Saad Hariri nunca ha sido un político de mucho carácter. Es posible que nunca habría llegado a entrar en política si su padre, Rafiq Hariri, no hubiera sido asesinado en 2005 en un atentado en Beirut, cuya autoría nunca ha quedado demostrada, pero que se sospecha que fue concebido en Damasco. Asumió el control de las empresas de la familia y el liderazgo del bloque político suní en Líbano.
Ha sido primer ministro en dos ocasiones y en teoría sigue siéndolo, o al menos lo era hasta que el viernes 3 de noviembre recibió una llamada de Riad para que viajara rápidamente y se reuniera con el príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salmán.
Desde ese día, Hariri no ha regresado a su país. El sábado 4, fue convocado a las ocho de la mañana, estuvo esperando varias horas y finalmente se reunió con el príncipe MbS, como se conoce a Bin Salmán. A las dos de la tarde grabó un mensaje para una televisión saudí, leído no con mucha soltura, en el que anunciaba su dimisión, afirmaba que temía sufrir un atentado y acusaba al Gobierno iraní y al movimiento chií libanés de Hizbolá de causar «el caos» en la región.
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