Davos siempre ha presumido de ser motor del cambio en el sistema económico internacional por su capacidad para servir de vehículo de nuevas ideas. También de ser capaz de debatir sobre las razones por las que ese sistema es cuestionado, como la desigualdad y la precariedad salarial. En la cita de este año, su gran apuesta para inaugurar la conferencia ha sido el presidente ultraderechista brasileño Jair Bolsonaro, que ha reconocido en alguna ocasión que sus conocimientos sobre economía son rudimentarios.
Lo que es aún más significativo no es que Davos acoja con aplausos a un xenófobo como él –otro estandarte más de la oleada de gobernantes autoritarios–, sino que se haya mostrado decepcionado después con su discurso por demasiado genérico y escaso de concreción. Si hubiera aportado detalles de la prometida reforma de las pensiones, se dijo, los asistentes habrían quedado mucho más contentos.
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