El artículo 24 de la Convención de Ginebra de 1949 establece que «el personal médico que se dedica exclusivamente a recoger, transportar y atender a los heridos o enfermos, o a la prevención de las enfermedades, y el personal dedicado exclusivamente a la administración de unidades médicas» debe ser «respetado y protegido en todas las circunstancias en caso de guerra o conflicto».
Al personal médico y al de apoyo que trabajan para atender a las víctimas de los disparos israelíes en la Marcha del Retorno de Gaza, no les ha servido de mucho ir identificados con batas blancas y logos de las organizaciones a las que pertenecen. El viernes pasado, Razan al-Nayar, de 21 años, murió de un tiro al pecho cuando se dirigía corriendo hacia la valla fronteriza, a unos cien metros de ella, para evacuar de allí a una persona herida. Como había hecho cada día como voluntaria desde que comenzaron las movilizaciones a finales de marzo.
Su muerte provocó un gran movimiento de solidaridad en las redes sociales, sobre todo por la convicción y seguridad en sí misma que mostraba en entrevistas grabadas en semanas anteriores. Su caso suscitó mucho menos interés en los medios de comunicación. El hecho de que Gaza esté controlada por Hamás hace que las muertes de manifestantes palestinos (o personal sanitario en este caso) sean presentadas en los medios como la consecuencia inevitable de un conflicto sin solución o un enfrentamiento en el que los palestinos simplemente mueren, como es costumbre en los titulares de The New York Times.
Razan al-Nayar es la segunda persona dedicada a atender a los heridos que muere por disparos de fuego real israelí (fotos de su funeral en Jan Yunis). Ese viernes otros tres compañeros de la misma organización con la que colaboraba resultaron heridos: Rami Abu Jazar, Mahmoud Fa’wur y Mahmoud Odeh. 223 personas del personal sanitario han sido heridas en la represión de la protesta, 29 de ellos por fuego real, según esa ONG.
Esta imagen corresponde a una captura de vídeo de un momento ocurrido antes de la muerte de Al-Nayar y que fue difundida por el Ministerio de Sanidad de Gaza. Se ve a varios compañeros suyos acercándose a la valla con los brazos en alto. En ese momento, los soldados les lanzaron granadas de gas lacrimógeno, según contó después el doctor Yossef Abu Arrish, jefe de los servicios sanitarios de Gaza. Una de esas granadas hirió a un médico al golpearle en una pierna.
Medical workers are #NotATarget! My thoughts and prayers go out to the family of #Razan_AlNajjar! #Palestinians in #Gaza have had enough suffering. #Israel needs to calibrate its use of force and Hamas need to prevent incidents at the fence. Escalation only costs more lives.
— Nickolay E. MLADENOV (@nmladenov) 2 de junio de 2018
El enviado especial de la ONU, recordó que el personal médico no es un objetivo legítimo, usando el hashtag extendido ese día en Twitter. Luego equiparó la responsabilidad de los gobiernos de Israel y Gaza. «Israel necesita calibrar el uso de su fuerza y Hamás tiene que impedir incidentes en la valla».
El Gobierno israelí ha defendido y elogiado la actuación de sus soldados, que han matado a 119 palestinos desde el comienzo de las movilizaciones. Su reacción más reciente ha sido denunciar los incendios en territorio israelí provocados por cometas que llevan artefactos incendiarios. Se han quemado cerca de 900 hectáreas, según cifras del Ministerio de Defensa, en su mayoría de zonas forestales.
La falta de interés en la opinión pública israelí por lo ocurrido en Gaza en los últimos meses llevó a Gideon Levy, columnista de Haaretz, a escribir un artículo el 1 de junio sobre lo que sus compatriotas no quieren escuchar. La violencia por cruel que sea es la única forma de que los palestinos de Gaza sean escuchados, dice.
Una movilización sin armas, como la producida en la zona fronteriza de Gaza, es respondida con fuego real e indiferencia. Este es un extracto del artículo:
«Son los últimos luchadores contra la ocupación israelí. Mientras la Cisjordania ocupada se comporta como si se hubiera rendido, Gaza no. Hay que decirlo simple y honestamente: tienen razón. No tienen más elección que luchar por su libertad con sus cuerpos, sus posesiones, sus armas y su sangre. No tienen elección, excepto por el Qassam y el mortero. No hay más salida para ellos que la violencia o la rendición. No tienen forma de romper las vallas que les encierren sin la fuerza, y la fuerza es primitiva y patética, casi conmovedora. Un pueblo que está luchando por su libertad con cometas, túneles, espejos, neumáticos, tijeras, artefactos incendiarios, proyectiles de mortero y cohetes Qassam contra una de las maquinarias de guerra más sofisticadas del mundo es un pueblo sin esperanza. Cuando están tranquilos, Israel y el mundo se desentienden de su destino. Sólo los Qassam devuelven la magnitud de su desastre.
¿Cuándo oímos sobre Gaza en Israel? Sólo cuando Gaza dispara. Por eso, no tienen más opción que disparar. Por eso, sus disparos están justificados, incluso si dañan criminalmente a civiles inocentes, causan miedo y terror en los habitantes del sur y resultan intolerables para Israel y con razón. Está claro que su violencia es cruel, como cualquier violencia. ¿Pero qué elección tienen? Cada vez que intentan algo diferente con dudas –una tregua, un cambio de liderazgo o de posiciones políticas–, inmediatamente se encuentran con el desprecio y el rechazo israelíes.
Israel les cree sólo cuando disparan. Después de todo, existe un grupo controlado: Cisjordania. No existe allí Hamás ni hay Qassams, apenas hay vestigios de terror. ¿Y de qué le ha servido a Mahmud Abás (presidente de la Autoridad Palestina) y su gente? Tienen razón, porque después de todos los engaños y mentiras de la propaganda israelí, nada puede ocultar el hecho de que los han arrojado a una inmensa jaula para el resto de sus vidas».