A la búsqueda de enemigos con los que demostrar que los responsables de la conspiración contra España son más que los españoles de bien, Vox ha unido a Cáritas a la lista de malditos. La guerra contra los pobres no se detiene ante nada. Rocío Monasterio dijo el viernes que la organización de asistencia a los necesitados «es uno de los beneficiarios de estos 4.700 euros por plaza, así que entiendo que no quieran que cuestionemos la cifra». Se refería a la ayuda pública a los menores extranjeros y al comunicado que 200 organizaciones sociales, entre ellas Cáritas o Unicef, difundieron hace unos días para calificar de intolerable «la instrumentalización de los niños que llegan solos a España en la estrategia electoral de cualquier formación política».
Utilizar a menores de edad como munición electoral es algo que no se había hecho en España. Ahora puede servir a Vox para entrar en el Gobierno de Madrid a cambio de su apoyo a la reelección de Isabel Díaz Ayuso. Que no se diga que la xenofobia descalifica a un actor político en España. Incluso puede ser una inversión fructífera. A los que les incomoda esta situación, pero también les molesta estar cerca de los que la critican, siempre les queda colocarse en el justo medio. Como algunos medios han titulado «Vox y UP secuestran la campaña y convierten el 4-M en un plebiscito sobre la democracia», quizá veamos en unos días titulares que digan que no hay que estar ni con Cáritas ni con Vox. Hay que alejarse de los extremismos.
Con la intención de aparentar que no está nervioso por el giro de la campaña, el PP reiteró el sábado su condena de cualquier tipo de violencia. Con una interesante diferencia entre Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso. Casado se ocupó de dejar patente su rechazo: «No queremos ni piedras ni balas. Ni amenazas ni insultos. Ni boicots ni cordones sanitarios. Queremos concordia y paz civil. No está España para garrotazos».
Ayuso estaba más por destacar que la polémica causada por las amenazas de muerte a Pablo Iglesias es un espectáculo con motivos políticos interesados. Alguien intenta obstaculizar su plácido camino hacia la reelección. El plan estaba diseñado para que la campaña fuera una reiteración de los mensajes que debían beneficiarle. Ahora no hay que perder de vista las prioridades. «No vamos a estar para estos circos. No puede ser que se fabriquen problemas inexistentes para tapar lo verdaderamente importante», dijo. El circo de las balas y de las amenazas a un candidato y a sus padres y esposa.
La campaña ha iniciado un camino de final desconocido. En estos casos, hay que diferenciar la cobertura de los medios con lo que de verdad ocurre en el mundo real. Una polémica que monopoliza la atención periodística y política puede gotear en la opinión pública durante unos días e ir diluyéndose poco a poco. Nadie puede estar totalmente seguro de eso. Nunca se sabe hasta dónde llegará su influencia. A algunos les interesa insistir en la denuncia –nada echa raíces si se limita a unos pocos mítines–; otros prefieren hacer como si no hubiera pasado nada digno de mención.
Con Vox no ocurre como en el PP. No es necesario repartirse los papeles. Todos los asume Santiago Abascal. El líder del partido cierra los mítines de la campaña en una forma de reconocer que su candidata, Rocío Monasterio, no da la talla. Ella aparece en primer lugar con una intervención no muy larga. Después sale Abascal, que se extiende todo lo necesario. En el acto del sábado en San Sebastián de los Reyes, tuvo tiempo para todo. Condenó toda violencia –»en especial la que se dirige contra nosotros y también la que va dentro de un sobre»– y luego puso en duda las amenazas sufridas por Iglesias.
Por eso, dijo que pretenden personarse en la investigación judicial como acusación popular, pero con comillas en la parte de acusación. En realidad, está pensando en otra cosa. «Si son irreales e inventadas (las amenazas), exigiremos que se llegue a las últimas consecuencias». Así que ya sabemos que quieren participar en el proceso judicial con la vista puesta en cargar contra los denunciantes.
No sería un mitin de Vox si Abascal no presumiera de ser más macho que nadie. Él también desayuna a 300 metros de 4.000 cubanos entrenados para matarle. La idea era burlarse de Iglesias por no haberse callado el asunto de las amenazas: «Se queja de que le llaman rata chepuda en las redes sociales (los asistentes se reían, no por la sensibilidad de Iglesias, sino porque de verdad piensan que es una rata). Cuando yo entro en las redes, me dicen de todo, que soy bizco y que me miro al espejo para comprobarlo, ¡y no lloriqueo como un cobarde!». Esa gente que se pone nerviosa porque le envían unas balas.
El día anterior, Iglesias había explicado a los periodistas el trato que recibe de la extrema derecha: «A mí ni siquiera me llaman ya rojo de mierda. Me dicen chepudo, rata asquerosa… Es una estrategia de deshumanización que es un calco de lo que hacían los nazis en los años treinta». Esa es una especialidad de la diputada Macarena Olona, que escribe de vez en cuando la palabra «rata» para referirse a Iglesias en Twitter a cuenta de una pintada que apareció en Asturias.
Sólo para reírse de él. Ella sólo piensa que todos los menores inmigrantes son unos delincuentes. Las cosas que molestan a esa organización tan peligrosa para España que es Cáritas.