Durante décadas, muchas discusiones en Madrid sobre Ceuta y Melilla venían acompañadas de un aviso que quería ser sombrío. Algún día, la población musulmana de ambas ciudades superaría a la de origen español (es decir, católica) y eso pondría en peligro la pertenencia de ambas a España. Ese discurso catastrofista nunca se convirtió en realidad, a pesar de que la premisa casi se ha cumplido. Un 43% de los habitantes de Ceuta es musulmán, según un estudio de la Unión de Comunidades Islámicas de España. El porcentaje supera el 50% en Melilla. Los problemas económicos son reales y los sentimientos racistas existen desde hace tiempo, pero la convivencia nunca se ha quebrado por completo.
Vox ha venido para cambiar esa situación con la idea de que redundará en su favor en las urnas. Atizar el enfrentamiento entre ambas comunidades es su principal argumento. El asalto a la frontera de Ceuta en mayo propiciado por el Gobierno marroquí ha sido una oportunidad que el partido de Santiago Abascal no ha desaprovechado. Su líder fue corriendo a Ceuta para reclamar mano dura y la militarización de la frontera. Regresó después para un mitin en la ciudad, que no llegó a celebrarse por prohibición judicial. Su presencia provocó incidentes cuando centenares de personas le abuchearon frente al hotel en que se encontraba.
La Asamblea de Ceuta votó a favor de denominar a Abascal persona non grata en la ciudad con los votos del PSOE y de dos pequeños partidos locales, MDyC y Caballas, además de la abstención del PP, el primer partido con nueve escaños (el PSOE cuenta con dos menos y Vox con cinco menos tras la salida de otros dos al grupo mixto). El portavoz de Vox en la Asamblea había cumplido antes la orden de sus jefes de elevar al máximo la crispación en los plenos. Un debate sobre una rotonda fue suficiente para que el líder regional de la extrema derecha denunciara al presidente, Juan Vivas, del PP, por no convocar un pleno extraordinario dedicado a los acontecimientos en la frontera, e insultara a Fatima Hamed, del partido MDyC, tachándola de «integrista» y de servir a los intereses de Marruecos.
Vox pretende definir a los partidos musulmanes y a sus votantes de «quintacolumnistas», como si Marruecos estuviera a punto de invadir Ceuta y hubiera que ocuparse del enemigo interior. Sin embargo, su objetivo último es tachar a Vivas y al PP de blandos ante esta supuesta amenaza para provocar tal resentimiento entre comunidades que los votantes del PP acaben en manos de Abascal. En las elecciones autonómicas de mayo de 2019, el PP superó en 3.000 votos y casi nueve puntos a Vox. En las generales de ese año, seis meses después, se cambiaron las tornas y la extrema derecha ganó el escaño de Ceuta. Vox le sacó 4.300 votos al PP.
La extrema derecha tiene una estrategia muy clara: «Vox lleva dos años poniendo en duda la españolidad de parte de nosotros sólo en base a la religión, la vestimenta, la zona donde resides», dijo en mayo el sociólogo de Ceuta Enrique Ávila. «Han ido sembrando la semilla del enfrentamiento entre ‘moros y cristianos’, como si de una cruzada se tratase».
Vivas es muy consciente de esa intención y del daño que provoca la polarización en la ciudad, no sólo política, sino también social y religiosa. Por eso, suspendió los plenos cuando se convirtieron en un intercambio de insultos azuzados por Vox. «Ustedes le están haciendo el discurso a Marruecos y un daño enorme a España», les dijo Vivas en el pleno que tuvo que suspender tras sólo media hora. El consejero de Medio Ambiente, del PP, fue más expeditivo. Llamó «sinvergüenza» y «fascista» al portavoz de Vox.
El presidente de Ceuta explicó el lunes en una entrevista en la COPE las razones para hacer posible la reprobación de Abascal con su abstención. Fue astuto al negar que intenten aislar a Vox, entre otras cosas porque ese partido en Ceuta ha conseguido aislarse a sí mismo. «No a los cordones sanitarios, pero tampoco a los que establece Vox para incendiar Ceuta», dijo. Vivas no olvida la visita de Abascal del 24 de mayo, cuando acudió a prender fuego a una situación sin precedentes como fue la llegada de 12.000 marroquíes y subsaharianos. En el momento en que el Gobierno de Ceuta necesitaba ayuda del Gobierno central y de otros partidos, Abascal optó por echarle una mano al cuello.
En el Partido Popular, deberían ser conscientes de la situación muy delicada que viven sus compañeros en esa ciudad. Pero el PP de Madrid tiene sus propios intereses, que pasan por mantener una relación de extrema cortesía con el partido de Abascal. No es la primera vez que menosprecian a los dirigentes de PP en otras comunidades autónomas por no ser lo bastante puros. De ahí que su concejal de Madrid, Andrea Levy, llamara «herramienta deleznable de la izquierda» a la declaración de persona non grata, que no pasa de ser una censura simbólica de efectos nulos. Cayetana Álvarez de Toledo –peleada con Casado, pero reserva espiritual del PP madrileño– denominó a la censura «incongruencia moral y disparate estratégico». A la diputada le gusta dar lecciones de moral a su propio partido.
Levy estaba indignada por la votación de Ceuta contra Abascal al estar en contra de ese tipo de iniciativas por una cuestión de principios y «porque lo hemos sufrido de forma totalitaria». Como si el PP no hubiera recurrido a ella contra sus adversarios en numerosas ocasiones. El PP de Zaragoza la propuso por ejemplo contra el actor Willy Toledo por sus comentarios sobre la Virgen del Pilar. Si te pisan los callos más sagrados, entonces la censura es menos totalitaria.
Vox ha respondido con el anuncio de que corta relaciones con el PP. No negociará más presupuestos o leyes con ellos en parlamentos y ayuntamientos. Es un aviso que lanzan una vez cada seis meses y que nunca terminan de cumplir. En la Asamblea de Madrid, ya han dejado claro que aceptan el papel de felpudos del PP al permitir la aprobación de la ley que entrega el control de Telemadrid a Isabel Díaz Ayuso.
Juan Vivas no va a recibir mucho apoyo de la dirección nacional de su partido en su intento de frenar los planes con los que Vox quiere dinamitar la convivencia en la ciudad. Seguirá exigiendo que nadie se presente con una antorcha en Ceuta, pero en su partido hay algunos que creen que una buena antorcha en el momento adecuado es una herramienta imbatible.