Las comisiones de investigaciones en el Congreso son fantásticas. Hay pocos sitios en que se puedan proferir difamaciones o acusaciones sin pruebas sin que haya consecuencias legales. Lo haces en la calle o en un medio de comunicación y se empiezan a encender todas las luces en la Audiencia Nacional. Pero en una comisión parlamentaria tanto los testigos como los diputados que hacen las preguntas están en condiciones de hacer todo eso y raramente les pasa nada. Incluso salen muy satisfechos de la reunión. Y evidentemente ha habido pocas ocasiones en que el espectáculo haya alcanzado tales cotas como con la comparecencia del jueves de José Manuel Villarejo, el comisario que ha estado presente en muchas de las guerras sucias o clandestinas en que ha estado implicado el Ministerio de Interior durante décadas.
Es uno de los legados de tantos años de lucha contra el terrorismo, cuando las fuerzas policiales empleaban todas las medidas posibles, incluidas funciones propias de los servicios de inteligencia en eso que se llama de forma caritativa ‘la zona gris’. Pasó ese tiempo y algunos mandos policiales pensaron que no había ninguna razón para no seguir usando esos métodos en beneficio propio o de sus superiores políticos. Y de ahí que hoy estemos hablando de la Operación Kitchen, un plan ejecutado por policías corruptos a las órdenes del PP para salvar al partido de las revelaciones que podía hacer Luis Bárcenas.
Los grupos parlamentarios trataron a Villarejo como si fuera un cerdo. No, no en el sentido en que están pensando. Por la idea de que del cerdo se aprovecha todo. Todos intentaron rentabilizar su presencia en favor de sus intereses. Villarejo cumplió sus expectativas y fue generoso con todos. Especialmente con el Partido Popular al que dio el gran regalo de dar credibilidad a su visión conspiratoria sobre la Gürtel. Esa que resumió Mariano Rajoy en 2009 con la frase: «Esto no es una trama del Partido Popular. Es una trama contra el Partido Popular».
También apuntó directamente a Rajoy, aunque eso ya no preocupe mucho a la actual dirección del PP, que lo da por enterrado. Y lo hizo varias veces. «¿Es posible que Rajoy no supiera nada?», le preguntaron en relación a la Kitchen. «Dudo que lo desconociera», respondió. Unos pocos minutos después, recordó algo que sorprendentemente no había mencionado. Las dudas pasaron a ser certezas. Anunció que intercambió mensajes con el entonces presidente, que le hacía preguntas tan simples como «¿va todo bien?». «Era todo para ratificar información», explicó.
¿Entonces Rajoy se ponía en contacto con un policía-espía que estaba actuando fuera de la ley, es decir, fuera del control judicial, y dejaba rastro de sus comunicaciones en forma de SMS para conocer información que supuestamente ya había recibido de boca de los responsables del Ministerio de Interior? Eso es algo menos que poco creíble, teniendo en cuenta que como presidente Rajoy se mantenía bastante alejado de esos ámbitos. Además, confiaba plenamente en que Jorge Fernández Díaz, amigo desde hace tiempo, hiciera lo que fuera necesario.
La comparación con los famosos SMS con Luis Bárcenas no vale en este caso. Rajoy y Bárcenas se conocían desde hace años, ambos sabían lo que sabía el otro y los mensajes se produjeron en un momento en que aún se podía esperar que el tesorero no dijera nada. Muy pronto, cuando no se cumplieron las promesas, Rajoy tuvo que cortar la comunicación. Y bien que lamentó luego haberla tenido. Ahora Villarejo nos quiere hacer creer que el expresidente no había aprendido la lección.
Por la parte de la Gürtel, sí que colmó los deseos del PP. Como otros comparecientes de pasado oscuro, el diputado del PP Luis Santamaría se deshizo primero en elogios con el testigo. Parece que no hay policía sospechoso de prácticas corruptas del que no esté enamorado su partido. «¿Fue el caso Gürtel una operación política?», le preguntó. «Desde luego. Y ya he dicho que lo explicaré en el juicio», fue la respuesta. Santamaría estaba salivando de gozo y siguió para que Villarejo confirmara que respondía en ese caso ante los «máximos responsables» de Interior. Luego dijo que lo hacía «fundamentalmente ante el señor Camacho» (entonces secretario de Estado).
El objetivo del PP era dar carnaza a la interpretación que harán algunos medios de que la Kitchen, aunque censurable, fue sólo una más de las muchas operaciones policiales montadas por todos los gobiernos desde la época de Rubalcaba. Después de unos años en que los dirigentes del PP han llorado emocionados al recordar lo mucho que echan de menos el sentido de Estado de Rubalcaba, ahora retoman la imagen que crearon de él como el siniestro personaje que investigaba al principal partido de la oposición. Si el PP tuvo la Kitchen, Rubalcaba tenía cocinas para abastecer a todo un Ikea. Muy pronto en sus pantallas.
Otro capotazo al Partido Popular se produjo cuando Villarejo dijo que el PP era «más blandito» que el PSOE en el tema «institucional», palabra que cuenta con unas connotaciones muy sucias en el diccionario del comisario. Es lo que él llama «estructuras opacas dentro de los gobiernos». Luis Santamaría ya estaba disfrutando de un orgasmo y le agradeció que dejara claro que «el PP no participó en la trama de terrorismo de Estado de los GAL» (Villarejo no había mencionado a los GAL).
Cerca del final, Jon Iñarritu, de EH Bildu, dio voz a muchas de las personas que estaban siguiendo la sesión. «Me he sentido defraudado. Esperaba más», comentó. Como hay que mantener las formas, no le dijo que era un mentiroso profesional –lo mismo Villarejo se lo toma como un cumplido– y admitió que al menos todo era bastante entretenido. «Usted ha hablado y nos lo hemos pasado bien». Le preguntó entonces qué pruebas tenía sobre la «bomba informativa» en relación a Rajoy, porque no había ofrecido ninguna. «Todo está en mis archivos», fue la única respuesta. Los archivos encriptados en poder de la policía que aparentemente no han podido ser descifrados y que no han sido facilitados a su abogado por el previsible temor de que su contenido aparezca en los medios de comunicación que han hecho un amplio uso de sus filtraciones en el pasado.
Evidentemente, cuando le interrogaban sobre su papel en la Operación Kitchen, que debe de recordar muy bien, nunca respondía nada concreto.
Gabriel Rufián se confesó perplejo por la doble consideración que merece la posición de Villarejo en medios judiciales y policiales. Algunos lo consideran poco creíble, pero no dejan que se vean sus archivos. «O es un mentiroso o es James Bond», dijo. El policía siguió en esa línea para decir que lo pintan como «un Torrente de la vida». Es un disfraz muy conveniente por el que siguió apostando en esta comparecencia. Como cuando le preguntaron por la frase en que decía que había «salvado el culo del Barbas» (Rajoy) para que no fuera a la cárcel. «Era un poco de charla cuartelera tomando copas». Un Torrente salvando a España a las cuatro de la madrugada.
Si Villarejo tuvo, como dice, un papel muy relevante en la lucha contra ETA, lo raro es que no ganaran los terroristas. Por otro lado, para pinchar teléfonos sin control judicial, intimidar a mujeres e intervenir en campañas de intoxicación no necesitas ser Eliot Ness. Para declarar en una comisión de investigación del Congreso, tampoco.