Ya ha quedado un poco más claro cuál será la estrategia del establishment republicano para impedir que Donald Trump se haga con el control del partido. Más o menos, la misma que no funcionó en las primarias de 2016. Rechazar su conducta y su desprecio por las normas tradicionales de la política y bloquear a los demócratas cualquier intento de borrar la huella de las políticas trumpistas.
Mitch McConnell, líder de la minoría republicana del Senado, marcó el camino con una intervención sumamente crítica con Trump por los sucesos que concluyeron en el asalto al Capitolio. Fue antes de la votación del sábado que rechazó la condena del expresidente en el ‘impeachment’ que ya no podía destituirle, pero sí impedir que se vuelva a presentar al cargo con una votación posterior.
El senador republicano fue casi tan duro como los demócratas: «No hay ninguna duda, ninguna, de que el presidente Trump es de hecho moralmente responsable de provocar los sucesos de ese día». No ya por su lenguaje incendiario y su negativa a aceptar la derrota en las urnas. También por haber sido el responsable directo del asalto al legislativo por sus «teorías de la conspiración» que pretendían vulnerar la voluntad de los votantes y «prender fuego» a las instituciones.
Antes de las elecciones, era indudable que incluso en caso de derrota el expresidente iba a controlar el debate público del Partido Republicano. La mayoría de los responsables del Comité Nacional Republicano son partidarios suyos. Aunque no es un organismo similar a la dirección nacional de un partido europeo, no se puede negar su influencia, sobre todo a la hora de asignar fondos a las campañas de los candidatos en todo el país.
El asalto del Capitolio cambió ese escenario. Muchos políticos republicanos asumieron la realidad: Trump se había negado a aceptar el veredicto de las urnas y había promovido una movilización violenta que había desembocado en la ocupación del Congreso por una multitud. Sin embargo, la mayoría se opuso a la destitución, que no obtuvo la mayoría de dos tercios necesaria.
El rechazo del impeachment en la votación del Senado se debe a que la inmensa mayoría de los congresistas del partido no pueden aparecer en público como cómplices de los demócratas. Siendo generosos, esto es un ejemplo de la duplicidad de esos dirigentes o de su falta de valor, pero McConnell no es un político que ha estado tanto tiempo en el liderazgo republicano como para ignorar que es conveniente mantener abiertas todas las opciones. Pretender que él y otros como él vayan a dar la batalla ideológica a Trump es desconocer su trayectoria política.
McConnell jugó las dos cartas todo el tiempo que pudo. No reconoció la victoria de Biden hasta el 14 de diciembre, más de un mes después de la jornada electoral, y no denunció las mentiras de Trump sobre un supuesto fraude electoral hasta el 3 de enero. El asalto al Congreso fue lo que desbarató sus prioridades en esos días, que pasaban por una victoria de los dos candidatos republicanos en la votación por dos escaños del Senado en Georgia (que perdieron).
Al igual que muchos gobiernos intentan convivir con el coronavirus para no dañar aún más a la economía, los republicanos como McConnell probarán a convivir con el trumpismo confiando en que se vaya diluyendo con el paso del tiempo al carecer Trump de los altavoces mediáticos que le han sido tan útiles. Su problema es que congresistas republicanos más jóvenes están listos para enarbolar la bandera trumpista como catapulta para su posible candidatura presidencial en 2024 en el caso de que su líder natural no dé el paso al frente.
Antes de que tenga que confirmar esa decisión, Trump tendrá muchas posibilidades de seguir actuando como «agente del caos» en las filas republicanas. Su gran oportunidad serán las elecciones legislativas de mitad de mandato en 2022, en las que apoyará a los candidatos más cercanos a sus ideas en las primarias del partido. Para McConnell, el problema aparecerá en toda su crudeza cuando Trump quiera vengarse de los congresistas que votaron en su contra en el impeachment o le criticaron en público aunque luego no votaran a favor de la destitución.
McConnell aspira a que esta vez sea diferente y que sean los fiscales y los tribunales los que vayan minando a Trump. En su discurso en el Senado, recordó que Trump no se ha librado del todo. «Un expresidente no goza de inmunidad», dijo, ante demandas de todo tipo por la vía penal o civil en el sistema de justicia.
«Ha habido un intento hostil de toma de control del Partido Republicano», dijo el gobernador republicano de Maryland a NBC News. «Creo que debemos pasar de ser la secta de Donald Trump a volver a los principios básicos que siempre ha apoyado el partido». Quizá él lo tenga fácil en un Estado de la costa este. No podrán decir lo mismo sus correligionarios de otras zonas del país.
Según una encuesta de CNBC realizada este mes, sólo un 26% de votantes republicanos quiere que Trump deje la política. El 76% restante se distribuye en varias opciones: que dirija el partido, funde un nuevo partido o siga políticamente activo.
Trump ya ridiculizó al establishment republicano en las primarias de 2016. Aspira a hacer lo mismo en los dos próximos años. Ya no puede presentarse como alguien totalmente ajeno a la política como hace cinco años y su estilo personal ha quedado gravemente dañado tras los sucesos de Washington del 6 de enero, pero sería un error pensar que está acabado.
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Foto superior Mitch McConnell mira a Donald Trump.