David Petraeus, el general más idolatrado del Ejército norteamericano tiene una aventura con Paula Broadwell, una experta en temas de inteligencia que, sin ninguna experiencia profesional en el arte de contar libros, ha escrito una biografía, hagiografía de Petraeus. El FBI se ha enterado por una denuncia de otra mujer que alega que la amante del director de la CIA le ha amenazado en varios emails con sacarle los ojos si continúa acercándose al objeto de sus deseos, aunque quizá la denunciante no sepa quién es en realidad la agresora. El FBI descubre que Petraeus y la mujer (no es la suya, así que llamémosle la segunda mujer) utilizan una cuenta de Gmail, lo que hace saltar las alarmas sobre un posible riesgo para la seguridad. Curiosamente, el general utiliza el mismo truco descubierto en grupos terroristas. Se dice que no envía los mensajes, sino que los guarda como borrador y da acceso a Broadwell a la cuenta para que los lea. Aunque Petraeus no cuente secretos de Estado en esos mensajes, un servicio de espionaje extranjero podría enterarse con facilidad de detalles confidenciales (en qué país está el director de la CIA, adónde viaja y sus gustos en la cama). Pero, por grave que sea esa posibilidad el FBI no se lo cuenta (aún) a la CIA ni a la Casa Blanca. A fin de cuentas, ¿a quién puede importarle que el jefe de la CIA comparta confidencias con otra persona? ¿Qué va a hacer esa mujer? ¿Contarlas? La tercera mujer, Jill Kelley, amiga del matrimonio Petraeus, había explicado esas posibles amenazas a un agente del FBI de tendencias un punto exhibicionistas, que comunica los hechos a sus jefes. El tipo no es precisamente un as de la investigación ni tiene experiencia en ciberdelitos, y pronto sus superiores le retiran del caso. Empieza a sospechar y cree que lo han dejado a un lado no porque sea un asno, sino porque nada trasciende a la opinión pública y por tanto cree que intentan proteger a Obama de una ‘october surprise’ (las teorías de la conspiración pronto empezaron a volar con la idea de que todo este embrollo, que se originó meses antes del ataque al consulado de Bengasi, tiene como objetivo encubrir los errores de la Casa Blanca en relación al ataque al consulado de Bengasi). Así que lo cuenta todo a uno de los congresistas republicanos. A estas alturas los congresistas del Comité de Inteligencia, que sí deberían estar informados, siguen sin enterarse de nada. Las sospechas de la segunda mujer sobre la tercera mujer, que provocaron los emails con amenazas, no parecen fruto de la paranoia. La tercera tiene la tendencia de acercarse (¿hasta qué punto?) a hombres importantes quizá por el pequeño detalle de que ella y su marido están arruinados, se han declarado en bancarrota y deben cuatro millones de dólares en préstamos impagados y deudas de tarjetas de crédito. La tercera mujer tiene un gran corazón. Está muy metida en actividades benéficas en círculos militares de la ciudad de Tampa, en Florida, sede del Comando Central de las FFAA norteamericanas, donde estuvo destinado Petraeus. Incluso le han adjudicado de forma extraoficial el rango de embajadora honoraria, de lo que ella es muy consciente, por lo que decide que no hay ningún problema en que se dirijan a ella como señora embajadora. Es cosa de familia. Su hermana, gemela, que una vez salió con el ex gobernador de Florida Charlie Crist, tiene sus propios problemas con el dinero: también se declaró en bancarrota con deudas de 3,6 millones. Volvemos a la tercera mujer (adiós a la gemela) y a los emails. De repente, se sabe que ha estado en frecuente contacto epistolar con el general John Allen, jefe de las fuerzas de la OTAN en Afganistán y más que probable futuro jefe militar de la OTAN en Bruselas. Los medios afirman que han intercambiado entre 20.000 y 30.000 emails. El chiste que comienza a circular es obvio: ¿y cómo le daba tiempo a Allen a dirigir una guerra? Allen niega que tenga una aventura con la tercera mujer y dice que nunca ha estado en la misma habitación con ella. Ahora parece que sólo fueron unos pocos centenares de emails a lo largo de dos años. Ah, olvidaba que Broadwell no escribió sola el libro. Tuvo la ayuda del jefe de local de The Washington Post, Vernon Loeb, que obviamente no se enteró de nada. Ahora cuenta que su mujer dice que es «el hombre más ingenuo de EEUU». Como si fuera el único en toda esta historia.
Y luego dicen que los talibanes son un enemigo peligroso.
Solo un detalle: Es Charlie Crist, sin hache.
Extraordinario. Y a pesar de todo sospecho que para cuando te despiertes mañana esto se habrá quedado cojo…
Lo dich0, un detallito nuevo: las fiestas con las que Kelley seducía/sobornaba a los peces gordos estaban financiadas por una organización benéfica fraudulenta:
http://www.theatlanticwire.com/national/2012/11/jill-kelley-ran-bogus-cancer-charity-wants-diplomatic-protection/58981/
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O_O
Gracias, Cardinal, corregido.
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Peliculón! Y cuándo dices que es el estreno?
Gracias, muchas gracias.
Yo había terminado por no mirar las noticias al respecto porque llevaba un lío encima de no te menees. Por lo menos ahora entiendo de qué iba todo este rollo…
De nuevo, gracias.
Héctor
Vaya no sabía que Iñigo sensuraba los comentarios que no les gustaba ja! tremenda prensa libre eh, y despues hablan de nosotros.
Bueno, Íñigo, sin menospreciar la oficial, hay explicaciones más sencillas de entender:
http://rebelion.org/noticia.php?id=159195