Río de Janeiro se vio desbordada muy pronto por la gripe de 1918. El alto número de víctimas acabó por superar la capacidad de las autoridades, no sólo en los centros sanitarios. Como recordaba un habitante de la ciudad, sencillamente había demasiados muertos: «En mi calle, podías ver por la ventana un océano de cadáveres. La gente colocaba los pies de los muertos asomando por la ventana para que los servicios de asistencia se los llevaran. Pero el servicio era lento y llegó el momento en que el aire empezó a apestar. Los cuerpos comenzaron a pudrirse. Muchos empezaron a abandonar los cadáveres en la calle».
Es la misma situación que se vivió en la ciudad ecuatoriana de Guayaquil hace unas semanas por la epidemia de Covid-19. En Manaos, 2.000 personas murieron por coronavirus en abril, cuatro veces la cifra normal de fallecimientos en la ciudad brasileña. La ciudad se quedó prácticamente sin ataúdes. Las excavadoras abrieron fosas comunes donde apilaron ataúdes en tres alturas. «Esto es como un país en guerra y que ha perdido la guerra», dijo su alcalde.
Hay múltiples diferencias entre la pandemia a la que se llamó ‘gripe española’ y la actual. Son enfermedades distintas. Los sistemas sanitarios y los conocimientos científicos han avanzado de forma espectacular en un siglo. El poder económico de los estados es ingente.
Sin embargo, en muchas zonas del planeta las situaciones producidas tienen puntos en común con lo ocurrido en 1918, cuando ni siquiera se conocía la existencia de los virus. Si una enfermedad se convierte en pandemia global, arrasa con todo lo que se le pone adelante, y es también lo que ha sucedido en los países más ricos del mundo.
La frase de los «océanos de cadáveres» aparece en ‘El jinete pálido. 1918: la epidemia que cambió el mundo’, de Laura Spinney, que Crítica ha sacado en España. Publicado en 2017, es el libro más reciente sobre la pandemia que azotó al mundo cuando contemplaba el final de otra catástrofe humana, la Primera Guerra Mundial. Es difícil leerlo sin tener presente todo lo que está ocurriendo ahora para llegar a las conclusiones que habíamos olvidado. Un virus –algo que ni siquiera tiene vida independiente– es capaz hoy de destruir el mundo del Homo sapiens, al igual que a principios del siglo XX y en siglos anteriores.
«En 1918, si escuchabas toser a un vecino o pariente, o le veías caer delante de ti, sabías que había muchas posibilidades de que ya estuvieras enfermo. Por citar a un funcionario sanitario de Bombay, la ‘gripe española’ llegó como un ladrón en la noche», escribe Spinney. Nadie estaba a salvo, pero –como estamos viendo ahora– eran los pobres las víctimas más frecuentes.
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