El NYT ha hecho en vídeo un ensayo interesante a partir de una entrevista con Mark McKinnon sobre la vieja pregunta que se hacen desde siempre los partidos: ¿cómo se ganan unas elecciones? Sus opiniones valen sobre todo para la política norteamericana, pero tienen interés para la de otros países.
McKinnon fue un importante asesor de George Bush en las campañas de 2000 y 2004, y comenzó a trabajar en la de John McCain hasta que decidió retirarse varios meses antes de las elecciones porque no quería formar parte de la maquinaria diseñada para triturar a Barack Obama, alguien de quien discrepaba ideológicamente pero al que consideraba un hombre honesto cuyas ideas podían ser beneficiosas para el país.
A la vieja pregunta, McKinnon ofrece la respuesta que hemos oído mucho en los últimos años, también en España. Storytelling, la historia, el relato. Cuando alguien se presenta a las elecciones en EEUU, tiene más posibilidades de éxito si plantea una historia, una historia personal (quién es, en qué cree) y una historia sobre lo que quiere que sea su país. Es una de las claves del éxito de Bush en 2000 y de Obama en 2008, como antes lo había sido de Kennedy y Reagan.
McKinnon también estuvo en la campaña de Bush de 2004. Esa fue muy diferente a la de cuatro años antes. Admite que una de sus apuestas principales fue la del miedo. Al final, citando sus palabras, se puede decir que las campañas se dividen en dos tipos: las que eligen el miedo y las que prefieren la esperanza. Desde luego, en muchas se mezclan los dos temas, pero alguno suele predominar sobre el otro.
A la hora de traducir, hemos escuchado en España a muchos hablar de la narrativa (una traducción literal del inglés) o del relato. Tanto insistir sobre lo mismo lo ha convertido en un lugar común. Quizá sea mejor hablar de la historia o la idea que hay tras una candidatura o un partido. Hay elecciones fáciles de ganar cuando el principal adversario se autodestruye. Si no es así, conviene buscar en la idea que hay detrás del cartel electoral. Si la apuesta por la esperanza es sólida, resulta creíble a una parte importante del electorado y queda bien representada por el candidato, sus posibilidades de ganar aumentan.