Zoë Roth ha obtenido por fin un beneficio económico por ser uno de los iconos del mundo de los memes y, sin saberlo, símbolo también de los progresos hechos por Isabel Díaz Ayuso en la política madrileña. Ha vendido por 495.000 dólares la imagen en la que aparece convertida en esa variante del arte digital que es el formato NFT. En 2005, sus padres y ella se acercaron junto a otras familias para ver el incendio provocado por los bomberos en una casa del barrio. Su padre le pidió que se girara para hacerle una foto y que sonriera, y le salió esa mirada enigmática que ha servido para tantas bromas en las redes sociales con el nombre de Disaster Girl. De alguna manera, Zoë era ese incendiario que disfruta en secreto contemplando las consecuencias de sus actos.
A pocos días de las elecciones de Madrid, Díaz Ayuso nos contempla como la niña Zoë con la seguridad de que está donde quería estar, mientras los demás sudan para comprender la situación y se preguntan qué es lo que ha pasado para que las encuestas prevean su reelección con el apoyo asegurado de Vox. Es una reacción que hemos visto antes.
Durante la pandemia, los presidentes de varios gobiernos autonómicos, incluidos los dirigidos por el PP, se tiraban de los pelos porque debían tomar medidas que sabían que eran necesarias, pero que tenían un fuerte coste social y económico. Al mismo tiempo, Ayuso salía diciendo ‘yo no voy a hacer nada de eso’ y los demás se quedaban con cara de tontos. En una ocasión, los dejó plantados a mitad de una reunión porque tenía que ir a una misa.
Al día siguiente, la foto en la prensa de Madrid no era la de esos presidentes encorbatados, sino la de ella derramando unas lágrimas en la iglesia. ¿Quién salió ganando?
Los presidentes de las comunidades limítrofes querían limitar la llegada masiva de turistas madrileños por el riesgo de contagios que suponían. Ella se desmarcaba escandalizada. En una memorable cumbre con los de Castilla La Mancha y Castilla y León, pactaron una serie de medidas y en la rueda de prensa posterior Ayuso negó haber acordado todo eso de lo que habían hablado minutos antes. Emiliano García-Page y Alfonso Mañueco se afanaban por intentar demostrar que la reunión había servido para algo y que ellos no habían hecho el ridículo, mientras Zoë miraba a la cámara.
Unos meses antes, los presidentes autonómicos sufrían al intentar buscar material sanitario en cualquier lugar del mundo, no siempre con éxito. En ese momento, Ayuso anunció que estaba en camino un avión con lo que Madrid necesitaba e incluso exigió al Gobierno central que no se lo robara en la misma pista de aterrizaje, una situación inaudita que ella consideraba perfectamente posible. Luego, ese avión nunca apareció, pero Ayuso había dejado su impronta en los titulares.
«Dijimos que íbamos a traer dos aviones y al final trajimos 24. Sin ayuda de nadie», dijo el jueves en un mitin en Pinto. Muchas CCAA consiguieron finalmente aviones con la carga que necesitaban, al igual que Madrid, y el Ministerio de Sanidad –que lo tenía más fácil al negociar junto a otros gobiernos europeos– facilitó a las regiones millones de mascarillas y otros elementos sanitarios, pero de eso Ayuso no se acuerda. Lo que hizo fue dejar sellada en la mente de sus votantes desde el primer minuto la idea de que nadie ayudó a Madrid y que por tanto todo el mérito fue suyo. Con las vacunas, ha utilizado la misma táctica.
La confrontación da votos. Al menos, actualmente en España. A fin de cuentas, las campañas son un poco eso. Confrontar programas, ideologías y candidatos. Lo que ocurre es que ahí lleva mucha ventaja quien no ha esperado a estas últimas dos semanas para hacer los deberes y sabe cómo elevar la confrontación al nivel más caliente poniendo cara de víctima. Ayuso y su principal consejero, Miguel Ángel Rodríguez, apostaron desde el principio por erigirse en el principal adversario del Gobierno central y en denunciar una conspiración permanente contra Madrid. Sus votantes y los que votaron a Ciudadanos en 2019 les han comprado esa idea, según las encuestas.
Al inicio de la campaña, Ayuso y Rodríguez doblaron la apuesta. No es que dijeran que el PP era el mejor partido para los madrileños, que es algo que se esperaba, sino que afirmaron que la derrota de Ayuso sería la derrota de la libertad. Por tanto, había que deducir que todos los demás eran enemigos de la libertad o, como poco, tontos útiles que no serían capaces de defenderla. Ahí volaron las palabras, los cuchillos y los estacazos. La campaña se convirtió en una pelea de barro.
Afirmar que los rivales del PP pretenden acabar con la libertad en España es compatible con otros mensajes que parecen ligeramente distintos, como el que utilizó en el mitin del viernes en Móstoles. «No podemos caer en el error de dividir a la sociedad española», dijo, tan convencida como cuando alertaba del terrible horizonte que espera a todo Madrid si ella no es reelegida.
Aparecieron las amenazas a algunos políticos. ¿Cuál fue la reacción de Ayuso? Lamentó que los amenazados armaran tanto ruido porque es algo que «forma parte de nuestro trabajo». En un mitin, dijo que si le iban a enviar algo, que fuera «lomo embuchado» (jiji, jaja). Se quejó de que la campaña era «tremendamente mala». Comentó que en los mítines «yo le quito hierro» a las polémicas. Luego dijo que Pablo Iglesias «sólo sabe hacer el mal» (lo describió con tantas frases peyorativas en una entrevista en Antena 3 que Susanna Griso se quedó lívida y le pidió que parara). Es su forma de elevar el discurso y restar dramatismo a la contienda política.
Sobre las críticas que ha recibido en otras CCAA –Núñez Feijóo dijo en enero que no se sentiría responsable si hubiera tomado las medidas adoptadas en Madrid–, Díaz Ayuso dijo el viernes que se deben a «un poco por envidia» y a «falta de vista política».
Como en el meme de Disaster Girl, mientras los demás se ponen de los nervios en una casa en llamas, Ayuso nos mira con una media sonrisa diciendo: no pensaréis que yo tengo algo que ver con todo esto, ¿no?