
Cada noche en torno a las ocho el párroco de la iglesia de la Sagrada Familia en Ciudad de Gaza recibía una llamada por videoconferencia. Al otro lado estaba el Papa Francisco que se interesaba por la salud de todas las familias que habían encontrado refugio en el templo y la escuela adyacente desde el inicio de los bombardeos israelíes. El Papa rezaba con ellos y les daba sus bendiciones. Llevaba haciéndolo desde el 9 de octubre de 2023.
Cuando fue hospitalizado en febrero, continuó con las llamadas hasta que el agravamiento de su estado le obligó a interrumpirlas. Luego, las reanudó, porque sabía lo que suponían para los que las recibían, empezando por el párroco, el también argentino Gabriel Romanelli. Como toda la población de Gaza, esas seiscientas personas, tanto cristianas como musulmanas, se sentían abandonadas por todo el mundo, menos por el pontífice.
“Hemos perdido a un santo que nos enseñaba cada día a ser valientes, a ser pacientes y a seguir siendo fuertes”, dijo a Reuters el jefe del comité de emergencia de la iglesia después de conocer la noticia de su muerte. “Hemos perdido a un hombre que luchó cada día por todos los medios para proteger a este pequeño rebaño suyo”.
En varios de sus discursos públicos, Francisco reclamó el fin de las matanzas y denunció los ataques con disparos que sufrió esa misma iglesia católica a la que telefoneaba cada día. “Los niños fueron atacados con bombas”, dijo en diciembre en un discurso ante los cardenales que dirigen los departamentos del Vaticano. “Esto es crueldad. Esto no es una guerra. Quiero decirlo porque es algo que conmueve el corazón”.
Desde el inicio de su pontificado, Jorge Mario Bergoglio se presentó como defensor de los que no tienen voz y de los que han sido olvidados. Los papas anteriores también hicieron llamamientos de ese tipo, así como contra todas las guerras. Lo que ocurre es que para Francisco se trataba de un elemento esencial de su magisterio. Es donde ponía su pasión.
Cansados del inmovilismo y los escándalos permitidos por la Curia, los cardenales lo eligieron con rapidez en el cónclave de 2013. Él ya había sido el segundo con más apoyos en la votación final que se decantó años atrás por Joseph Ratzinger. Quizá Francisco nunca estuvo a la altura de las expectativas que se crearon porque era casi imposible. Doctrinalmente, la Iglesia católica está ahora en posiciones similares a las del pasado, pero ahora son expresadas con una humanidad y una empatía que interpela a todos los católicos. Menos obsesión por la sexualidad y más atención a los pobres fue una de las ideas que el Vaticano tuvo que aprender de él.
A pesar de su carisma, Francisco no podía impugnar la realidad si reducimos la extensión del catolicismo a una cuestión de números, muy importantes para la Iglesia. El número de bautismos anuales se ha reducido claramente, desde 18 millones en 1998 a 13,7 millones en 2024, según Fides, la agencia de noticias del Vaticano. Las tendencias más negativas se centran en Europa.
Su primer viaje oficial fuera de Roma fue a la isla italiana de Lampedusa, que acogía a miles de inmigrantes llegados en pateras. Además de oficiar una misa, lanzó una corona de flores al mar desde un barco en memoria de todos los que habían muerto ahogados al intentar alcanzar la isla.
En 2016, después de que Donald Trump prometiera levantar un muro en la frontera con México, afirmó que “una persona que sólo piensa en construir muros, no importa dónde estén, y no en construir puentes no es cristiana”. Como hijo de inmigrantes italianos en Argentina, nunca olvidó de qué lado estaría en esta cuestión.
Si a los líderes hay que valorarlos por sus enemigos, los del Papa estaban todos entre los fundamentalistas cristianos y la extrema derecha. En España, Santiago Abascal le llamó “ciudadano Bergoglio” con intención de hacerle de menos. Isabel Díaz Ayuso no ocultó su enfado cuando el pontífice pidió perdón “por los errores del pasado” en una carta dirigida a la Iglesia mexicana. El portavoz de la Conferencia Episcopal, Luis Argüello, se declaró perplejo por «las declaraciones de personas que uno intuye que solo han leído el titular, y no una cartita de un folio”.
A causa de su lenguaje procaz, nadie superó los insultos que Javier Milei solía dirigir al Papa hace unos pocos años. “Es el representante del maligno a la cabeza de la casa de Dios”, escribió el hoy presidente argentino en 2018. También ese año le llamó “imbécil” en una entrevista televisiva. Sobre las críticas de Bergoglio al capitalismo y su lucha contra la desigualdad, dijo que “es un ignorante en economía y promueve un sistema que alimenta la envidia, el odio, el resentimiento, el asesinato y el robo, además de promover pobreza y hambre”. También es cierto que entonces y ahora Milei siempre insulta a los que no piensan como él.
No es cierto que Bergoglio nunca criticara a gobiernos de izquierda. Sus relaciones con Néstor y Cristina Kirchner siempre fueron malas. Además de por su rechazo al aborto, el entonces arzobispo de Buenos Aires denunciaba de forma reiterada la extensión de la pobreza en una Argentina que salía con grandes dificultades de un hundimiento económico.
En Europa, Francisco nunca cesó de martillear la conciencia de los gobernantes al recordarles sus obligaciones en el Mediterráneo. Cuando casi todos estaban pensando en mantener las migraciones lo más lejos posible de sus fronteras, el Papa les decía que también eran responsables de las muertes en alta mar. “No podemos seguir asistiendo a las tragedias de los naufragios provocados por tráficos odiosos y por el fanatismo de la indiferencia”, dijo en 2023 en Marsella.
El hecho de que el Mediterráneo se haya convertido en un cementerio hacía que Francisco advirtiera a los gobiernos de que “lo único que queda sepultado es la dignidad humana”.
En un momento en que Trump y los republicanos quieren deportar a millones de inmigrantes sin papeles y que la mayoría de los gobiernos europeos busca aumentar el número de extranjeros deportados o de enviar a los solicitantes de asilo a centros de internamiento fuera de la Unión Europea, Francisco ha sido un incansable defensor de los derechos de los que huyen de sus países para escapar de la guerra o la miseria.
El alcance de la humanidad del Papa se puede medir por su respuesta en una entrevista en un programa de la televisión italiana a la pregunta de cómo imaginaba el infierno. “Lo que voy a decir no es un dogma de fe, sino una opinión personal. Me gusta pensar que el infierno está vacío. Espero que lo esté”. Nunca perdió la fe en el ser humano.