Pablo Iglesias no se fía de nadie. Bueno, de su familia, sí, de sus amigos, de algunos compañeros de partido y también quizá de la sonrisa de un niño. ¿Pero en la política? ¿Dentro del Gobierno? Ni de lejos. No se fía ni del PSOE, porque hay que apretar incluso para poner en práctica el acuerdo que hizo posible el Gobierno de coalición. De los poderes económicos y los medios de comunicación que los apoyan, ya ni hablamos. Esa gente sabe cómo presionar. Cada día. El vicepresidente debe de acumular antiácidos por cajas en casa, porque de otra manera es difícil digerir tanta desconfianza. Si te descuidas, te roban hasta el alma. De hecho, parece que es más fácil que te roben si formas parte del Consejo de Ministros que cuando te encuentras en la oposición con una mano delante y otra detrás.
En una entrevista en el programa ‘Salvados’, el líder de Podemos dio el domingo una teórica a sus votantes sobre las ventajas del Gobierno de coalición (imagina lo que pasaría si no estuviéramos dentro), combinado con los lamentos sobre lo duro que es un Gobierno de coalición (nos presionan desde dentro y desde fuera). El vicepresidente como víctima es una figura novedosa en la política, que hace tiempo que adoptó como máxima la frase de Andreotti que dice que lo que más desgasta es estar en la oposición. Allí seguro que no te hace caso nadie y sólo te presiona la familia.
«Lo fundamental es que estar en el Gobierno no es estar en el poder», dijo en la entrevista. «Ahora, siendo vicepresidente, lo vuelvo a decir. Hay señores, dueños de bancos y grandes empresas que tienen más poder que yo, y no les ha votado nadie». No es la primera vez que lo dice, así que no se ha caído del guindo. Es un discurso tradicional de la izquierda que cuenta con algunas fisuras en la situación actual. Unidas Podemos no hubiera conseguido que se aprobara el Ingreso Mínimo Vital desde la oposición ni mantener vivo el debate sobre la acción pública para evitar los desahucios durante una pandemia. Quizá haya que convenir que todo poder tiene capacidad de presionar. Si no, no lo llamarían poder.
Por momentos, parecía que Iglesias estaba a punto de confirmar la visión catastrofista que la derecha hace del Gobierno. Ese «Gobierno Frankenstein» que anda de forma desarticulada con los brazos por delante para no tropezar y del que se caen tornillos y cables por estar montado con piezas muy distintas. «Hay grandes diferencias (con el PSOE) que luego se escenifican». Ahí hay que apuntar que Iglesias dio esta entrevista para hablar a sus votantes, no a los demás. Una estrategia a la defensiva para no perder su apoyo en las encuestas y en futuras elecciones. Que no tengan la tentación de acercarse a Pedro Sánchez con el fin de responder a la ofensiva general de la derecha. Eso mismo que dejó a Izquierda Unida en los huesos en 2008.
Las relaciones de PSOE y Podemos han pasado por altibajos, pero han superado los momentos más sensibles. Los roces no son artificiales e incluso así se ha conseguido encauzarlos, lo que no siempre es sinónimo de solucionarlos. La polémica por la subida de la luz es otro asunto en que las posiciones de ambos partidos son diametralmente opuestas. Sólo pueden aspirar a convivir con esa discrepancia.
Un Gobierno de coalición es un matrimonio de conveniencia que se aguanta porque la alternativa es peor, con lo que tampoco se puede aspirar a que concluya en amor verdadero. Por otro lado, puede durar muchísimos años, a menos que sus protagonistas crean que no merece la pena defender su lado positivo. De vez en cuando, hay que decir ‘te quiero’, aunque sólo sea para cubrir el expediente.
Periódicamente, Iglesias prefiere apretar las clavijas de los desacuerdos. De lo contrario, el PSOE responde con un ‘mañana, mañana’. La socialdemocracia nunca tiene prisa. «A veces hay que presionar dentro del Gobierno para que se haga» una determinada reforma, dijo. Incluso para que se cumpla ya mismo un punto del acuerdo que lo hizo posible. No es que sea un drama. Es peor cuando se sugiere que algunos de los que están dentro son cercanos a los que asedian el castillo.
«¿Tienes alguna duda de que las patronales inmobiliarias no presionan al Ministerio de Economía?», dijo al periodista Gonzo. «A veces, hasta les pueden convencer». Una cariñosa pedrada lanzada hacia la vicepresidenta Nadia Calviño, aparentemente susceptible a las presiones del poder económico. Ya se sabe, él no se fía de nadie. Probablemente, Calviño de él, tampoco.
El vicepresidente podría haber pecado de arrogante o al menos de optimista y presumir de los logros conseguidos en el Gobierno –de eso habló bastante cuando se aprobaron los presupuestos–, a pesar de los obstáculos. De cómo la derecha eleva los límites de la crispación al ver que el pacto PSOE-Unidas Podemos puede cumplir toda la legislatura. Nos presionan como leones y no consiguen pararnos. Esta vez, prefirió sostener que la vida es muy dura en el Gobierno.
Todo ese escenario de presiones y mal rollo hace que vivamos en «una democracia limitada», según Iglesias. ¿La hay de otro tipo?
Iglesias se mantuvo fiel al guión de la entrevista que llevaba en la cabeza hasta que pisó una placa de hielo y se partió la crisma. Moralmente, tiene mejor opinión de Carles Puigdemont que de Juan Carlos de Borbón, porque el primero «se ha jodido la vida para siempre por sus ideas políticas», no por llenarse el bolsillo. Y ahí llegó la pregunta de Gonzo: «¿Lo considera realmente un exiliado? ¿Como se exiliaron muchos republicanos durante la dictadura del franquismo? ¿Los puede comparar?».
La brújula política y moral de Iglesias le debería haber indicado el camino correcto. Se la había dejado en casa.
«Pues lo digo claramente», respondió con gesto de no tener ninguna duda. «Creo que sí. Creo que sí. Y eso no quiere decir que yo comparta lo que hiciera, ni la forma, ni que lo que hizo pueda ser indiferente al Derecho, pero creo que lo que hizo fue motivado por sus convicciones».
Los directores de comunicación de los políticos deberían escribirles todos los días: no hagas analogías históricas con la situación actual sobre hechos del pasado que acarrean más dolor del que se puede soportar. Huir de una dictadura criminal en los años 30 para no ser fusilado y acabar con tus huesos anónimos enterrados en una cuneta no puede ser comparable a vivir en una residencia en Waterloo en el siglo XXI pagada con fondos de tus partidarios y seguir influyendo en la vida política de tu país.
Los votantes de Podemos ya tienen aprendida la lección gracias a esta entrevista. No te fíes de nadie en política. Ni siquiera de Pablo Iglesias en las entrevistas.