y denunció la intención del Ejército yugoslavo de continuar los combates. Lo mismo hizo el ministro británico de Exteriores, Douglas Hurd. Cuando llegó el apoyo europeo, la suerte estaba echada y los eslovenos contaban con todas las cartas en su favor.
El 4 de julio, se inició un alto el fuego. Los acuerdos de la isla de Brioni pusieron fin al conflicto el día 7. La escasa duración de la guerra hizo que el número de bajas fuera reducido. Según el Gobierno de Liubliana, murieron 44 soldados del Ejército yugoslavo en los combates y 146 resultaron heridos. Los eslovenos sufrieron 19 muertos y 182 heridos. Hubo además 12 extranjeros muertos, la mayoría camioneros búlgaros que habían entrado en el país.
«Eslovenia había apostado por el uso de la fuerza y había conseguido un gran premio», escribieron los periodistas Laura Silber y Allan Little en el libro ‘The Death of Yugoslavia’. «Había enseñado a Europa una lección que los mediadores nunca entendieron bien. Que la guerra a veces no sólo es un camino racional, especialmente cuando sabes que puedes ganar, sino que es también a veces la única forma de conseguir lo que quieres».
La vía eslovena era una apuesta final por una violencia ejercida en condiciones favorables al no ser la situación de esa República una prioridad para el gran arquitecto de la confrontación, Slobodan Milosevic. El presidente de Serbia sabía muy bien quiénes eran sus mayores enemigos, como demostró después en las guerras de Croacia y Bosnia.