La Asociación de Perfumería y Cosmética estará ahora más tranquila. Sus responsables estaban molestos con el Gobierno porque se había anunciado que los cambios que se preparaban no iban a ser «cosméticos», es decir, superficiales, una simple cuestión de apariencia, de fingir lo que no se es. El relevo anunciado en la noche del jueves en el Ministerio de Educación no llega ni siquiera a ese nivel. Es como si alguien se levanta de la cama, no se ducha, sólo se enjuaga la boca en vez de lavarse los dientes y se peina un poco con la mano.
Mariano Rajoy sigue viéndose estupendo cuando sale de casa de esa manera. Buena parte de su partido y de los medios de comunicación que le están apoyando le habían suplicado para que hiciera cambios profundos en el Gobierno y el partido de cara al final de la legislatura. Exigían una mejor coordinación entre el PP y el Ejecutivo, una «cara más social» del Gobierno que no se limitara a cantar las novedades del BOE, como hace la vicepresidenta los viernes tras el Consejo de Ministros. Querían una política de comunicación más agresiva y desde luego no pretendían que el cambio de gobierno se limitara a encontrar a un sustituto temporal a José Ignacio Wert, que necesitaba huir lo antes posible a París para encontrarse con su novia millonaria (esta debe de ser la única decisión de Wert como ministro que comprende la opinión pública).
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