En su discurso anual al Parlamento ruso, Vladímir Putin ha dicho lo que se espera de él en términos nacionalistas y de desafío a Occidente, y ha comunicado algunas novedades en política económica con las que Moscú responderá a las sanciones de EEUU y Europa.
En primer lugar, las referencias a la época en que Rusia plantó cara a Hitler o a Crimea como un lugar de importancia similar a la que el «Monte del Templo» (en Jerusalén) tiene para judíos o musulmanes demuestran lo poco que las sanciones afectan políticamente a Putin. Antes al contrario, le permiten apostar por esa idea, popular en su país, por la que hay una conspiración occidental para impedir que Rusia tenga la fortaleza exterior que se merece.
En política económica, sí ha dado un mensaje nuevo. Sea factible o no, ha pedido a las grandes empresas rusas que vuelvan al país para hacerlo más fuerte. A cambio de eso, ha anunciado una amnistía fiscal y ha sugerido que el Gobierno debe reducir unas regulaciones y controles que sirven en ocasiones como forma de exigir sobornos, según ha dicho.
Utilizar el espíritu de la Segunda Guerra Mundial para hacer frente a las sanciones revela que el ataque económico está provocando un perjuicio real, a lo que hay que unir el descenso del precio del petróleo. Rusia cuenta con unas inmensa reservas con las que a corto plazo compensar los ingresos perdidos, pero si el petróleo no se acerca al nivel de 100 dólares el barril en 2015, lo que ahora parece una hipótesis muy probable, no serán suficientes. De momento, los funcionarios del Kremlin y del Ministerio de Exteriores ya han visto congelados sus sueldos hasta 2015, y se esperan más medidas de contención del gasto público en los próximos meses.