La presencia de Pablo Iglesias en el Gobierno de coalición se cerró este martes con un vídeo de dos minutos y medio grabado en su despacho. No fue precisamente un final por todo lo alto en términos de imagen. Ni siquiera tuvo la oportunidad de participar en la rueda de prensa del Consejo de Ministros. Quizá Pedro Sánchez y la ministra portavoz decidieron que el protagonista de la cita debía ser el ministro de Ciencia. La entrada de Unidas Podemos en el Gobierno de coalición, y en especial la de Iglesias, fue como uno de esos estallidos que hacen temblar hasta los cimientos del sistema político. Después de la sorpresa inicial, la dimisión del vicepresidente ha terminado siendo una de esas muchas cosas que pasan cuando un acontecimiento precipita otros y estos a su vez tienen consecuencias inesperadas.
Ciudadanos decidió cambiar de socio en Murcia y todo esto acabó con la retirada de Iglesias del primer plano. Si lo entiendes, te cuenta como dos asignaturas de Ciencia Política y tres tertulias en la tele.
La aparición de Unidas Podemos en el Gabinete de Sánchez fue el momento en que el partido cambió el discurso tradicional en la izquierda. Mientras Izquierda Unida nunca había mostrado mayor interés en entrar en gobiernos de coalición desde una posición de inferioridad –y el PSOE mucho menos en permitirlo–, Iglesias argumentó que había que estar donde se deciden los asuntos que marcan desde el Gobierno la vida cotidiana de los ciudadanos. Ese sitio no son las calles, sino el lugar donde se redacta el BOE. La movilización popular puede influir poderosamente en la política, pero no es ahí donde se consigue el ingreso mínimo vital o la ley de eutanasia.
«Este año, he podido confirmar que el Gobierno es un instrumento con una enorme capacidad para movilizar los recursos y mejorar la forma de organizarnos como sociedad», dijo en el vídeo. Eso suena un poco como una obviedad, pero no es aceptado con tanta facilidad por los votantes de izquierda que valoran más la pureza ideológica que la mejora en los resultados. Y ahora Iglesias vuelve a estar en campaña para vender esa idea, aunque sólo sea en la Comunidad de Madrid. Aunque sea cierto que es en el Gobierno donde se consiguen los avances sociales, es en las campañas cuando Iglesias muestra la cara épica que atrae al núcleo duro de sus votantes.
También destacó en el mensaje que frente al Gobierno existen oligarquías que ejercen un «inmenso poder político, económico y mediático» con la intención de que las instituciones defiendan sus intereses, y no los de la mayoría. También es un hecho obvio y lo tienen claro sus votantes. No les hace daño que se lo repitan.
Como imagen, el vídeo con su despedida no era muy impresionante. Las campañas crean otro tipo de situaciones. En la tarde del martes, cuatro neonazis intentaron reventar un pequeño acto de Unidas Podemos en Coslada (Madrid) en el que estaba Iglesias. Se acercó a ellos para decirles algo, prácticamente dos palabras, en un momento muy breve que dio lugar a otra imagen.
En política, ocurre con frecuencia que quienes te confieren la estatura más visible son tus rivales. En eso, Iglesias ha tenido un éxito insuperable. Ningún líder de IU llegó a generar tal cantidad de odio en la derecha. Quizá sólo Santiago Carrillo y muy al principio, cuando pesaba sobre todo su papel en la Guerra Civil. Ni Aznar ni Rajoy se sintieron nunca preocupados por lo que dijeran Julio Anguita o Cayo Lara. Vivían demasiado lejos de su mundo y no les veían posibilidades de perjudicarles.
Con Iglesias siempre ha sido distinto, hasta el punto de que las críticas al líder de Podemos han ido girando de forma loca de un lado a otro del argumentario.
Hubo un tiempo en que decían que Iglesias lo iba a pasar mal en el Gobierno por ser el socio minoritario. Ese análisis no era en sí fallido, pero sí compatible con titulares histéricos que decían que Sánchez había entregado el Gobierno a Podemos. Luego pasó a ser el siniestro inquilino que controlaba al propietario. Sánchez era un pelele en sus manos y el que mandaba de verdad era Iglesias, y eso que los principales ministerios con capacidad de gasto estaban en manos del PSOE. Luego, cuando era evidente la oposición de Nadia Calviño a ciertas medidas, se pasó a afirmar lo contrario y, ya cuando Iglesias anunció su dimisión, en la prensa de derechas se le tildó de vago, el tipo que no hacía nada. «Los datos retratan a Iglesias como un locuaz indolente», se leía esta semana en un editorial de ABC.
Ahora que deja la primera línea de la política nacional, el PP se ha inventado un nuevo concepto que veremos pronto reflejado en las páginas de la prensa afín: «Mucho nos tememos que en la sombra va a seguir mandando el señor Iglesias», dijo el martes el portavoz del PP, Pablo Montesinos.
Unidas Podemos arranca una etapa caracterizada por una cierta bicefalia, condicionada por el hecho de que Iglesias ya ha elegido a Yolanda Díaz como número uno de las listas de las futuras elecciones generales. Todo queda a expensas del resultado de las elecciones madrileñas, en las que la candidatura de Iglesias ha servido para que Unidas Podemos se acerque a Más Madrid en algunas encuestas. Continúa estando muy lejos de los números en los que se mueve el PSOE. Si Podemos termina como cuarta o quinta fuerza política en Madrid y Díaz Ayuso sale reelegida, la apuesta de colocar al líder en esa candidatura acabará siendo altamente cuestionable, por no decir que será un error claro. A menos que todo proceda del hecho de que Iglesias está ya de salida de la política nacional.
En ese caso, la derecha tendrá que buscarse un nuevo hombre del saco para asustar a los niños que no se van a la cama cuando se lo ordenan.