Martin Schulz ha pasado de ser la gran esperanza de los socialdemócratas alemanes para conseguir lo imposible –derrotar a Merkel en las urnas– a convertirse en el cartel de una derrota inevitable en los comicios de septiembre. Hace cuatro meses, fue elegido candidato del SPD y muy pronto su partido disfrutó de un ascenso de casi diez puntos en las encuestas alcanzando a la intocable Merkel. Desde entonces, ha enlazado tres derrotas consecutivas en las elecciones regionales del Sarre, Schleswig-Holstein y Renania del Norte-Westfalia. La última es especialmente dolorosa porque deja a los socialdemócratas sin el Gobierno de uno de sus grandes baluartes, donde gobernaba en coalición con los verdes, que es también el Estado más poblado del país.
Wolfgang Münchau tiene una teoría en el FT sobre el rápido hundimiento del SPD con Schulz:
«Cuando la gente concedió a Schulz el beneficio de la duda hace cuatro meses, él malinterpretó las señales. No llegó a presentar un programa. No clarificó su posición sobre si aceptaría una coalición con Die Linke (La Izquierda). Cuando habló con los sindicatos en enero, pareció distanciarse de algunas de las reformas económicas que el SPD había apoyado antes. Y cuando habló recientemente con dirigentes empresariales, definió al SPD como un partido favorable a las empresas. En política económica, no veo diferencias materiales entre los dos grandes partidos, excepto que los democristianos de Merkel quieren utilizar el superávit fiscal para aprobar un recorte fiscal insignificante, mientras que el SPD propone un programa de inversiones insignificante».
Habrá quien diga que seguro que a muchos votantes alemanes esas inversiones prometidas por el SPD no les parecen tan insignificantes o que los partidos no deben presentar su programa electoral hasta la campaña electoral como muy pronto (algunos partidos hasta creen que basta con unos folios repletos de generalidades o una «conferencia política» en la que se reiteran los grandes principios en los que han creído siempre).
También se puede llegar a otras conclusiones, como la de pensar que la caída del SPD –el fin del «cuento de hadas», por usar el término que Münchau elige para su titular– tiene unos cuantos puntos en común con la situación que sufren otros partidos socialdemócratas en Europa, empezando por el PSOE.
Schulz ha repetido un modelo de campaña que conocemos bien en España. No tomar decisiones arriesgadas. Difundir mensajes diferentes destinados a públicos distintos, pero intentando convencer a todos los interlocutores que no tienen nada que temer del partido, que todo será igual o diferente en función de la audiencia. Vender una política económica que sea distinta de la actual, pero sin que suponga un cambio radical que asuste a los votantes. Confiar en que el regreso al 40% de votos de años anteriores –muy anteriores en algunos casos– pasa simplemente por un cambio de líder, porque todo se reduce a encontrar un candidato que sepa ganar. Mantenerse a una prudente distancia de aliados potenciales, que tras las elecciones serían imprescindibles, para no contaminarse con su cercanía.
En inglés, existe la expresión ‘big tent’ para definir al partido que logra armar una especie de coalición con diversos grupos sociales para extender al máximo su capacidad de atraer votos, habitualmente restringiendo su mensaje a una serie de principios muy básicos. Es normal que en un sistema bipartidista, como lo era antes España, cada uno de los dos grandes partidos sea en la práctica una gran tienda en la que quepan votantes de circunstancias sociales, económicas y políticas muy distintas.
Parece que los socialdemócratas no están ya en condiciones de ocupar ese papel en Europa Occidental y están obligados a tomar decisiones muy complicadas en los próximos años. Tienen que elegir, que es a fin de cuentas de lo que se trata en política. Martin Schulz acaba de descubrirlo.