Time tiene una doble portada para el mismo número. «El matrimonio gay ya ha ganado». En términos de reconocimiento legal, el titular parece prematuro. En EEUU, es legal en nueve estados, además de la capital, y (detalle menos conocido) tres tribus indias.
Estos días el Tribunal Supremo ha celebrado la vista sobre la ley federal que establece que el matrimonio sólo es la unión entre un hombre y una mujer. Si el resultado fuera que se trata de un asunto que compete a los estados, y no al Gobierno federal (como parece deducirse de las preguntas que hizo Anthony Kennedy), es posible que el número en los que está permitido aumentara, como también es posible que su legalización fuera aún más difícil en las zonas más conservadoras de EEUU.
Los sondeos reflejan un apoyo mayoritario al matrimonio gay, que es prácticamente masivo entre los menores de 30 años. Al igual que en varios países europeos, el cambio ha sido evidente en la última década, y aún más llamativo en la sociedad norteamericana, más conservadora y con mayor peso de la religión en el debate público que la europea.
Hay una evolución sociológica clara detrás de estos números que no creo que se deba tanto a cuestiones morales. Los partidarios de la existencia del matrimonio gay han ganado el debate o, mejor dicho, los términos en que se produce. El cambio se debe a que el debate ha girado desde un enfrentamiento basado en criterios ideológicos o morales a una discusión sobre los derechos. Con independencia de la idea que tenga cada uno sobre la institución del matrimonio o de ideas preconcebidas sobre los gays, cada vez está más claro que prohibir casarse a los homosexuales es discriminatorio al arrebatarles derechos civiles de los que disfrutan los demás ciudadanos.
Por otro lado, luchar contra la discriminación también es una posición moral.
Algunos dijeron en España que la legalización propiciada por el Gobierno de Zapatero era un ejemplo de ingeniería social hecha desde el poder. Ahora está claro que sólo recurriendo a una ingeniería jurídica cada vez más impopular se puede defender la discriminación e impedir que los homosexuales tengan los mismos derechos que los heterosexuales.
En realidad es mucho más sencillo que todo eso. Hace unos años las grandes corporaciones se dieron cuenta de que había un segmento del mercado formado en su mayor parte por profesionales liberales, con alto poder adquisitivo y sin hijos, que era demasiado goloso para dejarlo escapar: los gays; así que un día decidieron que ya era hora de dejar de perseguirlos, señalarlos con el dedo y burlarse de ellos, y pusieron a trabajar a su aparato mediático y político para lograr la tan ansiada «normalización», también conocida como «Campaña ‘Ponga Un Gay En Su Vida'». De pronto los gays que salían por la tele ya no eran unas locazas que se vestían con bata de cola para estar por casa, ni unos desviados con acento raro; sino seres humanos con derechos y una tarjeta de crédito. Y los mismos garrulos que antes les tiraban piedras por la calle y les hacían la vida imposible en el colegio o el trabajo, poco a poco, lentamente, comenzaron a darse cuenta de que era más conveniente ocultar su odio, a usar la palabra ‘maricón’ sólo en la intimidad de su hogar o en la tasca cuando se reúne con los colegas a tomar unos chatos y ver el partido mientras comenta la última portada del ‘Marca’, (eso sí, mirando por encima del hombro, no sea que alguno de esos pijos liberales esté escuchando)…
No os engañéis. Esta sociedad no es más tolerante: sólo ha aprendido a disimular mejor, eso es todo.
No estoy de acuerdo con el comentario anterior.
Creo que, aunque es verdad que el hecho de que los LGTB seamos un sector más del mercado, y muy consumista en algunos casos, ha hecho que haya un apoyo de marcas, publicidad y cultura pop bastante importante, este apoyo se ha podido producir porque la gente no LGTB lo ha interiorizado.
Creo que ha ayudado muchísimo a la normalización el que haya series juveniles donde se trate el tema (en mi época fue al salir de clase, luego sé que física o química también, muchas de las americanas, etc). Y creo que el hecho de que actualmente en casi cualquier grupo de amigos haya una persona LGTB visible y fuera del armario (no en vano somos el 10% de la población, junta 10 personas y habrá muchas probabilidades de que una sea LGTB) ha hecho que mucha gente con mentalidades más antiguas se dé cuenta que es una locura andar negando derechos.
Una cosa es decir «qué asco los maricones, no quiero que se casen» y otra decirle al amigo de la infancia de tu hijo que él tiene menos derecho a formar una familia. Sigue habiendo gente así, pero cada vez menos, y creo que es gracias a la visibilidad. La visibilidad acerca a la gente al «problema» y la pone de nuestro lado. Y esta gente es la que realmente permite que cambie las leyes, aunque su cambio previamente haya podido verse influido por el entorno.
La ley tiene que garantizar los mismos derechos a todos los colectivos, pero eso no significa que haya que cambiar la denominación de las cosas.
Un matrimonio es una unión entre un hombre y una mujer, no entre dos semejantes. Al margen de la definición, una pareja de hecho entre dos hombres o dos mujeres, efectivamente deben tener los mismos derechos que un matrimonio al uso. Todos, incluso el derecho a la adopción, aunque entiendo que se deben priorizar las solicitudes de los matrimonios a las de las parejas de hecho entre hombres o mujeres…
¡Un saludo!
A Alfredo:
No es la ley la que cambia la denominación a las cosas, es la gente. Con el tiempo una palabra que se utilizaba para una cosa ahora, ha ampliado su significado. El lenguage como la sociedad a la que sirve evoluciona. Y si la gente le llama matrimonio a la unión entre dos hombres o dos mujeres, eso pasa a ser un matrimonio, aunque no aparezca en la última versión del diccionario de la RAE.
En cuanto al derecho a la adopción, espero que lo que cuente sea el derecho del menor a ser adoptado por la mejor familia posible, sea la que sea. Cualquier otra cosa
sí sería una injusticia.
El matrimonio ha sido durante siglos un contrato reproductivo, establecido para garantizar que los hijos fueran legítimos. Es el único motivo por el que sólo existía entre hombre y mujer (o entre hombre y mujeres), y mucho antes de que se apropiaran de él las religiones. En estos último siglos ha cambiado su significado, se ha convertido en un proyecto de vida en común basado en sentimientos amorosos; y no entiendo cómo se puede excluir a los homosexuales de este nuevo concepto.
Si quiere seguir siendo un contrato para reproducirse por definición, los ancianos y los estériles tampoco tienen derecho a casarse.