Pablo Casado tardó mucho tiempo en entrar en el hemiciclo. Ocupó su escaño no mucho antes de que le tocara intervenir en la segunda jornada de la moción de censura. ¿Estaba preocupado dando vueltas a su discurso? No, estaba sacudiendo con ganas al punching ball y rompiendo a sudar. Cuando subió a la tribuna, ya llevaba los guantes puestos. Santiago Abascal no lo vio venir y cuando se quiso dar cuenta ya estaba en el suelo con la ceja partida.
El líder del PP comenzó con cuestiones de oportunidad política –»nos hace perder el tiempo» en mitad de una pandemia–, pero pronto pasó al plano personal. «Su única aportación es Vistalegre [el mitin de Vox donde Ortega Smith abrazó a todos con el virus que se había traído de Milán] y un autobús descapotable», desde el que Abascal saludó a sus seguidores en la manifestación motorizada por las calles de Madrid.
Luego le llamó vago, ingrato, chaquetero y cómplice del Gobierno de Pedro Sánchez. Volaron los golpes sobre el cuerpo inerte del líder de Vox. Como se vio en sus réplicas, no sabía cómo protegerse ni tenía fuerzas para responder con sus puños. A la paliza, respondió con una mirada con la que solicitaba compasión. No la recibió.
Casado cometió un error de novato justo antes de las elecciones de abril de 2019. En vez de avisar a los antiguos votantes del partido de lo que pasaría si le abandonaban en favor de Vox o Ciudadanos, lo que hizo fue crear un incentivo poderoso para que consumaran la separación. Qué más da a quién votes. Los tres partidos estaremos juntos en el Gobierno: «Al final, Vox y Ciudadanos, tengan diez escaños o tengan cuarenta, van a tener la influencia que ellos quieran tener para entrar en el Gobierno o para decidir la investidura o la legislatura. Por tanto, ¿para qué vamos a andar pisándonos la manguera entre nosotros si lo que tenemos que hacer es sumar?».
Esta vez, Casado había aprendido la lección y decidió coger la manguera para sacudir con ella a Abascal. «Hasta aquí hemos llegado», le dijo dejando claro que su paciencia se había acabado. «Dos años llevamos aguantando», comentó después con el tono de alguien que ha sufrido lo que no está escrito. Presentó al gallardo Abascal como un tigre de papel al que se le va la fuerza por la boca, «recitando hazañas bélicas y dirigiendo un ejército de trolls en las redes». Hasta hizo una mención burlona a Covadonga, donde el caudillo de Vox se hizo fotos en 2019 junto a la estatua de Don Pelayo en plena transformación perezrevertiana en conquistador de España frente a los rojos paganos.
Es cierto que Casado se refirió a cuestiones tácticas al acusar a su rival de fortalecer al Gobierno de Sánchez con la moción de censura condenada al fracaso. Pero las partes más hirientes de su discurso fueron aquellas en las que por primera vez en los últimos dos años descalificó a Abascal y a Vox precisamente porque no son lo mismo que el PP al representar a «esa España a garrotazos en blanco y negro, de trincheras, ira y miedo», que está «destinada a hacer que los españoles se odien y se teman». Algo no muy diferente a lo que había dicho el día anterior Sánchez, que había acusado a Vox de simbolizar «odio, cólera y nada más».
Los diputados del PP aplaudían todo el rato –no hay partido en Europa Occidental que aplauda tanto como el de Casado, quizá en la Rusia de Putin estén cerca–, pero, a diferencia de otros plenos, intercalaban «bravos» a varias de las frases de su presidente. No es que estuvieran de acuerdo sin más con el discurso. Parecían entusiasmados con que su líder se hubiera decidido a dejar de poner la otra mejilla ante Vox con el intento de aplacar a la extrema derecha. Algunos han tenido que sufrir comentarios despectivos en su círculo personal ante votantes que les habían abandonado por Vox, con todo ese rollo de la «derechita cobarde», y ahora empezaban a tener argumentos para sacar pecho. En las cenas de Navidad, las fuerzas estarán más igualadas.
A cierto nivel, la política siempre es algo personal, lo que no quiere decir que todos los políticos deban odiar a sus contrincantes (spoiler: no se odian, al menos la mayoría). Esa parte también tenía un hueco en el discurso de Casado. En dos ocasiones, recordó a Abascal la época en que el PP le dio puestos de parlamentario y cargos públicos, porque tampoco es que tuviera entonces mucho talento para la política. «Esta moción no la dispara contra el Gobierno, sino contra el partido que le ha dado trabajo quince años».
Sonó un poco en plan señorito –nosotros que te dimos de comer cuando no tenías ni donde caerte muerto–, pero lo cierto es que el líder de Vox se subió con 23 años a la maquinaria de los partidos políticos, de la que ahora dice que derrochan fondos públicos, y vivió de ella muy bien durante mucho tiempo. Ya en Madrid se acogió al Estado del bienestar que levantó Esperanza Aguirre con el que entregar generosos salarios a anteriores cargos del PP que se habían quedado sin oficio ni beneficio. En esos cuatro años de vivir a costa de la Administración madrileña en puestos en los que no dejó ningún sello, percibió 325.538 euros.
En el PP, sólo despertó compasión en alguien que está más fuera que dentro. La diputada desterrada del pleno, más conocida como Cayetana Álvarez de Toledo, se tragó el orgullo y votó ‘no’ después de haber reclamado la abstención en los últimos días. Luego grabó un vídeo para su canal de YouTube, del que es la única portavoz parlamentaria, para explicar su decisión: «La impugnación ad hominem de Santiago Abascal es una injusticia y un error», dijo, demostrando lo lejos que está ya de la mentalidad de sus presuntos compañeros de escaño.
Abascal tenía la oportunidad de devolver golpe por golpe. Seguro que no esperaban menos sus seguidores. Al final, sólo les quedó volcar su frustración en las redes y mover el hashtag «Pablo Cagado» en un notable ejemplo de onanismo digital. Su amado líder estaba noqueado y no oponía resistencia. Como el cervatillo deslumbrado en mitad de la carretera por los faros de un coche, se quedó congelado sin oponer resistencia. Hizo el chiste malo de rigor con una mención a la orquesta del Titanic, refiriéndose a los aplausos de la bancada del PP, y no mucho más. No amenazó con una respuesta a la altura de la ofensa recibida. Hasta dijo «seguimos tendiéndole la mano», como el cliente de una dominatrix que pide más y más. Un amago de denunciar algo parecido a una pinza contra él fue respondido por un diputado del PP a gritos: «No has entendido nada».
Te pegan una paliza y te llaman tonto. Vaya idea la de presentar una moción de censura para salvar a España, de la que finalmente sólo se han beneficiado Pedro Sánchez y Pablo Casado. Abascal debería pensar en hacer otro viaje a Covadonga para frotarse con la estatua de Don Pelayo a ver si así recupera el mojo. Puede probar también con la de El Cid en Burgos. Va a necesitar todas las estatuas que salgan en la guía Repsol.
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Primera jornada de la moción de censura de Vox: Abascal nos ofrece a Franco, Iker Jiménez y la España negra.