El mito del debate Nixon-Kennedy

A pocas horas del primer debate entre Obama y Romney, los medios desempolvan todas esas imágenes legendarias de anteriores duelos en la campaña norteamericana. Desde luego, ese instante que inauguró la democracia televisiva: el joven y atractivo Kennedy frente al sombrío, sudoroso y mal afeitado Nixon. George Bush, padre, incómodo, mira al reloj sobre un taburete en el que no sabe cómo ponerse. Gerald Ford niega que la URSS imponga su hegemonía en Europa del Este. Reagan cierra el debate sobre su avanzada edad con un buen chiste preparado. Dukakis reacciona como un robot sin emociones a una pregunta un tanto ventajista y tramposa.

El momento decisivo que todo lo explica.

Historias.

Veo otra versión diferente en un artículo que duda de las dramáticas repercusiones del debate Nixon-Kennedy. Por primera vez, no se basa en análisis, sino en hechos. Sólo hubo una encuesta que contara que Nixon había ganado para las personas que habían seguido el debate por la radio, y por tanto no habían podido captar la diferencia entre ambos candidatos en términos de imagen. Ni el número de encuestados ni su probable localización (rural, con ventaja clara para Nixon) permiten considerar representativos esos resultados.

Y no es la primera vez que se cuenta esto, pero la leyenda echó raíces hace tiempo. Como decían en ‘El hombre que mató a Liberty Valance’: «No, sir. This is the West, sir. When the legend becomes fact, print the legend».

En interpretaciones anteriores, ha habido gente que ha restado importancia a ese debate, sin llegar a decir que fuera irrelevante. Las versiones más cínicas son las que inciden en lo que pasó en Illinois, donde Kennedy venció por menos de 9.000 votos, un margen del 0,2%. La maquinaria demócrata del alcalde Dailey –experta en ‘acarrear’ votos con todo tipo de trucos legales y menos legales– concedió al demócrata una diferencia de votos tan abrumadora en Chicago que hay razones de peso para sospechar. Pero Kennedy habría ganado también sin los votos electorales de Illinois.

Lo que importa de este ejemplo (y tampoco hay pruebas de que el fraude fuera la razón de ese resultado) es que sin la capacidad del clan Dailey para convertir empleos, favores y deudas en votos, Kennedy no habría ganado, aunque se hubiera presentado en el plató del debate subido a un carruaje de oro y escoltado por vírgenes vestales. Y lo mismo se puede decir de la victoria conseguida en Texas gracias a lo que Lyndon Johnson sabía sobre cómo se ganaban elecciones en ese Estado.

En una campaña electoral casi eterna como la de EEUU, raramente un candidato gana sólo por un motivo, aún menos por un hecho concreto y distinguible. Pero los errores graves tienden a ser magnificados por los medios de comunicación, y pocos errores pueden ser tan dramáticos como los que se producen en los duelos cara a cara a pocas semanas de la votación.

Por eso, una estrategia a la defensiva se antoja como una opción inteligente para el candidato que va por delante en los sondeos. Obama ya hizo de centrocampista italiano de contención en sus debates ante McCain y no le fue mal. Cuantas menos cosas pasen en los tres debates, mejor para él.

La experiencia de Romney en los debates de las primarias republicanas le sirven de poco. Allí sólo debía mostrarse como una persona cuerda y de discurso sobrio entre una manada de perturbados vestidos con cinturones de explosivos. Ahora tiene, eso sí, un terreno en el que podría dar un gran paso adelante. No tiene nada que ver con Obama, sino con él mismo.

A Ronald Reagan y George Bush (hijo), les fueron muy útiles los debates en las primeras elecciones que ganaron, porque les sirvieron para desmentir interpretaciones muy arraigadas sobre ellos. Ambos supieron ‘venderse’ como candidatos viables, como gente que despertaba confianza incluso entre gente que tenía dudas sobre ellos. Eran políticos de pocas ideas concretas, pero de principios muy claros. Sobre todo eran capaces de explicarlos con convicción en los escasos minutos que duraba cada intervención. No se trata de dar largos discursos, sino de administrar píldoras sugerentes en pequeñas dosis.

Romney puede intentarlo. Puede hacernos creer que no es un robot programado para decir lo que supuestamente funciona en una campaña. Puede convencernos de que no está defendiendo ideas en las que no cree para congraciarse con el votante más conservador.

Puede intentarlo, pero mucha gente lleva esperando desde su elección como candidato a que haga algo así, y aún sigue esperando.

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3 respuestas a El mito del debate Nixon-Kennedy

  1. p.cuché dijo:

    Me he acostumbrado a echar de menos análisis de las consecuencias de los programas, sobre todo económicas, ante la avalancha de puntualizaciones sobre estilos personales, imagen y carisma.

  2. Bueno, por lo menos en este primer debate mostro algo más y se hizo con este primer debate. Creo que falta y Obama deberá demostrar que puede marcar territorio guardandose algunas cartas para los debates finales.

  3. silver price dijo:

    Ya que las campañas políticas son extremadamente costosas, los candidatos deben pasar mucho tiempo recaudando fondos. Los comités de acción política (CAPs) son grupos de personas unidos por un interés especial o un sistema de asuntos. Recaudan fondos y los donan a las campañas de los candidatos que defienden sus metas. CAPs funcionan bajo ciertas restricciones diseñadas para que no ejerzan demasiada influencia sobre las elecciones, pero son muy poderosos de todos modos. Poderosos también son los grupos de 527, nombrados por la cláusula en el código impositivo federal que les permite que trabajen bajo un estatus libre de impuestos. Estos grupos tienen menos restricciones de gastos, pero pueden gastar solamente por campañas que promueven asuntos específicos; no pueden hacer anuncios para o en contra de un candidato específico. Algunos grupos de 527 han encontrado resquicios en estas regulaciones que les permiten que desempeñen un papel significativo en las campañas electorales.

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