La campaña de Madrid tendrá su desenlace en los colegios electorales el 4 de mayo, pero de momento se disputa en los bares. El Partido Popular ha decidido que ese es el terreno de juego en el que puede ganar y para ello sacó este fin de semana un anuncio protagonizado por hosteleros y camareros. Dejad que sean otros los que hablen de contagios, camas de hospital y las UCI. Nosotros estamos con las cañas, las tapas y esa explosiva combinación gastronómica que es el bocadillo de calamares. «Madrid es libertad», escribe Isabel Díaz Ayuso al vender el spot. Sus habitantes parecen haberse liberado hasta de la pandemia sin ni siquiera haberse vacunado. No deben de explicarse por qué en otras ciudades europeas están aún tan preocupados.
Es un discurso que comenzó hace tiempo y que no se ve afectado por la realidad. Ya a principios de septiembre, Díaz Ayuso acusó a periodistas y a sindicalistas de dar una imagen de Madrid que expulsaba a los turistas. «La imagen que muchas veces se traslada de la Comunidad de Madrid es tan nefasta que lo único que estamos haciendo es expulsar la iniciativa, expulsar al turismo y que la gente no consuma, no se atreva a bajar, por ejemplo, a las tiendas», dijo.
No es que hubiera en esa época muchos turistas a los que atraer. España tenía entonces peores datos que ahora, unas semanas antes de que los casos volvieran a subir y a terminar siendo el doble en noviembre. En enero se produjo otro catastrófico salto hacia arriba.
La obsesión de Ayuso era y sigue siendo mantener abiertos comercios, bares y restaurantes para paliar los daños económicos en el sector de servicios. Madrid no se puede parar, ha dicho en numerosas ocasiones con un mensaje parecido al que era habitual en Donald Trump. «Nuestro país no se construyó para estar cerrado. América estará abierta en poco tiempo para los negocios. Muy pronto. Mucho antes que en tres o cuatro meses, como algunos sugieren. No podemos dejar que la cura sea peor que el problema», dijo Trump en una fecha tan temprana como el 23 de marzo de 2020, cuando lo peor estaba por venir.
Esta era el ambiente ayer noche en la calle Espoz y Mina, en el centro de Madrid, donde decenas de turistas, la mayoría de ellos franceses, seguían de fiesta tras el toque de queda https://t.co/p0LA4r1aIv
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— EL PAÍS (@el_pais) March 27, 2021
Las imágenes de jóvenes turistas franceses disfrutando de las horas de bares abiertos que no están disponibles en París se han unido al debate político. Relacionar la libertad con los borrachos que se apelotonan en las calles a la hora del toque de queda es una innovación casi anarcoide, aunque la ya célebre foto de Olmo Calvo nos recuerde a la libertad guiando al pueblo en las barricadas del alcohol. Si las fronteras no están cerradas cuando llevas encima una PCR negativa, no se puede impedir que lleguen turistas, que tampoco van a ser muchos.
Fernando Simón no sonó el lunes tan alarmado como los medios de comunicación. Esas imágenes generan preocupación, pero esa no es la clave. Cree que el riesgo es pequeño (por la llegada de turistas), pero existe. «No debemos exagerar, porque el riesgo depende de los sistemas de control que tengamos en nuestro país», dijo. La clave es aplicar bien las medidas que se aprueben con todo el mundo, no importa si sean españoles o franceses.
Hace unos días, el alcalde de Madrid negó la evidencia y dijo que lo que veía no eran jóvenes con ganas de marcha, sino con sed de conocimiento. «No vienen a Madrid a beber. Vienen, insisto, a los teatros, cines, al Teatro Real, a disfrutar de la cultura», comentó José Luis Martínez-Almeida (y allí fueron corriendo los memes). Con la resaca que llevan algunos, les va a costar enfocar el ojo cuando estén delante de ‘Las meninas’. Ahora mismo, las terrazas están ganando a los museos por goleada. Es una competición desequilibrada.
Ayuso niega que eso sea un problema relevante y al mismo tiempo denuncia que es el Gobierno el responsable de ese problema. Por un lado, tacha las críticas de alarmistas o de algo peor. «El turista no viene sólo a emborracharse. Eso tiene un tinte un tanto xenófobo», dijo el lunes (lo dice ella que comentó de pasada que los contagios también crecían por «el modo de vida de nuestra inmigración» en Madrid). Por otro lado, dice que el problema existe y que es culpa del Gobierno central: «Es el Gobierno de España el que tiene las competencias para impedir las fiestas en las calles».
Esto último no es cierto. De otra manera, no se entiende que la Policía Municipal de la capital se haya ocupado este fin de semana de intervenir en 353 fiestas y reuniones en domicilios que vulneran las normas, como lleva haciendo desde el comienzo de la pandemia. Quizá uno de estos días Almeida se lo cuente a su compañera de partido. Se va a quedar de piedra.
La oposición acusa a Ayuso y Almeida de fomentar lo que llama el «turismo de borrachera» para centrar el debate en los términos que creen que le favorecen. Es una expresión que han utilizado Ángel Gabilondo y Mónica García. Las medidas del Gobierno madrileño son «poco claras, poco estrictas y demasiado laxas», ha dicho Gabilondo. Está por ver que ese lenguaje les vaya a servir para ganar votos. Si insisten, van a conseguir que las personas que trabajan en servicios piensen que siguen abiertos gracias a Ayuso.
Sería más conveniente para sus intereses que pongan menos énfasis en el asunto de los jóvenes en la calle –las televisiones se lo están pasando en grande– y que dediquen más tiempo a hablar de las ayudas a la hostelería que Ayuso se ha negado a conceder. Gabilondo habló de 80 millones de ayudas a corto plazo. Para que esa promesa sea efectiva, tendrá que contar cómo se concederán e insistir en ese mensaje, no en el de los jóvenes extranjeros viviendo la vida loca al aire libre.
Con independencia de lo que haga, eso no impedirá a Ayuso centrar su campaña en lo que siempre ha sido su estilo: yo soy la víctima, todos me odian y mis soluciones son las mejores para combatir la pandemia. Después de varias semanas de movimiento mínimo en la curva de contagios, el incremento de los últimos días empieza a ser real. Los datos conocidos el lunes lo demuestran. La IA a 14 días en toda España pasa de 138 a 149. En Madrid, la segunda comunidad actualmente con peores datos, de 241 a 255.
Cuando comience la campaña electoral en tres semanas, las cifras podría ser mucho peores. Madrid se arriesga a estar más tiempo en una situación de riesgo extremo, porque aparentemente Ayuso no está dispuesta a aplicar las medidas más estrictas que han hecho que seis comunidades estén por debajo de cien casos por 100.000 habitantes. Podemos encontrarnos ante una campaña electoral totalmente diferente, porque eso no lo cura ni un buen bocata chorreante de calamares de la libertad.