El lenguaje bélico no es peligroso en sí mismo a la hora de afrontar una crisis nacional. Lo es por las consecuencias que tendrá en el futuro más inmediato y por su capacidad de poner en peligro las libertades en beneficio de un supuesto interés común, cuenta Adam Wetbrook en este ensayo en el NYT que cita varios precedentes históricos. La crisis del coronavirus ha empujado a los gobernantes a abusar del uso de esos conceptos, como si el virus fuera un enemigo identificable y autoconsciente al que se puede ‘derrotar’. En parte, es lógico, porque permite concienciar rápidamente a los ciudadanos para unirse en una causa común y convencerles de que acepten medidas, como el confinamiento, inauditas en una sociedad occidental.
Pero la guerra requiere de enemigos de carne y hueso, y estos se terminan encontrando tanto dentro como fuera del país. Es imposible, incluso en mitad de una pandemia, anular las divisiones políticas existentes en una democracia, como también la competición natural entre países. Eso será especialmente importante cuando se descubra una vacuna.
«Especialmente en relación a la movilización de recursos, la guerra podría ser una analogía apropiada para luchar contra una pandemia como la de la Covid-19», excribe el exembajador norteamericano Ivo Daalder. «Pero su derrota final no será como una victoria militar y exigirá el tipo de cooperación global que se asocia más al mantenimiento de la paz que al combate en las guerras».