«Primero hay que dar un Gobierno a España y luego abrir un debate profundo en el PSOE», dijo Susana Díaz esta semana. «Primero, el Gobierno de España y después, los problemas del PSOE», dijo Rubalcaba. «Estamos ante la decisión no de apoyar al gobierno del PP, sino dejar que arranque el gobierno, que va a ser un gobierno parlamentario», afirmó Felipe González.
Durante las once horas y media que duró el Comité Federal del PSOE este sábado, pocos hablaron de España y nunca se llegó a votar sobre qué Gobierno necesita España. Todo el día se pasó discutiendo sobre quién votaba qué. Si votaban los 18 miembros que quedaban en la Ejecutiva. Si lo hacían los dimisionarios. Si se votaba un congreso extraordinario o una gestora. Si todo debía quedar a expensas de lo que decidiera la Comisión de Garantías. Si podía decidir por su cuenta la Mesa del Comité Federal. Si el micrófono lo tenía Verónica Pérez o Rodolfo Ares.
Como dijeron varias personas en Twitter, los dirigentes socialistas quisieron cumplir al pie de la letra esa idea propagandística de que el PSOE era el partido que más se parece a España. Humor negro, claro. En este caso, sería el que más se asemeja a la idea peyorativa y negra de España, donde todos hablan en voz alta sin escuchar, nadie respeta a nadie y los problemas reales se aplazan para dilucidar antes cuestiones de procedimiento de las que depende el destino del mundo.
Fue una descarnada lucha por el poder, con independencia del poder que le reste al PSOE tras este espectáculo. Javier Solana volvió a escribir el tuit de hace unos días: «Cuando se tome conciencia del destrozo, todos preferirán 85 diputados».
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