La guerra de Siria se ha cobrado la vida de otros dos periodistas. Marie Colvin, de The Sunday Times, y el fotógrafo Remi Ochlik. Ambos estaban en una casa de Homs que fue bombardeada. Al intentar escapar, un proyectil de lanzagranadas impactó en el edificio, según la primera versión conocida.
Colvin, de origen norteamericano, era una leyenda en el periodismo británico, tanto por sus crónicas desde todas las guerras como por su parche en el ojo (lo perdió en Sri Lanka) y su estilo inconfundible a la hora de defender la necesidad de estar allí para contar lo que está sucediendo.
Covering a war means going to places torn by chaos, destruction, and death… and trying to bear witness. It means trying to find the truth in a sandstorm of propaganda when armies, tribes or terrorists clash. And yes, it means taking risks, not just for yourself but often for the people who work closely with you.
Despite all the videos you see from the Ministry of Defence or the Pentagon, and all the sanitised language describing smart bombs and pinpoint strikes… the scene on the ground has remained remarkably the same for hundreds of years.
Craters. Burned houses. Mutilated bodies. Women weeping for children and husbands. Men for their wives, mothers children.
Our mission is to report these horrors of war with accuracy and without prejudice.
La cobertura de la Primavera Árabe está teniendo un precio terrible. Chris Hondros, Tim Hetherington y Anthony Shadid. Marie Colvin y Remi Ochlik, ahora. Algunos de ellos eran periodistas veteranos que habían cubierto un elevado número de conflictos. Parecían indestructibles, como si tuvieran una protección especial que les resguardaba. Una vana ilusión. Cualquiera puede caer si está demasiado cerca. Y ellos sabían que había que estar muy cerca para contar esas historias.
La última crónica enviada por Marie Colvin desde Homs: «We live in fear of a massacre».
Otro periodista muerto en las últimas horas: Rami Al-Sayed. No era un profesional, sino un periodista ciudadano. Alguien que había decidido que la mejor contribución a la lucha de su país era salir a la calle a grabar. Sin su trabajo y el de otros como él, sabríamos aún menos y por eso estamos en deuda con ellos.
Una preguntica: El Anthony Shadid, ¿era periodista o de los servicios secretos franceses?
¿Las dos cosas?
La experiencia libia, con un porcentaje muy elevado de agentes occidentales que ejercían el gremio, ha puesto esa profesión en entredicho y mínimos de credibilidad.
Mikel, Anthony Shadid era del Mossad y, como tal, un reptiliano enviado directamente desde el Club Bilderberg para modificar el curso de la guerra. Murió de un exceso del flúor con el que controlaban su mente, pero su cadáver fue retirado a tiempo de que la conspiración Illuminati fuera – de nuevo – puesta en evidencia.
Hay que joderse. «El tal» Anthony Shadid. Lo siguiente es preguntar por «ese al que llamáis» Kapuscynski.