El futuro de Egipto sólo puede ser mejor que el presente

Cinco años después de la rebelión popular que acabó con la dictadura de Mubarak, los medios de comunicación publican numerosos artículos con las preguntas de costumbre. ¿Qué ocurrió entonces? ¿Qué fue mal? ¿Cómo pudo todo terminar en otra dictadura mucho más represora y totalitaria que el régimen ya adormecido del viejo faraón en sus últimos años? ¿Cómo es posible que muchos sectores sociales que apoyaron esa revuelta terminaran pidieron la vuelta de un régimen militar que eliminó con fuego real a centenares de sus adversarios?

El régimen de Sisi no es simplemente una dictadura más que pretende poner fin a unos años de caos y confusión para imponer el orden y volver a la situación anterior. Representa un intento de construir un sistema cuya única ideología es un nacionalismo reaccionario y xenófobo que se perpetúe en el tiempo.

Sin embargo, en el libro ‘The Egyptians: A Radical Story’, el periodista Jack Shenker, testigo de los hechos que acabaron con Mubarak, intenta dar un punto de vista diferente a los análisis más pesimistas, que comparto, sobre el futuro de Egipto.

Pero antes un extracto sobre uno de los factores que permitió desde el principio consolidar el control de la situación por el general Sisi: el apoyo internacional. Los fondos que por miles de millones de dólares facilitaron Arabia Saudí y otros países del Golfo Pérsico permitieron al régimen sobrellevar la emergencia económica, pero es el apoyo político recibido en EEUU y Europa lo que le ha permitido asegurar su poder:

«Creo que es fundamental que el Gobierno (de Sisi) triunfe, que le demos el apoyo necesario para que traiga esta nueva era para el pueblo de Egipto», ha dicho Tony Blair. «Ahora mismo, creo que es importante que toda la comunidad internacional respalde y apoye a los líderes» (de Egipto).

Blair fue el invitado estrella en una conferencia de desarrollo económico patrocinada por el Gobierno en Sharm el‑Sheikh en la que acompañaron a Sisi los directores del FMI y el Banco Mundial, el secretario de Estado de EEUU John Kerry, el ministro británico de Exteriores Philip Hammond y 18 monarcas, presidentes y otros jefes de Estado. Delegaciones de primer nivel de China, Rusia, Francia, Alemania y España asistieron, junto a representantes del Banco Europeo de Inversiones, el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo y el Banco Africano de Desarrollo. Directivos de Coca-Cola, Unilever, Siemens, Allianz y los gigantes petrolíferos BP, BG y Total participaron en las conferencias. «Vuestra guerra es nuestra guerra, y vuestra estabilidad es nuestra estabilidad», dijo el primer ministro italiano, Matteo Renzi, por lo que recibió una gran ovación. «Todo esto no tiene que ver con Egipto y la región (de Oriente Medio), sino también de Italia y el resto del mundo».

¿Pero cuál es esa guerra, y en nombre de que intereses se reclama esa «estabilidad»? Para gente como Renzi, Blair y David Cameron –que invitó recientemente a Sisi a Londres y posó para los fotógrafos con él en Downing Street–, es sin duda un alivio creer que el caos ha terminado en Egipto y que pueden reanudarse los negocios sin problemas.

¿Dónde está el optimismo que pregona el autor del libro? En la huella que dejó la revolución del 25 de enero en las generaciones de egipcios que nunca habían conocido otra cosa. Y se fija en los más jóvenes, por ejemplo, unos niños de un colegio que se hicieron famosos por un vídeo en el que aparentemente estaban repitiendo las imágenes que veían en televisión. Digamos que estaban jugando a la revolución, como otros niños juegan a policías y ladrones.

Pero no era eso lo que estaba pasando. Como cuenta a Shenker un profesor, no lanzaban gritos por el derrocamiento del dictador, sino del director del colegio.

«No sólo estaban copiando lo que veían en televisión. Lo estaban cambiando para llevar a cabo su propia minirevolución aquí mismo en el colegio. (…) Los niños son ahora completamente diferentes. A los dos minutos de que empezara la revolución, comenzaron a preguntarnos en las clases, respondían a lo que decían los profesores, y preguntaban qué estaba pasando en las calles y lo que significaba. Algunas de las personas que trabajan en el centro, incluido yo mismo, habíamos participado en las protestas en Tahrir, y los estudiantes querían saberlo todo, querían saber qué se sentía cuando tu voz es escuchada. Todos cambiamos, y ellos cambiaron con nosotros».

Para Shenker ese es el triunfo de la revolución. Lo que no sabemos es cuándo veremos sus frutos.

 

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