En el primer día de la campaña electoral del referéndum griego, la actividad fue frenética en Berlín, París, Roma, Madrid, Frankfurt y algunas capitales más. En todas ellas, un grupo muy escogido de votantes dejó claras sus preferencias y apuntaron sus cañones no tanto a un Gobierno, como a un hombre, Alexis Tsipras, 40 años, ingeniero por formación, activista estudiantil en su juventud, líder de un pequeño partido en 2008 y primer ministro de Grecia desde enero.
Tsipras labró su carrera en la lucha contra un sistema clientelar por el que dos tribus políticas muy arraigadas en la historia reciente griega se disputaban el poder. A causa del hundimiento de la economía del país, consiguió lo que pocas veces se ha visto en política. Pasar de obtener algo más del 4% de los votos en 2009 a gobernar un país traumatizado por la crisis en 2015.
Ahora el adversario es mucho más poderoso. Toda la nomenklatura europea se ha alzado contra él. Sólo la reina, Angela Merkel, se ha mantenido discreta e institucional, como es habitual en ella. Pero eso es porque los papeles están repartidos. Son los centuriones y los bufones los que tienen vía libre. En la misma rueda de prensa en la que Merkel prefirió no hacer sangre, el ministro de Economía, el socialdemócrata Sigmar Gabriel, fue directo a la yugular. Alexis Tsipras quiere cambiar las reglas de la eurozona y sus políticas la están poniendo en peligro, dijo Gabriel. No sólo le negó toda legitimidad para oponerse a una política que ha hundido a Grecia en una recesión que es casi una depresión, sino que casi lo tachó de enemigo público número uno de Europa.
En la misma línea, el presidente de la Comisión Europea, el extravagante Juncker que lo mismo besa a sus colegas europeos como les pone las dos manos en el cuello, como hizo a De Guindos, se presentó como una doncella de honor mancillado, típica de las novelas de caballería. Juncker se sentía herido, traicionado por Tsipras, con todo lo que él quiere a los griegos, sangre de su sangre, que nadie dude de que siempre están presentes en sus oraciones. Sólo le faltó llorar y amagar con pegarse un tiro por despecho delante de todos los periodistas.
Más allá del estilo de ‘drama queen’ de Juncker, el mensaje estaba claro en todas las capitales europeas. La victoria del no en el referéndum supondría la salida de Grecia de la eurozona. Lo dijeron los alemanes, entre ellos, Schäuble, que ve más cerca el momento de deshacerse de los molestos griegos. Pero también Hollande y Renzi, los únicos aliados potenciales con los que Tsipras creía poder contar al poco de llegar al poder. Pero en eso los socialdemócratas no se han salido de la línea oficial de la eurozona, ni durante las negociaciones ni ahora. También ellos han afirmado que lo que se juegan los griegos el domingo es elegir entre el euro y el dracma. No en aceptar o rechazar la última propuesta de la troika, como sostiene Tsipras. Es un lo tomas o lo dejas, que es lo que Tsipras ha dicho en una entrevista en la noche del lunes en la televisión pública griega. Le dieron 48 horas para aceptar esa última oferta.
Un momento, dirá el lector que siguió la rueda de prensa de Juncker. El presidente de la Comisión dijo que las puertas estaban abiertas para proseguir la negociación. Y acusó a Tsipras de haber puesto fin a las conversaciones de forma unilateral con la convocatoria del referéndum.
Forma parte del teatro. Dices que estarías encantado con volver a negociar, pero en las declaraciones públicas afirmas que si los rebeldes votan en el sentido equivocado, quedarán condenados a refugiarse en el mísero dracma.
La estrategia de Tsipras ante esta consulta y sus mensajes a la opinión pública cuentan con algunos puntos débiles. El principal, convencer a sus compatriotas que el gran desafío del no servirá para fortalecer la posición negociadora de Grecia y convencer a la troika de que están obligados a cambiar sus propuestas. Es decir, pone la carga de la prueba en manos de sus enemigos, de los que quieren acabar con él y con su Gobierno.
El argumento de partida de Tsipras es irreprochable en términos históricos. Siempre se ha dicho que la Unión Europea era un proceso político que se basaba en una comunidad democrática de naciones, a veces algo disfuncional, pero basada en que todos caminaban juntos en la misma dirección. Si alguien se movía demasiado rápido, debía acompasar su paso con el de los demás. Si alguien intentaba frenar la marcha, debía apresurarse un poco.
Cuando en distintos momentos franceses, holandeses e irlandeses celebraron consultas para convalidar pasos de gigante en la construcción europea, todo era buenas palabras y consejos de amigo. Las amenazas hubieran sido completamente contraproducentes. Incluso cuando los irlandeses rechazaron esos planes en las urnas, nadie montó en cólera, se hicieron los cambios pertinentes, no muchos, y se esperó a un segundo referéndum en el que los votantes, ya algo más deprimidos por su situación económica, aceptaron lo que antes habían descartado.
Hay una diferencia básica con respecto a esa época. Ahora existe la eurozona, y sobre todo está embarcada en un proyecto ideológico sustentado en la idea de convertir la austeridad (al principio, una respuesta de emergencia a una profunda crisis) en una solución permanente, destinada a convertirse en la teología oficial para las próximas décadas.
Tsipras cuestiona esa idea y por tanto debe ser destruido. Es un hereje y un peligroso precedente y, como todos los herejes, su único destino es la hoguera.
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Corregido el titular. Delenda es femenino. Obviamente, con Tsipras debe ser en masculino. Gracias a los que lo han señalado en Twitter.